“El
cuerpo puede tantas cosas en las fábulas que el espíritu se espanta
con eso”.
Michel
Serrés
19
de abril de 2019.
Hace
una semana y tres días que nació Nadia y entre teta y teta, mimo y
mimo y paso de mano a mano de su cuerpito entre mi pareja y yo
escribo este relato. Sé que escribirlo significa el fin de una etapa
hermosa pero también significa que otra muy maravillosa e increíble
ya comenzó. Mientras estaba embarazada y leía experiencias de otras
pensé mucho en como iba a ser este relato. Ahora al empezar a
escribirlo, no sé qué palabras tendrá pero ya sé lo que cuenta y
sé que es una historia feliz, pese a que no es como me había
imaginado.
Y
es que decir y pensar que el momento de nacimiento - el parto - es un
momento de pérdida de control e imprevisibilidad es diferente a
atravesarlo. Como la mayoría de experiencias relacionadas a la
maternidad, cuando se hacen carne entendemos lo profundo que dejan
huella. Y en nuestro caso la dejó: una enorme sonrisa que me
atraviesa la pelvis y que aún se cura mientras escribo esto. En
estos días me amigué con esta cicatriz y le agradecí porque es una
marca que me va a recordar siempre el nacimiento de nuestra hija y la
forma que nos tocó y que pudimos atraversarlo. Mezcla de agencia y
de eso siempre incontrolable que tienen los evento realmente
importantes en la vida.
El
embarazo de Nadia fue perfecto. No solo porque apenas nos permitimos
no cuidarnos ella fue concebida - en los primeros días de la luna de
miel tipo de película - sino también porque ambxs lo supimos en
seguida sin que mediara ningún test e hicimos todo el viaje
conscientes de que ella ya estaba ahí. Nos dimos mucho amor y
miramos el mundo y hablamos del futuro. Me di baños en el Egeo
pidiendo a las diosas griegas que la cuidaran y dejé de tomar
alcohol y a sentir la conexión desde muy temprano. Luego vino la
confirmación y muchos meses de placer juntes. Digo placer porque
mientras ella crecía hicimos de todo: viajamos, hicimos un par de
obras de danza, fuimos a marchas, militamos, hicimos un tetazo,
filmamos videos en la calle, cogimos un montón, comimos de todo, y
entré en un estado de plenitud y sensorialidad que nunca había
tenido en mi vida (lo que para mi es “calma” quizás no lo sea
para otres pero para mi fue un descubrimiento).
Empezamos
a prepararnos para su llegada desde muy temprano y yo a cambiar mi
eje (y mi alineación literalmente) muy progresivamente. La maravilla
de los nueve meses y que poco a poco los cuerpos muten tan
radicalmente. El hecho de tener el verano y de que empecé la
licencia maternal en la semana 38 también nos habilitó muchas
charlas y discusiones con Gabriel sobre cómo queríamos hacer esto,
qué cosas eran importantes y cuáles no, cómo encontrar nuestra
manera de atravesar esta experiencia, qué hacíamos con las
expectativas ajenas (y las propias), qué hacíamos con nuestras
diferencia, y sobre todo lo fuerte que era el hecho de que se venía
una hija!
Hicimos
un curso para padres en la mutualista y otro de embarazo eutónico
que fue bellísimo y nos acompañó durante todo el proceso y durante
el nacimiento de una forma esencial. Me integré a una colectiva de
maternidades feministas y escribimos juntas y abrimos el grupo,
escribí un texto sobre política y gestación, escribí un poema a
Nadia y a Gabriel y muchísimos otros sin forma ni dedicatoria, leí
libros como el de Kaplan, Casilda Rodrigáñez
Bustos, sobre maternidades feministas, hice listas de canciones,
me acerqué a alguna gente y me alejé de otras, nos abrimos a todo
el amor y nos cerramos un poco a pasiones tristes de esa que abundan
adentro y alrededor.
