miércoles, 31 de agosto de 2016

Acto II. Resistir en el Cerro de Tamara Cubas

Sobre Acto II: Resistencia de Tamara Cubas
en el Florencio Sánchez



El Cerro es un barrio con mucha, demasiada mística como para poder ignorar como se plasma en los murales y mosaicos y en la sensación de alerta que este otro espacio nos genera. En esa obsesión por recordar la historia. Siempre lo pensé con admiración y un poco de miedo en el cerro, quizás a través del fútbol, ya que el hincha de cerro ante una camiseta de peñarol es como un perro rabioso.
Les tememos a los perros rabiosos. Les tememos por su potencial destructivo pero sobre todo por no poder prever su acción y reacción. Algo de esto tiene este acto dos. Un perro ladrando cuya próxima acción no podemos prever. Un suelo que hace difícil imaginar cualquier solución para los cuerpos que van a transitar en él. Nos confrontamos con lo posible imposible: que ese mar de tablas sueltas, irregulares y amenazantes como puntas afiladas saliendo desde el suelo, ES el escenario.
Los bípedos son más torpes para moverse en suelos irregulares, quizás de ahí la obsesión de esta civilización por alisarlo todo, ordenarlo todo, domesticarlo, buscar suelos donde la individuación sea posible y recta.
Al desarmar el eje y la perpendicularidad el suelo de Acto II hace a los cuerpos interdependientes, borra sus límites, hace a unos el apoyo de los otros en una relación de fuerzas siempre cambiante. Vibrante. Que emociona por su humanidad extrañada.
Los gestos que cobran forma en experiencias extremas tienen ciertos rasgos en común. En Acto II la resistencia es desesperada, enérgica, da esperanza, da ritual, da energías que se levantan y reciclan a fuerza de aliento, de grito, de ESTAMOS JUNTOS CARAJO, de aire siendo movido y volviendose casi visible. Ir arriba para ir abajo. La proeza del cuerpo no está en la finalidad sino en la continuación, en empujar al suelo.
Y si no nos dejan movernos vamos a mover el mundo abajo de nuestros pies.
Y de repente como público estamos todos siguiendo el ritmo de este desborde desparejo, de este despilfarro de aquello que no puede guardarse, que se multiplica al desbordarse en forma de sudor para afuera de los poros y las camisetas.
Resistir no es luchar contra la gravedad sino usarla hasta sus últimas consecuencias. A veces sale mal. Resistir no constituye un plan estratégico sino ir haciendo para insuflar vida a lo que aún está vivo. Algo de ATP está vivo en esta obra: quizás el músculo tanteando sus zonas de máximo esfuerzo, quizás la presencia de Santiago y Mariana. Quizás otra vez Tamara atrás de la cámara, vibrando en la obra como quien tiembla al ver su mundo imaginado volverse realidad. Al Lape y la Chichi desde sus consolas respectivas, con alguna astilla clavada probablemente en la piel o en el zapato. La manada puede también adoptar el nombre de colectivo artístico, o de familia.


Igual que un perro que ladra atado puede asustar pero no morderte (salvo que escape siguiendo su raza y su instinto) una obra de arte no puede cambiar al mundo pero puede ponerlo entre paréntesis. Al menos eso decía un video el otro día.
El viaje del grupo empieza en una esquina y no tiene un instante de repetición. Es todo insistencia y ahora. Lo que tiene furia no se mueve necesariamente rápido en el espacio pero vibra su relación con el suelo. La intensidad demanda tiempo y sudor.
Qué es esa sensación de YA NO IMPORTA NADA que nos conecta con una dimensión tan simple y profunda de la existencia?
Acto II es eso. Es lo básico mostrandose fundamental. Es trogloditizar la existencia. Perder la forma humana para comerse al otro. Humanos. Ni sé que mierda quiere decir ni si definirlo valdría la pena. El humano sin cultura es animal te enseñan en el liceo.  
Acto II. Quise más sexo. Quise entrar a sumar energía al ritual, a ofrecerme como carne. Quise entrar a esa rave con música de los cuerpos. Me imaginé un enorme incendio hecho de carne huesos y maderas. La luz final fue azul y mesiánica. Fue el inicio de una digestión. Del reposo necesario.
Me reí de mí como ellos se reían de quien no está dispuesto a creer. La transformación exige creencia, necesita de disposición a la muerte y al ridículo (que es no dar cuenta de nuestra propia muerte y finitud y no lo contrario). La transformación necesita amar la vida y entregar el yo para la alquimia de una potencia mucho más poderosa: la colectiva.
Resistir es hacer lo que se pueda mientras se pueda con quien estemos. Haciendo sonar al mundo. Conjurando las presencias de otros mundos para que hagan ruido y materia en este.
El grito es más que una consecuencia, la causa. Sigo llorando un poco las consecuencias del banquete.