El
movimiento de un paro
Previa
del 8M
El
despertar de la conciencia feminista no es solo el tomar conciencia
de la pertenencia a una clase histórica y sistemáticamente oprimida
sino entender el entramado de relaciones que organizan ese poder.
Implica
además pensar en cuanto y como se ha vivido bajo esta fórmula
opresiva. Hay algo de empoderador – a lo “proletarios uníos”
pero traducido a sororidad - pero con certeza también hay algo de
doloroso; propio y ajeno. El despertar feminista tiene que ver con
adentrarse en los laberintos de la subjetividad y encontrarse llena
de estructuras y trampas. Con estar dispuestxs a hacerlo. Es por lo
tanto una revolución política que empieza en la subjetividad y
termina en ella, pasando por todos lados, devela el modo en que la
sociedad nos hace interiorizar sus formas de vida a
la carta
y
se adentra a territorios tan íntimos como los de la sexualidad y el
deseo a pautar sus formas y sus contenidos. Y es así que mientras
nos hacemos feministas en tanto miembras de un movimiento social,
hacerse feminista es deshacerse por dentro, rehacerse, entender la
automatización de líneas discursivas que es difícil desenmadejar.
Esto implica una enorme complejidad para cualquier sujeto político e
inclusive nos exige repensar la idea misma de sujeto. ¿Qué
subjetividad puede llevar adelante una revolución que sabe que
implicará deshacer parte de sí misma? El desafío - individual y
colectivo - es atravesar por ello sin llevarse sobre los hombros una
mochila gigante de resentimiento. En otras palabras: ¿cómo seguir
diciendo “amor”?
Generalmente
pensamos en los procesos revolucionarios como la materialización
violenta y colectiva de una convicción muy fuerte. En el feminismo
hay convicciones y hay colectivo pero el enemigo es justamente la
violencia. ¿Cómo se libra una guerra en este campo de batalla? La
pregunta pone de manifiesto que guerra no es la palabra. Quizás
lucha se ajuste mejor al enemigo al que el feminismo se enfrenta.
Sería
ingenuo y hasta obsceno exigirle al feminismo que se organice como
una sororidad alegre que festeja la mujeridad e invita a los hombres
a sumarse. El feminismo ha tenido logros pero hay aún demasiados
debes, mientras tanto encuentra en su avance más y más cuerpos
muertas y masacradas por hombres con quienes mantenían relaciones
“amorosas”. La muerte por violencia machista nos duele porque va
al núcleo del problema: la vida. Pero también porque toca la
colonización de nuestras formas de amor por parte del machismo.
Si
la lucha feminista se radicaliza es porque existen razones para ello;
sintéticamente, una historia de fracasos y de falsos triunfos, de
“inclusión”, de igualdad demagógica pero no efectiva. La vía
progresiva de la lucha feminista se ha mostrado incapaz de generar
transformaciones de base y la historia ha dicho demasiadas veces
“espera”. La radicalización de la lucha feminista se traduce - y
lo celebro - en políticas que no buscan alegrar o convencer a los
reaccionarios ni a los misóginos, sino modificar las relaciones
sociales que ellos reproducen. Hay otras políticas que no pueden ser
ejecutadas desde el estado u Ong alguna y que también implican
radicalización. Ellas tienen que ver con políticas de la vida y de
formas de vida, con subjetividades en movimiento, con encontrarse en
la diferencia. El gran desafío es creo, encontrar la rabia necesaria
para la radicalización sin confundirla con el odio o la persecución
pues sus formas inhiben la emergencia de nuestros anhelados
contenidos.
La
revolución feminista enfrenta un desafío parecido al de otras
revoluciones; su radicalización y conducción es llevado a cabo por
un núcleo cuya toma de conciencia, refinamiento crítico, y
conocimiento de medios y tácticas ha ido madurando, encontrando
consensos, creando líneas teóricas y espacios de práctica;
formando un movimiento. Para suceder, la revolución cuenta (y
necesita) con una base social de hombres y mujeres que adhieren de
formas desparejas y a veces contradictorias al apoyo de esta causa.
En
relación a esto pienso en dos problemas actuales para el feminismo.
Uno tiene que ver con que no funciona como otras luchas: sabemos que
el problema del machismo tiene que ser atacado en toda su complejidad
y por eso es difícil aislar un par de puntos de consenso. Este hecho
no puede derivar en la expulsión del movimiento de sujetos que
desean apoyar la lucha pero no en los términos que la vanguardia del
movimiento ha definido como los más efectivos. La revolución
feminista tiene que poder lidiar con este carácter incontrolable, y
pensar en él como una potencia y no como una desventaja o problema a
resolver. No le hagamos violencia doméstica al feminismo; llamémoslo
a crecer en sus formas diversas, imperfectas, procesuales,
incontrolables, sexuales, transgenerativas, dispersadoras de poder.
