Marea alta
Sobre las alertas feministas convocadas por la coordinadora de feminismos
La manifestación como denuncia y como ritual de transformación colectiva
Es
jueves 14
de
diciembre y para las 19.30 se convocó una ¡Alerta feminista! Pasó
muy poco tiempo desde la última vez que los carteles, los parlantes
y la gente llegaron a la plaza Cagancha, punto de encuentro y de
partida. “Otra
vez la noticia desgarradora. Otra vez el nudo en la panza, la asfixia
en la garganta y el llanto en los ojos. Otra vez nos roban la vida.
Otra vez una mujer.”1
“Araceli
Umpiérrez, de 53 años, asesinada a puñaladas por su ex pareja
Víctor Cruz, que luego se suicida.”2
Las
alertas feministas nombran sus muertas, hacen vivo al grito, nombran
los asesinos, escrachan a la indiferencia. Por su dramaturgia y sus
características son una mezcla de manifestación de rechazo,
denuncia, expresión guerrera y ritual en femenino de duelo
colectivo. A unas cuadras de la plaza, media hora antes del inicio,
un grupo de mujeres levantan los materiales que luego se utilizarán:
carteles con los rostros y los nombres de las mujeres asesinadas este
año, cuerdas, bombos, hojas con la proclama, pinturas para la cara,
parlantes. La alerta es convocada uno o dos días luego de que sucede
el asesinato de una mujer. Este año van 34 en Uruguay, la gran
mayoría a manos de sus parejas. La temporalidad de las alertas sigue
el ritmo de los asesinatos y al mismo tiempo exige de los
participantes abrirse a la interrupción, suspender lo planificado
para ese día, salir a la calle en vez de cambiar de canal para ver
alguna otra crónica roja no tan sangrienta o quizás menos
“familiar”.
Al
comienzo de las alertas feministas, mientras la gente se va juntando,
suena música, como diciendo: esta lucha también necesita de
canciones en voces de mujeres. Mujeres y también algunos hombres se
van arrimando, otros pasan curiosos y llegan a dilucidar algo al ver
los carteles. Algunas se pintan, otras comentan sobre el poco tiempo
que pasó desde la última vez, otros fuman en círculos sentados en
el piso. Los asistentes son mayoritariamente jóvenes. Son las 20.30
y el caudal de gente ya es suficiente para cortar una de las sendas
de 18 de Julio. Armadas de dos cuerditas, cuatro mujeres se plantan
en medio de la avenida para cortarla. La caminata empieza y se
acelera a un ritmo casi urgente, que diferencia a las alertas de
otras marchas en las que la cadencia del tranco se torna sinónimo de
la seriedad de la causa.
“Y
otra vez desde el dolor y la rabia, desde la necesidad de estar
juntas, de apretar los puños, de construir confianza, de estar
alerta.”3
Durante
la caminata se escuchan canciones: “Y
tiemblan y tiemblan y tiemblan los machistas, América Latina va a
ser toda feminista”,
“Mujer,
escucha, únete a la lucha”,
o “¡Tocan
a una, tocan a todas!”,
“¡Pija
violadora a la licuadora”,
“Se
va a acabar, se va a acabar esa costumbre de matar”,
“Y
ahora que estamos juntas y ahora que sí nos ven... Abajo el
patriarcado, se va a caer, se va a caer”,
“Ay
si te agarro, ay si te agarro. Ay si te agarro violentando, te
escracho; autodefensa feminista contra los machos”,
“Alerta
¡aleeeeerta, aleeeeerta, alerta!, alerta que caminan mujeres
feministas por América Latina. Y tiemblan, y tiemblan, y tiemblan
los machistas, que toda Abya Yala va ser feminista”.
Algunas de ellas son acompañadas de acciones como acostarse en el
piso y levantarse despacio, acelerar el paso o parar de golpe, gritar
al unísono, el “¡Uuuuuu!”
tribal,
o el “Tocan
a una...”
de
una, respondido por el “tocan
a todas”.
