sábado, 25 de agosto de 2018

Crítica o cinismo: una autocrítica desde la performance contemporánea.



El artista cínico-pseudocrítico-contemporáneo es así:
Se porta como una mierda con un mundo que no le interesa en lo más mínimo salvo para fines extractivistas y se ríe de eso por que "es artista";
Se ríe del arte porque le permite ser una mierda y todavía vender su bosta y vivir de eso;
Se ríe de un público que, desorientado porque la mayoría de las veces los sentidos políticos de la performance contemporánea son ininteligibles, intenta igual con generosidad ver ALGO crítico en su obra aunque tenga que inventárselo;
Pone la palabra anticapitalista en alguna frase para que suene como que si le das una vuelta de tuerca es re de izquierda lo que está haciendo;
Pone la palabra doctorado e investigación en alguna parte como para que el manto de legitimidad cubra la transparencia de su maldad;
Generalmente viene del norte y te lo presenta como la última tendencia (que si no entendés es porque sos una pobre subdesarrollada analfabeta del lenguaje de las sutilezas);
Nombra y exhibe todas y cada una de las relaciones de poder implicadas en esta cadena de sarcasmo;
Te invita a brindar por ellas.
NO GRACIAS

Creo en otro potencial político del arte que no pasa por sentirse subversivo descorchando champagne mientras el mundo se viene abajo y lo sabemos pero bueh. Creo que el artista cuyo mundo es su ombligo le hace mal al arte y al mundo y no quiero ni querré nunca ser parte de su fiesta. Me he visto alguna vez cerca de esa postura, no me es ajena y por eso me perturba y quiero mudarme lejos de ella. Quiero trabajar para que la pensemos juntas y paremos la inercia que nos empuja y premia cuando nos movemos hacia ella.

Algunas pistas y cuerpas sueltas y fragmentadas me hacen aún creer que sí podemos expulsar a esta macropelotudez de la residencia permanente que se organizaron en las oficinas centrales del “arte” y de mirarnos un poco desde las periferias. Y sobre todo asumirnos como parte - y no aparte - de esto que llamamos mundo y que está bien hecho mierda. Primera constatación: no somos re cool y super críticos sino que también estamos en el horno amigas, contemporáneas, artistas, bailarinas. ¿Pueden olerlo?

Como artistas del cuerpo y la danza - que es en otras palabras acción en tiempo real - nuestro trabajo existe en la tensión entre actos y discursos. Sin embargo el abordaje discursivo de las acciones nos pone en riesgo de  pensar que señalar las cosas es suficiente; que con apuntar a las relaciones, las realidades y las problemáticas estamos salvades. Que ese es nuestro aporte al mundo y eso basta. Que no pueden pedirnos más, sería mucho pedirnos más.

Discordo.

Estamos en tiempos que exigen mucho más de nosotres. Tiempos que precisan de cuerpos en acción y no sólo acción escénica. La teatralidad no está solo en los palcos sino en el mundo y es allí - y desde allí - donde las urgencias nos piden implicarnos. Y no hablo de intervención urbana como quien sale a hacer una donación de su magia al espacio público y se vuelve al estudio regocijada sino que hablo de IMPLICARNOS. Incluso si eso involucra atacar nuestra herramienta y nuestra burbuja de privilegio.

No basta trabajar con el cuerpo y con arte para ser críticos
No basta con nombrar las relaciones de poder en las que estamos insertos para ser críticxs
La derecha ya hace todo eso.
Y su cualidad es la transparencia: nombrarlo todo, visibilizarlo todo y así - luego de los 3 minutos de angustia - naturalizarlo todo. La banalidad del mal.

Si no ponemos atención a esto seremos patéticas creyendo que somos irónicas. Seremos prosistémicas creyendo que somos contrahegemónicas.

Ni los cuerpos ni la creación son esencial, ontológicamente críticas sino todo lo contrario; es a través de ellas que el neoliberalismo cada vez más se expande y se disemina. El neoliberalismo hizo su revolución de lo sensible y fue silenciosa y hoy se llama neofascismo. O viejofascismo, no sé.

