cuando vi esta imagen en atenas - que sigue siendo un ágora cuyo diálogo sigue y sigue desde las infinitas pegatinas que gritan consignas, rostros y textos desde las paredes - me conmovió muchísimo porque decía todo sin una sola palabra.
nada contra ellas, las palabras, que son además de mi pasión, la gran materia prima de esa ciudad a lo largo de más de 25 siglos. pero es cierto que entre el griego y algún que otro árabe, las letras se convirtieron en esos días en un montón de simbolitos ilegibles que le aumentaron a fuerza de necesidad el volumen a la necesidad de leer la potencia simbólica de los cuerpos, los gestos, las imágenes, los silencios. la ilegibilidad me es incómoda porque ando tanto entre textos que no poder interpretarlos me hace sentir casi a ciegas. al mismo tiempo, en este presente donde la escucha es una especie de animal en extinción y la sobreproducción de textos los vacía de su posibilidad de hacer cosas, agradecí esas imágenes tan complejas y tan fuertes como andar por la vida caminando junto a gente que amamos y que está presente siempre, y presente aún sin estar cerca.
esta imagen quiero grabarmela y compartirla porque son tiempos de un exceso de demanda de “ser alguien”, de diferenciarnos, de tener una personalidad y una opinión sobre todo, de ser únicas y singulares, de pensar la libertad sólo en términos individuales, de usar la crítica menos para estar con otrxs y más para destruirlxs, de la economía del gano-o-pierdo ocupando el lugar de los afectos.
entonces la tomo como una especie de regalo de esa ciudad que amé y de álbum de viaje (y no es que no haya vuelto con los ojos llenos de cientos de imágenes increíbles y que pulsan fuerte). la tomo y la devuelvo a esta ágora sorda y en ruinas que es internet, para contarselas a esas personas que amo tanto y lo saben, y con las que quiero seguir caminando juntes siempre. y también para las que están solas, a ver si lxs dioses indisciplinadxs de esa grecia que me llamaba hace tanto tiempo con tantas voces diferentes, tuercen un poco el camino y les arriman manos que ayuden a aflojar un poco, a arrimarse al calorcito de otras palmas, a caminar con otres, que es la única forma en la que (creo) tiene sentido hacerlo.
nada contra ellas, las palabras, que son además de mi pasión, la gran materia prima de esa ciudad a lo largo de más de 25 siglos. pero es cierto que entre el griego y algún que otro árabe, las letras se convirtieron en esos días en un montón de simbolitos ilegibles que le aumentaron a fuerza de necesidad el volumen a la necesidad de leer la potencia simbólica de los cuerpos, los gestos, las imágenes, los silencios. la ilegibilidad me es incómoda porque ando tanto entre textos que no poder interpretarlos me hace sentir casi a ciegas. al mismo tiempo, en este presente donde la escucha es una especie de animal en extinción y la sobreproducción de textos los vacía de su posibilidad de hacer cosas, agradecí esas imágenes tan complejas y tan fuertes como andar por la vida caminando junto a gente que amamos y que está presente siempre, y presente aún sin estar cerca.
esta imagen quiero grabarmela y compartirla porque son tiempos de un exceso de demanda de “ser alguien”, de diferenciarnos, de tener una personalidad y una opinión sobre todo, de ser únicas y singulares, de pensar la libertad sólo en términos individuales, de usar la crítica menos para estar con otrxs y más para destruirlxs, de la economía del gano-o-pierdo ocupando el lugar de los afectos.
entonces la tomo como una especie de regalo de esa ciudad que amé y de álbum de viaje (y no es que no haya vuelto con los ojos llenos de cientos de imágenes increíbles y que pulsan fuerte). la tomo y la devuelvo a esta ágora sorda y en ruinas que es internet, para contarselas a esas personas que amo tanto y lo saben, y con las que quiero seguir caminando juntes siempre. y también para las que están solas, a ver si lxs dioses indisciplinadxs de esa grecia que me llamaba hace tanto tiempo con tantas voces diferentes, tuercen un poco el camino y les arriman manos que ayuden a aflojar un poco, a arrimarse al calorcito de otras palmas, a caminar con otres, que es la única forma en la que (creo) tiene sentido hacerlo.
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