Teníamos
fecha para el 2 de abril. Yo estaba – por algún capricho absurdo
que no hizo más que aumentar mi ansiedad – convencida de que iba a
nacer en marzo. Pensaba que como Gab y yo somos de ese mes ella
también lo sería y hasta tenía la esperanza que fuera piscis. No
hay que ser Freud para darse cuenta de cómo estaba proyectando mi
propia identidad en Nadia que es – y nos costó un rato aprenderlo
– ella misma y no una extensión de su padre o yo.
Como
si escuchara desde adentro y dispuesta a llevarme la contra, Nadia no
daba ni miras de salir. Yo nunca había estado embarazada a término
(si estuve una vez antes pero lo interrumpimos voluntariamente antes
de los tres meses), y haciendo alarde de mi contacto con mi propio
cuerpo empecé a inventar señales de que se venía o a leer las
señales de esta última etapa como de parto inminente cuando en
realidad eran simplemente una previa larga. Retrospectivamente es
fácil decirlo pero claro que no lo percibía así en el momento. El
embarazo había sido extremadamente cómodo y gozador y para mi
sentir las contracciones o presiones de las últimas semanas era algo
extraño y una señal que ya venía. Mientras tanto mentalmente
sostenía que estaba dispuesta a esperarla todo lo que ella
necesitara, etc. y estaba intentando eso, de veras. Pero no importa
que una tenga arriba 20 años de danza, hay coreografías que no se
aprenden en ninguna academia y pensamientos que se pueden repetir mil
veces con el lenguaje pero que no logran hacerse cuerpo. Creo que
incluso fue contraproducente mi “idea” de que por trabajar con el
cuerpo iba a ser capaz de sentir más o mejor y también las
expectativas ajenas de la gente que en la mejor me decía que iba a
tener un parto hermoso. Qué presión! Era casi como pasar un examen
en el que se esperaba o se daba por hecho que yo iba a hacerlo
genial, empezando por mi propia exigencia o expectativa.
Fue
así que terminó la semana 40 y se avizoraba el fin de la semana 41
y mi ansiedad estaba controlada pero presente (o nuestra). Oscilaba
entre esperar todo lo que fuera necesario y el miedo a que algo
saliera mal si se demoraba más el parto. Mi ginecóloga – en quien
confiábamos y a quien pedimos acompañara el nacimiento - había
comentado hace semanas que el cuello había empezado a acortarse pero
se había quedado en ese centímetro y no avanzado más en los
últimos días/semanas. Ella estaba dispuesta a ir incluso algunos
días más allá de la semana 41 pero era evidente que no podría ser
mucho más porque no se recomienda llegar a la 42 y no queríamos una
inducción demasiado acelerada ni poner en riesgo a Nadia. Ella
confiaba en que se desencadenaría solo y yo también pero no
sucedía. Creo que la sobre información me jugó en contra y que
mientras buscaba la conexión mente cuerpo algo se cerró en mí o al
menos trancó que algún proceso que no era mental se desencadenara.
El detonante fue el encuentro con un ecógrafo que logró sacarnos la
calma que veníamos atando con palillos. A él, días antes de la
inducción que ya veníamos avizorando como posible, el cálculo le
daba que estábamos en 41 semana y 4 dias e inclusive antes de hacer
el examen nos retó por no tener plan de internación y nos mandó a
ver a la ginecóloga ese mismo día (era jueves y nosotres la veíamos
el lunes para decidir la inducción en caso de que no hubiera llegado
Nadia).
Nos
fuimos ya en cierto clima de urgencia al prado donde estaba
atendiendo Flavia. Ella nos dijo que hacíamos lo que quisiéramos.
Me vio angustiada y me dijo que habiendo sido tan hermoso el proceso
no daba para terminarlo mal. Se puso a entera disposición y nos dijo
que a ella el cálculo le daba otra cosa. De haber mantenido la
cabeza yo habría habilitado algo que mi mente sabía: nuestro
cálculo también daba otra cosa porque sabíamos perfectamente la
fecha que no habíamos des-cuidado y eso nos daba terrible margen.