Los cuerpos y la imaginación son los campos afectivos cada vez más dominados por el neoliberalismo.

Por esto nuestra autoreflexividad no puede parecerse a los relatorios que entregamos junto a las rendiciones de cuenta de los fondos que financian nuestros proyectos. No puede parecerse al resumen de nuestras obras que adornamos e inflamos para seducir a los sponsors y ganarnos la residencia.

Si de veras creemos - y afirmamos - que la identidad no es más que es la reiteración de actos performativos, participar de los ciclos cortos, repetidos cíclicamente, competitivos y extenuantes de la captación de recursos y venta de proyectos le hace algo a quiénes somos y qué tipo de intervención está haciendo nuestro arte en el mundo. Es por eso que me asusta que la distancia entre la autocrítica y la autopresentación de nosotras mismas en las páginas de los proyectos está desapareciendo. Al principio eran un medio para otro fin; ahora se están volviendo la cosa en sí misma.

Autoreflexión es mirarse y estar dispuesta a cambiar. A verse en contexto y dejarse ver, incluso las debilidades. Autocrítica es verse en el mundo y desde los ojos de otres que no entienden la “importancia de nuestro arte”. Es escuchar. Autocrítica es abandonar la soberbia que relata nuestra agencia para vernos también como productos de un entorno en proceso (un proceso que tiene un norte que está fuera de nuestro control). Autocrítica es también eso que somos pero no elegimos.  Y duele.


Dedicado a Julian Blaue & Edy Poppy (Oslo e Berlin). 
Piensa en tu pseudoartista favorito y dedícaselo también.  

Publicado en otra versión en Lobo Suelto!



jueves, 9 de agosto de 2018

Perder en el estado y ganarnos el mundo



Internacional feminista: perder de visitantes pero ganarnos el mundo.  


                                                                                                               Foto: M.A.F.I.A.

Procesar derrotas es la especialidad de la contrahegemonía y el feminismo es contrahegemonía, es lucha contra el poder establecido, es la lucha que desestabiliza los pactos de caballeros en los que está basada la política local y abre las compuertas de la represa a una marea que rompe diques y no respeta sus cauces. Si la lucha por la despenalización del aborto fuera un partido de fútbol podríamos describir lo de ayer como perder de visitantes pero ganarnos la cancha del mundo. En el senado jugamos de visitantes porque nuestra casa son las calles y nuestra mejor zaga es la mundialista.

La fecha termina con una conclusión no tan novedosa: la democracia neoliberal profundiza la desigualdad y ya no tiene nada que ver con la palabra libertad. Debería existir un parlamento aparte para el derecho sobre nuestros cuerpos, debería existir un tribunal aparte donde las únicas juezas pudiéramos ser nosotras. Hoy nuestros gobiernos que deberían ser los que nos garantizaran la autonomía sobre nuestros cuerpos se dedican a reprimir y perseguir a las decisiones que igual tomaremos.

El sistema político en que vivimos agoniza hace tiempo – quizás nunca renació después de que sin percibirlo se suicidaba tirándose al mar desde un avión en los 70s – y firmó ayer otra de las actas que no pueden ser leídas sino como su certificado de defunción. El zombie se aferra a su poder y le da la espalda a los cientos de miles de personas que en todo el mundo se envolvieron al verde, se sumaron a la campaña que sabemos bien que no es nacional.

Las fronteras de los estados nación y sus gobernantes de turno – que al final son más o menos siempre los mismos - se muestran con claridad hoy como las mayores instituciones de control sobre nuestras vidas con sus soberanías que se cagan en las nuestras, con sus constitucionalidades de mierda, con su división de poderes que solo aseguran la unificación del poder, con sus fronteras que quieren impedirnos el tránsito y el cambio, con sus viejos dispuestos a quedarse a cualquier costo, con sus pactos con los mercados, con su compromiso - este sí inalterable - con el capital. La ceguera histórica de los gobiernos es el contenido para la forma que tiene hoy nuestro sistema político y como ya sabemos: no hay cómo dividir del todo forma y contenido.