El
trayecto va hasta la Plaza de los Treinta y Tres y ahí los cuerpos
cobran otra organización, como de acto pero sin acto, como de
discurso pero de cuerpos. El colectivo de las alertas ha inventado su
ritual y es tan político como coreográfico. Aún en la avenida,
entre la explanada del Brou
y
la plaza, todo un guión de acciones se sucede. Lo primero es la
apertura de un círculo, disposición poco frecuente en las marchas,
donde tanto el punto hacia el que se avanza como hacia donde se mira
propone un frente único. La circularidad es un rasgo femenino
presente en las alertas. La danza también. Una vez la marcha
convertida en ronda, una cuerda se tiende en el piso delimitando un
área central hacia la que todas miramos. Comienza la lectura de los
34 nombres y las formas de muerte de las mujeres asesinadas en lo que
va del año: quién la mató, cómo, con qué arma, había denuncias
que adelantaban que eso sucedería, mató también a sus hijos, se
mató después, mató con su arma de reglamento, mató porque lo
había denunciado, la mató aunque lo había denunciado. A cada
nombre y muerte una mujer entra al círculo y se tira al piso,
poniendo el cuerpo por esa otra que no está. El círculo se llena.
Una vez concluida la lista, las mujeres del piso toman la cuerda que
hasta entonces sirvió de cinta delimitadora tipo forense (o símbolo
de la sujeción) y se van poniendo de pie y convirtiéndola de cadena
a lazo que une, mientras repetidamente se recita: “Que
el dolor se vuelva rabia, que la rabia se vuelva lucha, y nuestra voz
grito”.
Las voces se organizan para pronunciar juntas este mantra político
de transmutación de la fragilidad en fuerza, y luego para la lectura
de la proclama que, a diferencia de un acto tradicional, no es hecha
por una vocera sino por todos los participantes al unísono. Aunque
participan hombres de la marcha, el protagonismo de este acto es
femenino. La voz se vuelve grito.
Tras
la lectura empieza el abrazo caracol, otro icono de las alertas:
“Somos
las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”;
la frase es repetida incansablemente como un eco del pasado que nunca
va a parar de sonar. De la mano y de a una se suman mujeres a una
danza circular concéntrica que termina apretándose en un centro
lleno, donde la proximidad permite apoyarnos en los cuerpos de las
otras, sentirnos el olor, el llanto y la voz quebrada en el grito.
Con las manos dadas y en alto la frase se repite: “Somos
las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”.
El canto explicita la ancestralidad de la opresión a las mujeres,
los eufemismos dados para justificar la muerte: desde la Inquisición
contra las brujas hasta la denominación “crimen pasional”, la
historia está llena de intentos de blanquear el asesinato de mujeres
que no acataron las formas y obligaciones del universo patriarcal.
“Somos
las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar.”
Este
instante dura como máximo un par de minutos pero se siente como un
rito de transformación vital-vitalicia, sobre todo si se vive desde
adentro. Desde adentro pienso que nunca antes experimenté la
comunidad política en femenino. Miro a las compañeras cantando,
algunas con los párpados entornados, otras con los ojos bien
abiertos, algunas apretando fuerte las manos de las otras, otras
llorando; en este círculo sólo somos mujeres. “Todas
libres, todas juntas, todas libres, todas juntas”;
este canto sucede al anterior y su aceleración agita los puños y
despega los pies del piso para dar lugar a un pogo feminista,
apretado, abrazado, algo torpe y brusco como es el amor resistiendo
al odio. Nos sostenemos y agarramos, nos pasamos las lágrimas de
mejilla a mejilla. “Desde
ese dolor aquí estamos otra vez, y estaremos mil veces hasta que
seamos libres.”4
LAS
MOVILIZACIONES Y SUS TIEMPOS. Las
alertas feministas tienen como característica una temporalidad
ceñida a los asesinatos de mujeres. A diferencia del 25 de noviembre
o del 8 de marzo, ni su planificación ni su convocatoria pueden ser
hechas con antelación. Las alertas apelan a cierta percepción de
urgencia, de interrupción, de desvío de los acontecimientos, de que
es imposible seguir la vida “normal” mientras mujeres mueren a
manos de sus parejas.