Sin embargo y sin importar cuántos textos y charlas habia tenido, no
logré que mi autoconfianza primara y me dejé ganar en alguna medida
por el miedo y la confianza a los sistemas expertos. Mientras me
preguntaba qué sentía que era lo mejor, tenía un miedo tremendo a
que un error de mi intuición le costara alguna dificultad a nuestra
hija. Me sentía desconocedora de mi cuerpo y de los pro y contras
que conllevaba cada alternativa. Temía que por ser obstinada le
pasara algo a Nadia y pero al mismo tiempo los relatos de espera
feliz me alentaban a desoír la indicación de la semana 41 y dudar
de la precisión de los resultados que ese oráculo redondo que los
doctores movían buscando la famosa fecha probable de parto. El
oráculo ginecológico le decíamos y nos reíamos, un poco irónicos
y otro poco nervioses.
Fue
así que decidimos comenzar una inducción en el día que se
terminaba la semana 41 o según el otro doctor al que nadie le había
preguntado, en díaa en que ya estabámos claramente en la semana 42:
lunes 8 de abril. Un par de días antes y sin saber ya cómo pasar el
tiempo de espera – durante el que nos dimos todos los gustos y los
mimos - habíamos tirado el iching con la pregunta ¿cómo va a ser
el parto?. La respuesta fue el hexagrama 51: doble trueno. La hija
mayor. Temor y caos, pero después todos ríen. Intentamos tomarlo
con calma y decidimos inventar un ritual para pedir que la llegada de
Nadia a este mundo y su encuentro con la vida afuera del útero fuera
con la mayor alegría y paz posible. Nos pusimos el despertador unos
minutos antes del amanecer, subimos a la parte más alta de la
azotea, nos hicimos dos trenzas una en cada cabeza enlazando con la
voz lo que deseamos esté para siempre enlazado en la vida: Gabriel
Nadia Lucía. Nos cortamos las trenzas y las pusimos en su cuaderno.
Dijimos un montón de cosas – o dije – mientras abrazaba a
Gabriel que estaba como era esperable somnoliento a esa hora – y
nos quedamos viendo como de a poquito el sol anunciaba su presencia
contra los muros de los edificios y los colores del cielo hasta
hacerse visible.
Al
día siguiente fuimos a un monitoreo de rutina indicado por nuestra
doc y los doctores de turno nos retuvieron unas 4-5 horas con otros
controles que les pareció necesario hacer en el momento: doppler e
interrogatorios varios. Obviamente eso no fue para nada
tranquilizador.
El
domingo como a las 23hs un pedazo grande del tapón mucoso se salió.
Lo tomé como una señal… confusa. Yo pensaba que ya se había
salido. Más dudas sobre la temporalidad de las decisiones me
vinieron al corazón pero intenté alejarlas. Confiar en que ya
estábamos ahí y con apenas una ayudita la cosa se iba a
desencadenar. Hacía días repetía: podes llegar, voy a abrirme para
vos, tenemos el poder de hacer esto juntes. Lo repetía como
visualizando que sucediera. Lo repetía invocando el encuentro con
ese ser que había imaginado cientos de veces en estos meses.
Acompañades
de Flavia y de un par de amuletos el lunes llegamos a la española
8am. Había sido una noche rara y unos días más que especiales.
Llegamos y esperamos un buen rato a que nos ingresaran y nos dieran
un cuarto. Apenas estábamos instalades llegó Flavia y empezamos con
el plan inicial: inducción con un cuarto de pastilla de misoprostol.
Me daba impresión porque un tiempo antes habíamos abortado con la
misma droga. Lo tomé y esperamos un par de horas donde poco pasó.