La estacada final la darán el tiempo y las movilizaciones que no esperan a que el sol salga para comenzar la revolución porque somos expertas y amantes de la noche. Lo que es oscuro para algunes es la fiesta para otres y lo que sucedió en estos días fue la consolidación de la internacional feminista. Quizás en este contexto quienes creen que pueden interrumpir voluntariamente nuestro deseo son ellos, al amparo de sus leyes de mierda y sus sonrisas cínicas bien propias de quien se cree intocable. Pero de lo que se pierden es de ser parte de esta ola potente y amorosa de liberación transnacional y de solidaridad que además de cruzar aduanas cruza géneros, cruza identidades, cruza los antagonismos que nos quieren separadas para unirnos en la lucha por nuestro goce y nuestros cuerpos, que no es una lucha por la individualidad sino todo lo contrario, una lucha por hacer de nuestros encuentros públicos e íntimos lo que se nos cante el cuero. Hacer y ser en colectivo; la más política de las experiencias que a ellos les chupa un huevo.

La rabia agudiza el pensamiento y la aparente derrota es en cambio un montón de fuerza para este proceso en marcha que es la internacional feminista; que no tiene ni primera ni segunda, que no tiene himno, que se da el permiso de ir cambiando de color porque sabemos que lo camaleónico es mucho más potente que la monocromoidentificación, que escribe sus manifiestos con los cuerpos y en texto más imborrable que es la calle, que desconcierta, que nos sorprende emocionadas, haciendo cosas que no sabíamos, gritando con una voz que no nos conocíamos, y abrazadas, relampagueando juntas en los instantes de peligro. Aunque nos caguen a palos y nos lleven presas. Y por eso mismo.

Si perder una votación en un espacio donde ya casi todo está perdido nos hizo posible ver la fuerza de este movimiento (vernos y energizarnos en ese mismo acto de vernos), sentir la vibración de nuestra solidaridad y el eco imparable de nuestro grito, percibir nuestra enorme capacidad de organización, argumentación y retroalimentación de los focos locales de organización y pensamiento, percibir que están cagados de miedo y que su retórica no se sostiene; entonces sigamos perdiendo. Porque perder en sus términos es al mismo tiempo ganar en los nuestros. Es la paradoja de nuestras luchas.

En este proceso ganamos hermanas, fuerza, claridad y certeza de que no podemos esperar de estos señores que autoricen y legalicen nuestros actos, goces y deseos. Ganamos saber que más que nunca hay que crear redes y sostenernos, ganamos encontrarnos en la calle, ganamos la certeza de que cosas tan zarpadas como la maternidad solo pueden suceder si hay voluntad para ello, ganamos lucidez para preguntarnos, historizar y desesencializar eso que llamamos “mujer”, ganamos apoyos y sumamos adhesiones – por nuestro mérito pero también por el demérito de sus patéticos argumentos -, y también que hay que seguir empujando porque aunque no se va a caer solo, el patriarcado se va a caer. Solo hay que seguir un poco más y que la fuerza aun cuando parece que no, está ahí e irrumpe de formas que no siempre se amoldan a los poderes que quieren regular nuestros cuerpos. Porque quizás lo que es necesario romper antes son esas formas.

Somos expertas en derrotas pero esto hermanas, amigas y también amigues que lo dejaron todo en la cancha, a mi me parece más que un fracaso un momento clave para visualizar nuestra fuerza, leer las pistas y abrir los caminos para nuestros próximos movimientos. Como en la danza, a veces una caída ofrece una perspectiva del suelo que abre la posibilidad de nuevos apoyos que antes no conocíamos. Caigamos y caigamos entonces pero siempre juntas. Caigamos y rolemos y caigamos y quebremos el suelo liso y totalitario del conservadurismo, de sus iglesias, de sus caretas.

Caigamos y que retumbe para que tiemblen los fascistas, porque no van a poder parar a esta internacional feminista.

A las luchadoras que no cesan y que me enseñaron a revivir políticamente.