En
Uruguay la ola feminista viene creciendo. La adhesión multitudinaria
al paro y las marchas del pasado 8 de marzo, caldeadas por el fallo
de la jueza Pura Book; la potencia de la del 3 de junio convocada por
Ni una menos y con la noticia reciente, por entonces, del caso de las
niñas muertas quemadas en un incendio en Guatemala, la internacional
y festiva del 25 de noviembre por el Día Contra la Violencia hacia
las Mujeres, la ¡Alerta Feminista! por Brissa que se organizó de
urgencia ese mismo día, son hitos de una serie que, si por un lado
es trágica, intolerable y necropolítica, por otro expresa una lucha
cuyas apariciones son cada vez más fuertes y frecuentes en el
espacio público y privado de nuestras vidas.
Además
y solo en 2017: el 3 de octubre el senado sancionó por unanimidad el
delito de femicidio; el 12 de setiembre se realizó el Encuentro de
Feministas Desorganizadas, convocadas por redes sociales; del
3 al 5 de noviembre se hizo el primer Encuentro de Mujeres del
Uruguay (EMU); del 23 al 25 de noviembre montevideo fue sede del 14º
Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (EFLAC); el 13 de
diciembre se aprobó la ley del gobierno sobre violencia de género
contra las mujeres; al 19 de diciembre murieron por violencia de
género 34 mujeres. Los colectivos feministas también se
multiplican: Mujeres en el horno, Coordinadora de Feminismos, Célica
Gömez, Minervas, Mizangas, Feministas en Alerta y en las Calles,
Paro Internacional de Mujeres, Cotidiano Mujer, MISU, Mujeres de
Negro, Ni una menos, La caída de las campanas, Decidoras
desobedientas, Feministas antiespecistas.
Sin
duda el movimiento feminista crece en Uruguay, aunque no es nuevo ni
estrictamente nacional. La lucha feminista por América Latina no es
sólo una canción sino una red que crece y se expande, que involucra
a perspectivas ideológicas y tácticas diferentes, que consiguió
hacer parar y sacar a la calle a millones de mujeres el 8 de marzo
pasado; que sale de negro o de violeta; que consiguió hacer un paro
masivo con adhesión de los “machirulos” del Pit-Cnt
(señalando
esas comillas las no menores polémicas que generó en la interna del
movimiento); que busca todo el tiempo formas de manifestar, de
prevenir, de dar herramientas a otras mujeres en situaciones jodidas.
Las
diferencias entre los feminismos no son menores e involucran desde la
relación con el sistema político hasta las posturas con relación
al punitivismo. Los feminismos que rechazan toda forma de violencia y
los que quieren “jugar al ahorcado”, los que planifican acciones
y alianzas y los que rechazan toda forma de institucionalización y
estabilización de las formas de lucha, los que creen en el lobby
político
y los que proponen la acción directa, los que buscan “educar” o
sensibilizar a los hombres y los que quieren castigarlos, los que
entienden que hay que rechazar sí o sí toda forma de violencia y
los que creen que estamos inevitablemente atravesadas por ella. Estas
tensiones hacen parte del movimiento y su heterogeneidad y plantean
al feminismo como un campo que también está en disputa, aunque
intentando articular sus diferencias. “Diversas
pero no dispersas”,
como decía el lema del Encuentro Feminista de América Latina y el
Caribe (Eflac).
Evitar la dispersión quizás sea uno de los principales desafíos
del feminismo, para que su multiplicidad no disminuya sino que
alimente su potencia.
“Alerta
antes; antes del primer grito, del primer acoso, antes de que el
cerco de violencia y muerte se cierre.”5
Lo
cierto es que no podemos evitar la próxima muerte ni la próxima
violencia, pero sí podemos sentir que la vida se intensifica al
estar juntas, al gritar que si tocan a una nos lastiman a todas y a
todos. No podemos evitar la próxima puñalada ni la próxima alerta,
pero podemos percibir que el movimiento crece. Se habla de “marea”,
y en vez de puños en alto se alzan manos haciendo olas. El feminismo
no es sólo cosa de vaginas: nos metemos de lleno en la disputa por
la vida, por los cuerpos. Nuestra violencia es decir no a la
tentativa permanente de avasallamiento del poder. Las alertas
feministas son hechas para impactar sobre la opinión pública pero
sin duda su singularidad está en la capacidad de producir
subjetividad militante, empoderamiento y solidaridad femenina, un
mundo político donde la territorialidad machista es desplazada por
flujos colectivos que aparecen y desaparecen, que encienden fogatas
en la calle, que bailan para espantar a la muerte, que inventan sus
propias canciones y ritos, que lloran a sus muertas abrazándose,
sabiendo que la rabia es autodefensiva y que la búsqueda es de amor.