Leíamos y conversábamos. Intentaba pensar en la cabeza de Nadia
acercándose al cuello del útero y el cuello abriéndose, le hablaba
telepáticamente y también en voz alta diciéndole que era hora, que
estábamos ahí para su nacimiento. De a poco mi útero medio
perezoso empezó a tener contracciones, bastante suaves y
esporádicas. Poca cosa sucedió en las siguientes 12 horas en las
que cada 4 me tomaba un cuartito más. Hacia el final del día el
cuello casi no se había modificado y decidimos cortar con el miso
para descansar y arrancar al día siguiente con oxitocina. Recuerdo
mi decepción pero al mismo tiempo el agradecimiento de no apurar a
Nadia con más droga ese día. Recuerdo pensar en fugarnos del
hospital y mandar todos los calendarios a la mierda y simplemente
esperar. Recuerdo caminar por los pasillos entre las habitaciones,
ver a las madres ya con sus bebés y sentir cierta envidia, hablarle
a mi cuerpo y a Nadia y pedirles por favor que se abrieran. Recuerdo
llorar mucho y cruzarme con una enfermera que me dijo “a veces es
difícil el desprendimiento pero pensá que dentro de poco la vas a
tener así contigo”, e hizo un gesto de acunar. Recuerdo entender
mucha cosa con ese comentario; pensar en mi propia relación con mi
madre y como me he sentido demasiado soltada por ella - me puse
psicoanalítica pero si no es ahora entonces cuándo-; pensar en mi
aprensividad como cualidad inherente a una forma de amar que es
bastante mía y con la que me peleo afectiva y filosóficamente todo
el tiempo; pensar en qué loco todo ese sistema médico y protocolo
preparado para recibir o hacer llegar personitas al mundo; en cuánto
necesitaba a estas personas que nos estaban ayudando y cuánto
también me preguntaba si era ayuda o control o qué.
Durante
el tiempo que pasamos en la habitación 3 madres llegaron y se fueron
a la famosa “sala de nacer”, que para nosotres era como la
pantalla a la que teníamos que pasar en el videojuego que estábamos
protagonizando. Algunas terminaron en cesárea. Yo sabía que cuando
se abre la canilla de la intervención exterior las chances de
terminar en el quirófano se multiplican drásticamente. Lo sabía y
estaba preparada pero tenía toda mi energía enfocada en que no
sucediera. Hablábamos ocasionalmente con les compas de habitación,
decíamos entre nosotres que eran como personajes que una se va
cruzando en un camino tipo samurai. De todes teníamos que aprender
algo.
Esa
noche salí del hospital donde estábamos internades (des)vestida de
camisón y la pulsera de internada y di unas vueltas a la manzana. La
gente me miraba raro y yo actuaba normal. Eso me costaría un buen
rezongo de las enfermeras más tarde. La panza estaba enorme pero
sabía que esa noche no se desencadenaría. Pensaba en la historia de
mi nacimiento que había conocido hacía muy poco al preguntarle a mi
madre. Mi familia es una familia de contar pocas historias. Yo
también había sido inducida y nacido a las 6am luego de más de 24
hs de intento. Otra vez la proyección de mi en lo que era la vida de
nuestra hija y otra vez intentar zafar mentalmente de ese lugar. La
mente a veces es un laberinto para el cuerpo. O el cuerpo un
laberinto donde la mente en vez de ser guiada se embarulla y sale
corriendo y dándose contra los callejones sin salida.
Dormimos
como pudimos. Le pedí a gabriel que viniera a la cama y haciendo
cucharita y mimos pude descansar un poco. Una de las enfermeras
obviamente lo echó de la cama al verlo pero a mi no me importaba
nada.
8am
del martes: segundo día de inducción. Hoy iba a ser con oxitocina y
eso implicaba que iba a estar con una vía y por ende mucho menos
movilidad. A eso de las 7 u 8 me la pusieron. Con mi impresión a las
agujas tener un coso metido durante nosécuantas horas sería algo
como una tortura pero estaba entregada a hacer cualquier cosa para
que Nadia naciera y naciera bien.
