Feminismos hacia la movilización y contra la parálisis; el proceso hacia el Paro Internacional de Mujeres 2018.
Sobre el disenso como catalizador o paralizador de los feminismos en movimiento
Febrero. Las asambleas se suceden, las
gremiales se organizan, las calles se alborotan, los medios
desorientan, la contrarrevolución antifeminista desea paralizar, las
colectivas investigan formas de hacer y pensar, el sujeto del
feminismo está en debate, hay murgas de mujeres, se crean falsas
oposiciones entre feminismo y libertad (la libertad de quién, es la
pregunta), las transformaciones subjetivas no escuchan moción de
orden, las pasiones militantes buscan ser alegres, el cruce de luchas
arma diálogos entre lenguajes que no siempre se entienden, el
empoderamiento avanza, el 8M se acerca, se hacen leyes que quedan en
nada, se elaboran políticas que cambian vidas, se rechaza a “la
política” para inventar otra o se le reclama que sea otra
(urgentemente!), por momentos la escucha logra apagar el caos de
ansiedad y se abren agujeros para situarnos en el presente.
La acumulación y crecimiento del
movimiento feminista lo enfrenta al problema de la representación,
lo enfrenta al problema del disenso, lo enfrenta al desafío del
pluralismo y los diferentes estilos de hacer, de distinguir lo que
son diferencias ideológicas innegociables de aquellos espacios en
los que con un poco de flexibilidad el espacio se ensancha y el
feminismo enamora y cuida la vida de más mujeres.
La creciente visibilidad también hace
que los significantes que los diferentes feminismos producen vayan
ganando peso y se disputen la atención de los medios y del poder.
Esto involucra inclusive a los movimientos y grupos que se posicionan
explícitamente en contra de orientar su acción hacia la aparición
o negociación en ese espacio conocido como “sistema político”.
¿Como abordar de formas no
capitalistas la acumulación del potencial del movimiento feminista y
de las herramientas del 8M y del Paro Internacional de Mujeres?
Los feminismos tienen el desafío de
ser una articulación entre dos planos que construyeron su historia
como si fueran autónomos: la micro y la macro política y todas las
confusiones derivadas de esa dicotomía útil y a la vez perversa,
real y a la vez falsa.
Los feminismos son tejido conjuntivo
entre la política de la vida cotidiana y la política como forma de
movilización y acción colectiva en el espacio público.
Una vez que reconocemos que estos
planos de acontecimiento de la política no se anulan entre sí, es
de esperar que tampoco lo hagan los movimientos que priorizan en su
ideología y accionar la adscripción a uno de ellos. Están entonces
las colectivas que se niegan a identificarse, institucionalizarse y
consolidarse, pues entonces dejarían de ser política de la vida
cotidiana, política de los afectos, redes que no necesitan
formalizarse para existir . Y están las colectivas que se
institucionalizan e identifican para ganar peso en espacios donde
sólo así son visibles; es decir en el espacio de la política
extracotidiana, ese donde se pone en escena el poder y se
definen actos decisivos para la tragedia contemporánea que viven
tantas mujeres.
La analogía con el teatro es en algún
punto injusta pero - además de considerar que la palabra espectáculo
define a nuestra cultura/política desde hace más de 60 años - al
mismo tiempo apunta al carácter de representación y al juego de
apariciones que constituye el juego político gubernamental,
legislativo, judicial. Analizar la performance de sus actoras con
ojos de quien observa a redes autónomas o a agentes actuando
espontáneamente en la vida cotidiana es errarle a la perspectiva
crítica (aunque sin duda hay muchas cosas criticables en estos
movimientos, sobre todo lo difícil que resulta involucrarse en
dichos ambientes sin mimetizarse un poco con ellos).
Del otro lado, observar a los
movimientos feministas autónomos que apuestan a politizar las formas
de vida, a la invención de otras formas de política, a la
experimentación colectiva y sensible por sobre la búsqueda de
estrategias efectivas como si se estuviera mirando a jugadoras de War
o inversoras financieras / actores de teatro como si fueran de cine a
las que se critica porque no están “bien organizadas” para la
conquista, es también aplicar un marco ideológico a un movimiento
que tiene otro sustancialmente diferente. Esto que vive el feminismo
es también una dificultad de la izquierda, pero quizás se hace más
visible en el feminismo porque está en construcción y cada bloque y
cada viga llevan mucho debate, fuerza, desentendimiento.
Somos obreras de un proyecto cuya forma
final no sabemos y esta ingeniería de alianzas y afectos requiere
mucho de improvisación, mucho de sensibilidad, de escucha. Requiere
de saber qué lugar tiene más sentido para una. En lo personal no
quiero ir a debatir leyes ni reglamentos (que bien nos haría que de
veras funcionaran) sino estar en la calle, discutiendo y construyendo
creativamente lejos del tóxico mundo de la alta política, pero le
agradezco a las compañeras que se metan en ese baile porque las
mujeres que encuentro en la calle necesitan protección legal,
necesitan ayuda económica, necesitan asistencia y empatía médica,
necesitan empoderarse y ser protegidas en los espacios nada
feministas de los que no se elige de un día para el otro estar
afuera (por ejemplo: la pobreza). A su vez el feminismo no existe si
no es en el día a día, en el tejido denso de la vida cotidiana y
las relaciones de todos los días.