El
feminismo lucha inherentemente en múltiples planos a la vez: no
puede elegir entre la micropolítica o la macropolítica. Ni las
movilizaciones ni la toma de conciencia ni la articulación colectiva
ni las leyes pueden evitar el próximo asesinato (¿o sí?). Sin
embargo son imprescindibles, y juntas promueven transformaciones que
impactan en las formas de vivir, de amar, de hacer política, de
coger, de salir a la calle, de pensar nuestras diferencias y nuestros
horizontes en común. Las Alertas son una coreografía de
movilización que anima a despertarse a un tipo de política que hace
cosas que aún no sabemos.
“Alerta
para estar, para cuidar a la que se cae, para abrazar a la que no
está pudiendo. Alertas para saber que juntas somos fuertes.”6
No
todos festejan esta fortaleza; el feminismo es visto como peligroso
por quienes adhieren al sistema actual de desigualdades y/o se
incomodan con la exposición de sus privilegios. Pero no hay
privilegio sin sometimiento y es por eso que el feminismo tiene
también una contrarrevolución enfrente. Muestra de ello es el
ataque constante desde el frente de los (y las) “incorrectos”, o
la presencia de infiltrados policiales en las últimas dos alertas
montevideanas, o la represión sufrida en Argentina y Brasil por
manifestaciones feministas durante este año. Las dos últimas
alertas tuvieron una particularidad. En la del jueves 7/12 - por el
asesinato de Alison Patricia Pachon Toranza de 20 años por parte de
su pareja apodado "kiqui" en el barrio Tres ombúes de
Montevideo y solo dos días después de la realizada en nombre de
María Noel Bourdín Díaz, de 30 años, asesinada por su ex pareja
Miguel Maldonado, en la ciudad de Dolores. - unas algunas de las
manifestantes declaran haber visto una mujer que portaba un arma y
retrataba permanentemente a lxs manifestantes con su celular,
acercándose también de tanto en tanto a un auto blanco que
acompañaba a la marcha. El 14 nuevamente una mujer rubia, alta y de
pelo corto se hizo presente sin dejar por un instante de filmar y
fotografiar a las asistentes a menudo fingiendo sacarse selfies o
cantar canciones que visiblemente no conocía. No es raro si
consideramos que recientemente se conocieron listas de activistas
fichados por redes de espionaje secreto del propio estado uruguayo.
“Salimos
a la calle porque sabemos que no son hechos aislados, porque sabemos
que esta violencia es estructural y nos violenta todos los días.”7
Nombrar
a los muertos, nombrar las luchas, escrachar al poder. En un momento
en que el continente vive una afrenta neoliberal, autoritaria,
represiva que muestra que nos atraviesan luchas en algún punto
semejantes, el feminismo emerge como una lucha trasnacional e
interclasista, en la que sin embargo son las mujeres pobres las más
oprimidas por un capitalismo en alianza con el patriarcado.
La
articulación internacional es clave para la construcción de
feminismos latinoamericanos que dialoguen con otras luchas que
actualmente atraviesan el continente, dándonos cuenta de que nuestra
desintegración ha sido aprovechada por un poder neoliberal dispuesto
al extractivismo más salvaje de nuestras vidas. Ante esto la
relación entre el feminismo uruguayo y el argentino y el brasileño
resulta clave. Ni Una Menos es uno de los focos de irradiación de
este intento de internacionalización, y desde dicha organización ya
se han comenzado a pensar acciones para los meses que vienen.