La
oxitocina empezó a correr y las horas también y con ellas las
contracciones que se presentaron con bastante más fuerza que el día
anterior. Después de unas 6 horas de oxitocina yo estaba en uno 2-3
centímetros de dilatación, o sea, poco. Las contracciones estaban
pero eran bancables. Tanto que pude almorzar y leía
intermitentemente un libro de Deleuze sobre Spinoza: ni el cuerpo por
encima de la mente ni la mente por encima del cuerpo. Acompañaba las
contracciones con oooo como habíamos aprendido en el curso con Lucía
y en cada una de ellas intentaba imaginar la cabecita de Nadia y mi
cuello abriéndose, me concentré fuerte en esa imagen durante las 13
horas en las que tuve contracciones ese día. A eso de las 14hs
Flavia y la partera de turno evaluando la situación y lo lento del
progreso nos ofrecieron romper bolsa para ver si se aceleraba el
proceso. Nosotres sabíamos que estábamos en un punto donde la única
opción era ir hacia adelante. Dijimos que sí. Fue difícil para
ella romperla. Yo le daba la mano a Gabriel y lo miraba mientras
sentía como ella buscaba y buscaba adentro mío. De repente un
torrente de agua y de dolor me corrió entre las piernas y no iba a
parar hasta muchas horas después. Sobre las 14.30hs empezaba un
proceso que duraría hasta las 20hs. Las contracciones se hicieron
fuertisimas y frecuentes, cada 2 minutos, cada un minuto. Yo solo
aguantaba estaba estar en la pelota que nos habían prestado y las
atravesaba siempre con las ooo y siempre con la misma imagen.
Obsesivamente. Pegada a Gabriel que no se movía de al lado mío como
si pudiera absorber con su cuerpo una parte de lo que nos estaba
pasando. El líquido seguía saliendo de a chorros intermitentes y
también mis vómitos, y ambos corrían por la pelota y por el piso
como un río de humedades en una habitación que se había vuelto una
burbuja. Para mi no había nada afuera de ella. Ni tampoco había
nada afuera de la esfera que nos rodeaba a Gabriel a Nadia y a mi.
intentaba contactar con ella. Nos monitoreaban periódicamente y todo
lucía bien pero lejos aún el deseo de pujo, lejos sentir que
empezaba a pasar por el canal hacia afuera. Intentaba relajarme para
permitir que sucediera, lo intentaba con todo mi amor y con toda mi
fuerza. Con toda la imaginación y la carne y el apoyo de Gabriel.
Agradecia cada contracción casi tanto como me dolía porque pensaba
que cada una de ella me acercaba más a Nadia. No pensé ni en la
música que habíamos elegido, ni en las horas, ni en nada. A lo
único que atinaba a percibir era al cambio de luz en la ventana: de
sol de la mañana iba llegando la tarde y luego la oscuridad de la
noche. 18Hs y mi dilatación no progresaba. Las contracciones eran
tan fuertes que no podía parar de temblar ni siquiera cuando venían
a controlarme. A las 18h o algo así apagaron la oxitocina pero las
contracciones seguían intensamente. Yo ya no sabía que pasaba fuera
de mi cuerpo. Mi contacto era con Nadia, con Gabriel y con la
respiración y no podía nada más. A las 20hs nos ofrecieron la
epidural. Le pedimos a la doctora un momento para hablarlo a solas.
Pese al trance estaba según Gabriel “presente” y pudimos decidir
juntes. Yo no quería epidural, no quería aliviarme yo y dejar a
Nadia laburando sola, no quería que eso durara 12 horas más, me
parecía demasiado, me había vencido la lentitud del proceso y
estaba dejando todo en un partido en el que anotaba casi que cero
gol. Me parecía injusto con Nadia y algo en mí me decía que no era
una buena idea. Decidimos esperar una hora más y sino pedir una
cesárea: sentíamos que lo más importante era que ella estuviera
fuera, del otro lado de la piel, les tres juntes. Era nuestro mayor
deseo. Yo sentía que había dado todo lo que tenía y no sabía de
dónde sacar más fuerza. Dijimos no a la epidural y pedimos esperar
un poco más, una hora más. Yo no sabía cuánto más podía
aguantar así. Gabriel me apoyaba en todo pero también me decia lo
que iba pensando. Yo estaba muy cansada y desalentada porque no había
avanzado más de 4 de dilatación en tantas tantas horas. En
determinado momento Flavia ya no se fue. Nos monitoreaba
permanentemente y aunque yo no lo sabía, los valores a esa altura
habían empezado a dar cualquier cosa. Yo me dormía entre
contracción y contracción algunos segundos y tenía una especie de
sueños o alucinaciones, no sé, la mayoría nada relacionada a lo
que estaba pasando. Se me iba la cabeza y solo volvía cuando la
ráfaga de dolor se atravesaba y yo las viajaba con ooo y con el
contacto con Gab. Sobre las 21hs Flavia decidió hacer un nuevo tacto
para ver la dilatación y ver qué hacíamos. No hubo posibilidad de
elegir nada. Pese a que la dilatación había avanzado un poco más,
salió líquido amniótico con meconio y las palabras fueron claras:
hay que operar. Nosotres no dudamos ni un segundo y se desencadenó
una escena digna de ER sala de urgencias.
