Hoy que ya estamos
en esa etapa del año en que los fondos concursables abren y todo el
mundo se pone a “crear” (proyectos para conseguir guita) me puse
a pensar si yo también entro en la vorágine una vez más.
Hoy que mi sindicato
(el de la danza) da señales de no dar señales, que la comunidad
artística a la que pertenezco está diezmada por rivalidades
personales o por competencias profesionales;
Hoy a algunos meses
de la misma disyuntiva que hace 5 y 10 años, es decir votar o no a
un partido de gobierno que da muestras de cagarse no solo en les
trabajadores de la cultura sino también en el poder simbólico del
arte y la cultura como si fueran – y lo están convirtiendo en -
una industria más que hay que ayudar a dinamizar bajando su costo
para el estado;
Hoy me puse a
imaginar. Porque dicen que eso
sabemos hacer quienes nos llamamos de artistas.
Y me imaginé qué
pasaría si en vez de competir como locas por fondos estuviéramos
pensando en como dar vuelta la maquinita sensible que la derecha se
montó y en la que estamos pataleando como hamsters en-ruedados.
Me imaginé que el
gobierno hubiera tenido una política cultural que fortaleciera la
relación entre luchas sociales y arte, arte en vez de intentar
disolverlas para inculcar un habitus diciplinante de adaptación al
mercado y las industrias culturales.
Me imaginé si el
estado hubiera encontrado dispositivos de fortalecimiento del campo
cultural sin que su presencia tuviera el efecto de disolver las
organizaciones y redes autónomas de artistas y actores culturales.
Y que el modelo
desarrollista y el modelo de negocios que buscó hacer de uruguay una
marca exitosa globalmente más que un enclave de articulaciones
internacionales contrahegemónico, hubiera dejado sin explotar el
terreno cultural por entender que es demasiado lo que está en juego
y que no se puede vender el campo simbólico al bajo precio de la
necesidad.
Y que no nos hubiéramos comido tanto la pastilla, aunque declararse "engañada" es un poco más hipócrita que reconocer la complicidad que nos corresponde. Aún con la excusa de la precariedad, aún con la excusa de amor al arte.
Y me imaginé que nos metiéramos
desde el arte con la marginalidad y la lucha de clases, en vez de
hacer de la otredad o de lo popular un objeto de estudio al que
señalamos con snobismo, nos distanciamos con condescendencia, o nos
sacudimos junto a la culpa posmoderna para que nunca jamás se nos
vea intentando representar, hablar o bailar con el subalterno.
Me imaginé todo
esto.
En una de esas un par de amigues con un buen cv se cuelgan y
nos financian el proyecto.
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