Foto: Rebelarte
Una marcha más, y ya son veintidós.
1996 fue la primera vez que fuimos a Jackson y Rivera y luego a 18
con nuestros carteles y velas. 1996 es otro país, o no tanto.
Demasiado el mismo país. Cuatro décadas se demora ya la verdad, y
la justicia muchas más. Décadas en las que algunos dejaron de
quererlas, golpeados por dos confirmaciones populares de la impunidad
de los crímenes de lesa humanidad, golpeados por la indiferencia,
golpeados físicamente y emocionalmente.
Y marchamos de nuevo. Los relojes
nuevos de la IM dicen 13º de frío y escriben intermitentemente
“mañana” sobre la cabeza de los manifestantes. Apenas un poco
más arriba se ve la publicidad de un niño con su madre, él le
agarra los cachetes y ella se ríe. En la tardecita fría se juntan
grupos o solitarios. Por los costados de la marcha pasan edificios y
casas que con su luz y tele prendida alumbran la indiferencia y nos
la ponen en la cara. Algunos eligen elevar sus consignas desde el
costado como diciendo acá estoy pero no pertenezco. Otros pasan y
nos etiquetan de anacrónicos, de obstinados, de obsesivos. Juntamos
dolor explicándole veintidós, veintitrés, veinticuatro y veinte
mil veces a gente que queremos mucho por qué la marcha del silencio,
por qué de estos brazos de viejitas cansadas que soltarán sus
pancartas el día que se mueran. Ese dolor es la continuación del
terrorismo que nos vive adentro.
Hace cuarenta años que los buscamos y
ya es sabido, si los milicos callan, es porque pueden. Algún milico
viejo mira la tv de su living, con sus hijos y sus nietos, y se ríe.
Se ríe porque puede. Se ríe con los asesinos, con los gordos del
Sirpa en la dirigencia sindical, con el “nunca más uruguayos
contra uruguayos”, con la épica de la guerra tupamara, con el
cambio en paz, con “mirar para delante”, con la represión en los
barrios, con la persecución a grupos “radicales”, con la
democracia disciplinada, con los trancazos judiciales, con el
espionaje militar, en fin, con el estado. La impunidad no es un
capricho, es regla del juego y si se acaba el juego ¿Quién pierde?
Otra marcha más, y ya todas se
parecen. El silencio que avanza, lo conocemos de siempre. Pero otra
vez lo escuchamos, y vamos. No tiene mucho más para decir, que el
estado es responsable, todos lo saben. Lo ominoso siempre es parte de
esta multitud silenciosa. Hay lenguaje en el silencio y no podemos
dejar que nos hable. Hay un “nunca lo sabrás” en este silencio y
en el acto de la desaparición. Es por eso que este dispositivo de
manifestación es potente pero también agota. Es por eso que el
silencio performa o metaforiza la impunidad reinante en nuestro país
y por eso lo ponemos en la calle.
Pero este silencio también se nos
puede meter en la garganta y en los huesos, este silencio nos hace
cantar el himno con voces cada vez más sofocadas, y el tiranos
temblad es un hilo fino de voz que la tristeza no deja retumbar en la
avenida. Palmas tímidas. Cuerpos moviendo lo que no puede moverse.
El silencio no puede ser confundido con el de un velorio: acá no hay
cuerpos ni certificados de defunción, no hay “causa natural”, no
hay explicaciones.
En esta marcha se juega algo sagrado.
Quizás tiene que ver con a quien, en el fondo, podemos llamar
compañero. También con rumiar las derrotas y con sentirnos solos,
aún acompañados. Es difícil discutir políticamente lo sagrado. El
ritual de la marcha nos pone en un estado de ánimo que no existe en
otras manifestaciones, en el que hacemos un duelo que no sabemos
cuando va a terminar, ni cómo nos va a ayudar a pensar a la lucha de
los desaparecidos, y a la nuestra, por la construcción de otro
mundo.
El estado tiene como obligación
preservar nuestros derechos, e incumplió con su parte del contrato
social. Y es responsable, pero que reclamarle que se haga cargo no
nos haga pensar que lo que pasó fue que el estado se volvió loco y
que la sociedad fue una víctima. Que el discurso de los derechos
universales y atemporales no nos haga olvidar que hubo lucha en los
60 y hubo lucha en los 80 y hubo lucha, brutalmente desigual, en los
70. Que el estado no es algo abstracto, sino un terreno de disputa, y
en esa disputa ganaron intereses imperiales y oligárquicos, y siguen
ganando, aunque ganemos. Queremos que el estado nos proteja, pero
también tenemos que protegernos entre nosotros.
Si llamamos por su nombre a esta
impunidad, se llama ‘si la izquierda se hace la loca nos matan a
todos y no pasa nada’. El problema con la palabra impunidad es que
nos hace pensar que si tan solo encontráramos y castigáramos al
culpable, algo mejoraría. Y el culpable es el torturador, o el que
mandó al torturador, o el que pactó con el torturador, o el que
aceptó ese pacto, o el que aceptó que se plebiscitara ese pacto, o
el que pertenece a una organización que no puso el hombro, o el que
se conformó con ver al Goyo esposado, o el que dijo que no se podía
revertir lo votado en un plebiscito, o el que no hizo suficiente, o
el que no votó en el congreso, o en el parlamento la derogación, o
la anulación, o el que no rompió con el que no votó. Y sí, hay
responsables entre nosotros, y hay que hacerlos responsables, pero
que la culpa y la melancolía no nos coman ni nos hagan caníbales, y
que este dolor sirva para ganar ánimo y seguir la lucha.
Marchar juntos no puede encontrarnos en
un lugar cómodo, no puede ser un entierro en el que nos consolamos
entre nosotros. Y no puede encontrarnos complacidos por sentir dolor
ante la causa. Los desaparecidos no aparecen, y por eso no los
podemos enterrar, y por eso tampoco podemos enterrar la razón por la
que los desaparecieron, ni la razón por la que peleamos ahora. ¿Cómo
dar voz al grito que vive abajo de este silencio?
* Texto escrito por invitación de
Rebelarte para la 23º Marcha del Silencio en Uruguay.
Hoy a las 19hs marchamos nuevamente.
Por: Gabriel Delacoste, Santiago Pérez
Castillo y Lucía Naser
Integrantxs de entre.