En
conversación con Verónica Gago vocera del movimiento destacaba
algunos ejes que está teniendo esta planificación. En primer lugar
sobre el 8 de marzo de 2018 se maneja un “concepto del paro como
proceso; se va tejiendo el paro a partir de acciones en distintas
escalas, en distintos lugares, con organizaciones, muy diversas. La
idea de pensar el paro con esta temporalidad supone correrse del paro
como acontecimiento aislado y espectacular. Esto pone la pregunta de
cómo se conectan modalidades de organización y de visibilización
que tienen una fase más callejera y más masiva, con una dinámica
organizativa que es más cotidiana y que tiene otra economía de
visibilidad”. Sobre
la internacionalización del movimiento Gago comentaba que en el
presente “se está organizando y ampliando la red internacional y
actualizando a partir de las coyunturas concretas en que los
distintos países están luchando o protestando u organizándose. En
el caso de Argentina, pero hemos constatado que no solo acá, la
cuestión del ajuste, la crisis y el papel que están teniendo las
finanzas en ese ajuste y en esa crisis es un tema que intentaremos
profundizar. Nos interesa vincular la cuestión financiera con el
precio de los alimentos y de los medicamentos y cómo estas
cuestiones afectan de manera especial a las economías populares, en
particular al modo en que esas economías tienen como protagonistas a
las mujeres”. Otro de los ejes fuertes en torno a los que se están
construyendo articulaciones tiene que ver con “la conflictividad
que se organiza alrededor de lo que se viene llamando
cuerpo-territorio y eso incluye conflictos sobre la cuestión de
neoextractivismo y conflicto de tierras, la cuestión del aborto que
es una problemática aún muy presente para toda américa latina,
hasta las nueva formas de violencia que organizan estos conflictos
por el cuerpo territorial”.
El
deseo y la necesidad de luchar es enorme y se mueve como el gas: se
mete en todos lados, traspasa los cerramientos y junta a los cuerpos,
mueve plazas y contingentes, llega a la casa de quien nunca se pensó
feminista ni oprimida, llega a los whatsapps y a las camas, es
invisible pero igual pega, y fuerte. Somos los hijos de todas las
luchas que nunca pudieron quebrar. Somos hijas de una historia de
luchas y de un presente de sublevación y revuelta en América
Latina. Por un momento imagino que contamos hasta 34 como en las marchas por los 43
normalistas desaparecidos en Iguala; me imagino en el congreso de Rio
de Janeiro, donde hace poco grité y lloré con mujeres por la
legalización del aborto y por el cuerpo de las mujeres pobres, y en
cómo llegó la policía a intentar dispersar con gases pero tuvo que
replegarse al ser enfrentada (verbalmente) por mujeres (algunas
acompañadas de sus hijos); pienso en las mujeres indígenas de
Bolivia o Ecuador con su ancestralidad revolucionaria corriendo en
las calles y en las venas, en las mujeres palestinas y kurdas, en la
lista de femicidios de este año en Paraguay y cómo al leerla
aparece un macabro parecido de los casos entre sí y con los
uruguayos, me recuerdo con la garganta ahogada por una angustia que
al principio no me dejaba ni cantar pero que se ha ido volviendo
fuerza en la sucesión de alertas, al ver que no estoy sola y que
ellas tampoco lo están. La
capacidad de cuidado que siempre está para otros la estamos
disponiendo también para nosotras mismas. La solidaridad también.
“Sororidad” es la palabra que viene a revertir demasiados siglos
de vivir en función de un mundo organizado por y para los hombres.
Estamos
alertas y en las calles, estamos aquí y ahora, estamos para
transformar. El amor nos guía y la rabia es la manifestación de su
instinto de supervivencia. Vivas y juntas nos queremos. Dicen
que el feminismo es violento: nuestra violencia es existir.
Lucía
Naser
1. Consigna repartida y leída en la alerta feminista del 14 de diciembre en la plaza Cagancha, con motivo del asesinato de Araceli Umpiérrez.
2. Facebook de la Coordinadora de Feminismos Uy.
3. Consigna repartida y leída el 14 de diciembre en la plaza Cagancha.
4. Ídem.
5. Ídem.
6. Ídem.
7. Facebook de la Coordinadora de Feminismos Uy.
TEXTO EN BRECHA:
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