En
2 minutos me estaban poniendo una sonda en la uretra, en 3 minutos
estaba la camilla en la habitación, me rasuraban parte del púbis,
me empezaban a explicar el tipo de anestesia que me darían, a
explicarnos lo que tenía que hacer Gabriel y lo que tenía que hacer
yo. Salí de la habitación en la camilla. Yo solo veía el techo y
pensaba feliz que dentro de poco Nadia iba a estar afuera. Ese
pensamiento me llenaba de felicidad. Iba a nacer al fin. No me
importaba cómo. No me importaba que me “abrieran como un matambre”
como bromeábamos días antes. Las enfermeras gritaban ascensor
ascensor mientras correteaban conmigo en la camilla. Yo me abstraje
de todo pensamiento que no fuera la alegría de que estábamos por
encontrarnos. Parecía una especie de trance religioso. Llegamos al
block quirúrgico. Yo solo pensaba en ir a favor. Me explicaron que
pese a las contracciones fuertísimas iba a tener que quedarme muy
quieta y simétrica para que me dieran primero una anestesia local y
luego la raquídea. Pese a la urgencia de todes yo tenía la certeza
de que estaba todo bien, de que iba a salir todo bien. No me permití
ni un segundo considerar otra opción. Quería ir a favor, ir a
favor, ir a favor.
Cuando
la anestesia empezaba a correr entró Gab de tapabocas y uno de los
amuletos que me habían sacado colgado en su cuello. Me emocioné.
Podía ver sus ojos de miedo. Sentí la necesidad de tranquilizarlo y
empecé a hablarle desde la camilla desde donde con una tela me
separaban visualmente del procedimiento y del nacimiento de Nadia. Le
decía que todo iba a salir bien, que pronto la íbamos a conocer y
al fin estar les tres juntes, que los amaba con todo mi corazón.
Sentí el momento en que tironeaban para sacarla y le decía que está
naciendo Nadia. Me sentía profundamente feliz. En sus ojos podía
ver el reflejo de una escena Dantesca sucediendo pero yo intentaba
traerlo a la vereda de la felicidad de lo que estaba pasando. No me
hubiera gustado estar en su lugar y presenciar la urgencia con la que
sus dos amores eran primero cortados y luego manipulados con cierta
violencia. Aún abierta al medio, aún rodeada de médicos, aparatos
y sangre mi felicidad era plena y solo estaba concentrada en el
encuentro que por fin se produciría. Elevaron a Nadia diciendo acá
está madre pero no lo suficiente para que pudiera verle la cara.
Solo vi un casquito negro de su pelo abundante y morocho. Unos
centímetros más y le hubiera visto la cara. Me dio un poco de rabia
pero mi prioridad era que la atendieran a ella, que Gab me dijera si
estaba todo bien, que la cuidaran, que Gab pudiera tenerla cerca
mientras yo no podía. La llevaron a una mesita donde neonatólogo y
no sé que otro especialista la revisaban. Recuerdo que el doctor se
puso de espalda a mi bloqueandome la vista de ella (otra vez). El
encuentro se postergaba, parecía que no llegaba más pero ya
estábamos les tres ahí y Gab me decía que estaba bien. Que
respiraba, que era preciosa.