La revolución tiene que suceder en cada casa y en cada cuerpo y no
vamos a estar ahí para supervisarla. Y todo lo que se va de control
tiende a la imperfección pero tiene como contrapartida una enorme
potencia. En este sentido celebro las formas de adherir al paro de
colegas del interior del país, de las amigas que nunca se
manifestaron antes, de los (a menudo torpes) hombres que sienten
propia la causa, de las pintadas y flyers de los barrios cuyas
gráficas y consignas pueden shockear a mi sensibilidad posmoderna de
académica universitaria y artista contemporánea. Aunque no siempre
leo los mensajes de constelaciones y gestalt que se cuelan entre las
cadenas de whatsapp, celebro el crecimiento de la idea de hermandad
femenina entre mis amigas con hijos, que van rumiando al feminismo
pero que no están dispuestas a dejar de amar a sus parejas. Lo
celebro entre mis amigas “despolitizadas”. Me parece crucial que
ellas entiendan que no se trata de odiar a los hombres sino de
amarnos más y mejor. Celebro (y lo celebro como un triunfo de esta
lucha)
la adhesión del PIT-CNT, una organización con mucho de machista y
violenta a la que el feminismo ha logrado interpelar radicalmente.
Celebro la articulación de organizaciones y sujetos tan distintos
que está logrando el feminismo. Celebro que un paro no sea definido
por grandes centrales sindicales sino por mujeres en movimiento.
Puede
decirse que en estos reductos de diferencia se encuentra la garantía
de cooptación del movimiento, que hay que diluir todo feminismo
diluyente, que la intransigencia y la violencia es lo único que los
hará retroceder. Yo sigo dudando de si son estos los medios. La
tragedia llama a la tragedia y la sedimentación de estereotipos no
tiene otro destino que la confirmación de que los hombres son unos
hijos de puta y las mujeres las cabezas de la sensibilidad que da
lugar a las familias (biológicas o elegidas). El biologicismo nos ha
impuesto el sometimiento machista, no recurramos a él
desesperadamente. Esto no implica una traición al núcleo de la
lucha sino una disputa por el significado de las existencias que
emergen bajo la palabra “mujer”.
El
8 de marzo movilizará a través de cuerpos de-generados a la
cuestión de la mujer en todo el país y en muchísimos lugares del
mundo. Nuevas organizaciones emergen y aquellas que habían
representado a los clásicos sujetos de lucha se reorganizan; no es
fácil cómo se pasa del “el trabajador” a la mujer y como se
hace un paro donde “el patrón” no puede ser llamado a un consejo
de salario ni a una mesa de acuerdo. Lo personal es político.
Pintadas y carteles se preparan hace semanas; asambleas y adhesiones;
bonos colaboración, spots, comunicados y entrevistas. La mujer es el
sujeto de lucha y por quién es esta lucha, simultáneamente. Nace
así por estos años la historia de una transformación que ojalá
podamos contar cuando seamos viejas y hayamos no tenido o quizás
tenido nietos. La contaremos entre amigas y en medio de otras nuevas
viejas luchas que por entonces serán las urgentes. La contaremos por
las que murieron jóvenes en manos de sus parejas. La contaremos
tocando y tocándonos, desde un encuentro extraordinario de ideología
y afecto, ese punto orgásmico de la política.
Para
ello necesitamos un feminismo que no sea la otra cara del machismo
sino mucho mejor que él; que no sea el opuesto antagónico de la
genitalia fálica que nos ha estructurado desde los salarios hasta el
deseo; que entienda que la soberanía de los cuerpos es viable
colectiva y no individualmente; que se constituya un movimiento de
solidaridad y política en el sentido más desestabilizador de lo
sensible, un movimiento que entiende que la lucha consiste en esto;
caminar juntas y juntos, tomar el poder sin pedirlo, dar pasos
convencidos sin nunca olvidar lo importante que resulta ir
transformándonos en el camino. Si “el macho” opera con sus
verdades por medio de una aplanadora inquebrantable, nos damos el
lujo de construir nuestra fuerza desde el reconocimiento de nuestra
vulnerabilidad que es al mismo tiempo la promesa y potencia de
nuestro empoderamiento. El feminismo es una lucha por objetivos
concretos pero también fuertemente basada en la experiencia. Hacia
esa experiencia vamos este 8 de marzo y el paro es para los
adversarios pero sobre todo para despertar nuestra consciencia,
alzarnos diciendo basta, reconocer la diferencia entre los discursos
de amor y los actos de guerra, reconocer la diferencia entre lo
elegido y lo impuesto, reconocernos en la diferencia sin
indiferencia.
Para
quien duda de si el feminismo está creciendo piense cómo pasó
usted - si es que pensó en absoluto en la mujer - los pasados
8M.
* Publicado originalmente en: <https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/3/el-movimiento-de-un-paro/>
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