Las disputas a nivel micro generan
movimientos a nivel macro; las batallas a nivel macro generan
tensiones en las micropolíticas que hacen a nuestras vidas. Sino
pensemos en las polémicas sobre las políticas culturales de género
y en los cambios que se dan en las casas, en los trabajos, en los
movimientos. Nada puede evitar ese desborde.
Por otra parte, aunque desde una
perspectiva de corto plazo el feminismo es un movimiento en
emergencia, si miramos no sólo hacia atrás sino hacia adelante
podemos ver que viene de lejos y llegará a lugares que no sabemos.
Es de esperar que en 10 años el feminismo haya cambiado tanto la
política y la cultura que pensar demasiado apegadas a sus
dificultades y dudas en el presente - como si la unidad del
movimiento fuera ahora o nunca - es desaprovechar la historicidad del
movimiento. Y además lleva demasiado rápido a la frustración de
que las cosas no son exactamente como queremos.
Los feminismos se mueven
en Uruguay sobre el mapa de una torta política toda trozada y
delimitada, y tienen el desafío extra de no ser chupado por ese
bizcochuelo movedizo, pero al mismo tiempo la necesidad de formar
parte del “sistema” o campo político, de cruzarse con otras
luchas como la anticapitalista, la antirepresiva, la antimanicomial.
¿Cómo hacerlo pero insistiendo en formas singulares de hacer
política? ¿Cómo construir subjetividades militantes que sin
desconocer las posiciones y disensos existentes puedan practicar más
allá de las chicanas y mezquindades una política en femenino?
Estas palabras que suenan quizás
razonables - al menos para quien escribe - se vuelven demasiado
tibias si una piensa en que la urgencia del feminismo no viene tanto
(o no sólo) de consolidarse como movimiento político sino de las
vidas vividas en el esquema de dominación patriarcal y las
violencias que pasan por el género y por nuestros cuerpos.
Mis proposiciones también resultan
ingenuas si vemos que además de su articulación interna, los
feminismos de diferentes vertientes sufren ataques y amenazas y
rechazos permanentemente. ¿Como organizar una subjetividad colectiva
no crispada ante esta situación?
Pero la percepción de una situación
también se compone colectivamente. Y el desafío es construir una
situación en la que nos percibamos fuertes, con pocos pero profundos
objetivos comunes y diferenciando lo urgente de lo que no. Para esto
se necesita un descentramiento kinético colectivo, generosidad y
escucha. Se necesita mirar hacia afuera del movimiento para no
perdernos en las lógicas internas que tanto criticamos a la “rosca
política machirula”. Se necesita quizás pensar en feminismos en
movimiento más que movimiento feminista.
Quizás ahí está la pista para que
bajando las expectativas de consenso armónico a la interna podamos
ver todo el terreno que tenemos para movernos juntas.
Los desafíos y desacuerdos no son sólo
tácticos. En sus diferentes debates y acciones los feminismos ya
están debatiendo la esencia del feminismo y disputando su ontología:
¿es un movimiento de mujeres, o de todxs quienes se piensen
feministas? ¿incluye a las trans y nombra la singularidad de las
lesbianas o alude a todas como “mujeres”? ¿es un movimiento de
izquierda o no necesariamente? ¿es inherentemente anticapitalista o
podría existir un feminismo basado en una alianza interclasista
entre mujeres similar a la que ya existe entre hombres? ¿Incluye a
los hombres o no y cómo?. Estas preguntas están en movimiento y
encontrándose todo el tiempo. Sin embargo poner como precondición
para la articulación entre los feminismos llegar a un acuerdo sobre
su ontología, puede paralizar al movimiento.
Como en una danza o una marcha, no es
necesario que todas compartamos los mismismos sentidos, las causas y
las consecuencias de estar ahí haciéndola. Sin embargo algo sí es
suficiente para que estemos ahí haciéndola. No se puede policiar la
experiencia del activismo colectivo; son demasiadas vidas diferentes,
demasiadas distancias de clase y de raza y de ideología y si le
pedimos todo eso corremos el riesgo de obstruir al movimiento (desde
adentro)
Una vez en una entrevista, me dijeron
que todo colectivo es el fracaso de un movimiento y pienso que hay
una gran verdad en ello (Erroristas, Argentina junto a la Liga Tensa). Y es cierto que
necesitamos colectivas pero la idea de una ola feminista abre un
horizonte ancho y brillante que además permite desatrincherarnos de
nuestras posiciones sin dejar de tomar posición, sino situándonos
en un mapa más complejo y abierto.
Para avanzar hacia el paro y detener
las posibles parálisis los feminismos necesitan combustible,
cuerpas, apoyo gritado y otras veces silencioso o escuchante,
necesitan hablar de sus contradicciones y como todo actor necesitan
recuperar energía.
Las fuentes de energía militante
pueden venir de dos lados; de reciclarse permanentemente buscando en
las creencias y el colectivo el sentido de seguir haciendo, aún
siendo difícil; o del odio que mueve la rosca de las enemistades y
de los procesos de identificación por antagonismo.
La primera no es fácil de encontrar
pero los feminismos saben que el amor es la única energía renovable
y que la rosca a largo plazo solo lleva a secarse políticamente.
¿Cuándo la fragilidad se vuelve
fuerza? Cuando descubrimos en las diferencias complementariedad,
cuando pensamos en los feminismos como un proceso múltiple de
transformación, cuando nos reconocemos desde las diferencias y aún
así confiamos en que la lucha nos une sin hacernos uniformes.
Humedad y amistad hacen subir la marea.
* publicado en Revista Bravas
versión en portugués: >> aquí <<