Uno
par de minutos después me la acercaron. Me pusieron su carita en la
mía y nada de lo que estaba pasando hizo que ese no fuera el momento
más feliz de nuestra vida. Agradezco no haber perdido eso, agradezco
que aunque no fue el parto de mis sueños – lejísimos – Nadia
estaba ahí, con vida.
Recuerdo
estar feliz de que ella y Gab se fueran juntes y que había algo de
justicia en que después de poder disfrutarla yo sola esos 9 meses
fuera él el que le diera la bienvenida al mundo. Como que la hacía
más NUESTRA hija y no sólo mía. Me llevaron a la sala donde las
mujeres se observan hasta que logran mover las piernas por si mismas.
Yo estaba cual Ema Thompson en Kill Bill. En unos 20 min ya movía
los pies, en media hora las rodillas. Bajamos. Se dio el encuentro
que será para toda la vida. Nadia se prendió a mi teta mágicamente.
Tantas horas de trabajo de parto habían hecho bajar la leche y ella
sabía perfectamente qué tenía que hacer. Esos misterios de la
vida. Esos momentos de la vida que no te olvidás nunca más.
Yo
temblaba bajando la tensión y al mismo tiempo lloraba, lloraba mucho
de felicidad. Estabámos solas les 3 en esa habitación horrible que
se volvió por unas horas el paraíso. Pasé toda la noche mirándola
a través de la cuna transparente. No podía creer que esa ser humana
estuviera adentro mío un par de horas antes. No podía creer tanto
amor. No podía entender la maravilla.
Me
costó bastante superar lo estresante y lo traumático. Me invadieron
en los siguientes días
los
¿qué hubiera pasado si…?. Por cada contrafáctico positivo
también hay uno negativo. Intenté buscar la culpa y culparme a mí
misma. Me fue difícil asumir que esa ideología de la conexión
mente cuerpo no había estado en carne. Que el parto placentero no
fue para nada el mío. Superar el orgullo de no haber “pasado la
prueba”, superar el ego herido porque otras personas fueron
protagonistas del nacimiento de nuestra hija (al igual que otras lo
serán de su vida). Busqué aprendizajes que me sirvan para nuestra
relación en lo sucedido y encontré mucho ahí. Me miré muchas
veces la cicatriz y aprendí a quererla y a querer lo que pasó. A
aceptar que fue nuestra forma. A amar lo que pasó. A ver como lo que
atravesamos nos unió a los 3 de una forma especial y única.
Me
pregunté si tanta intelectualización o politización de la
maternidad me estaría jugando en contra y puede ser. A la vez jamás
hubiera decidido ser madre sin contar con esas complicidades y
herramientas. Antes del encuentro con el feminismo y con compas que
estaban pensando y haciendo de la palabra madre, prácticas que nunca
me había imaginado, para mi la maternidad era sin matices un acto de
entrega al patriarcado. No estaba dispuesta y como en casi todas las
experiencias de mi vida, la intelectualización fue mi modo de
habilitar la entrada en la experiencia. La experiencia más hermosa
de mi vida.
Al
igual que la historia, el amor destella como nunca en los instantes
de peligro.
El
día en que escribo esto es el último de los antibióticos
post-cirugía, el día en que dejé de tomar los analgésicos y me
comí el helado de reserva para antojos urgentes que esperaba en el
congelador, el día en que volvimos a hacer el amor (o lo más
parecido a eso en la cuarentena), el que por primera vez me reí a
carcajadas sin que me doliera, el día en que volví a caminar las
calles de la espera, y que la luna que era nueva en su nacimiento
(9/4) hoy está llena (19/4) y Nadia descansa con el padre mientras
el aire me pega en la cara como diciendo: esta es la vida!
Esta
es la vida,
ésta
es la sal querida
que
goza, que sangra mi amor.
Este
es mi polvo y mi flor
y
mi lluvia, rayo, golpe de viento:
ésta
es mi cruz
y
el alimento
de
mi luz.
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