La juventud eterna está en la creación
Publicado originalmente en: https://brecha.com.uy/la-juventud-eterna-esta-en-la-creacion/
Su edición original es de 1950 y fue publicada en Buenos Aires por la editorial Poseidón. Se trata del libro más importante de Jesualdo Sosa, el que define su visión pedagógica, pero nunca había sido reeditado en Uruguay. Incluso, la primera edición local se realizó a través de Anales de Instrucción Primaria –con un alcance acotado por el circuito educativo–, pero el texto no está incluido en los planes de formación docente. ¿Cómo nos relacionamos con nuestro pasado pedagógico? ¿Por qué una figura como la de Jesualdo no está presente en los debates educativos actuales?
Nació en Uruguay, pero fue un educador latinoamericano. Su texto “La literatura infantil” es una referencia en Brasil para la formación en magisterio, pero por aquí recién en estos tiempos asoman publicaciones que pretenden una recuperación de su figura. Además de la reedición de La experiencia creadora del niño, este año se editó Milagro en la escuela. Educación, creación y trabajo en Jesualdo Sosa, de la maestra y psicóloga Elizabeth Ponce de León, como resultado de una investigación sobre la experiencia del maestro en Canteras de Riachuelo, para su doctorado en ciencias de la educación en la Uba. Como recuerdo cercano, a fines de 2017 se presentó la muestra Jesualdo: la palabra mágica en el museo Figari, con la curaduría de Adriana Gallo. El Taller Barradas, integrante del equipo de investigación, es tal vez la institución que más sostiene, en teoría y práctica, la importancia de Jesualdo y su legado.
El sentido político del trabajo de Sosa se sintetiza en la decisión de adentrarse en el oficio del educador. Ese camino supuso un acto de rebeldía tras haber padecido la niñez escolar por causa de un mal maestro, que coartó sus posibilidades de expresión. Sentía que, para redimirse, debía hacer lo contrario a lo que habían hecho con él. Por ello afirmaba que su propia necesidad de expresión, visceral, había hecho emerger al maestro que habitaba en su cuerpo. Para Jesualdo, la expresión creadora tiene un componente orgánico. Se trata de una necesidad característica de los seres humanos e implica la forma en que nos relacionamos con el entorno. Lo contrario es la más pura deshumanización, en este caso, de la escuela.
Su filosofía pedagógica –o, podríamos decir, su filosofía de vida– se desprende del pensamiento sobre el lugar del maestro en la sociedad y la escuela en la política. Esta queda plasmada en un fragmento del libro, en el que lo expresa sintética y contundentemente: “Y ahí aprendí a situarme, honradamente, asimismo como explotado, frente a las relaciones de los demás y a la verdad que vivían los niños. Ahí me di cuenta también de la importancia que tiene el directo contacto con las masas populares y el peligro que entrañaba el llegar a comprender que el maestro también es un obrero como los otros, y como los otros a menudo explotado y humillado”. Jesualdo llegó en 1928 a la escuela rural de Canteras de Riachuelo –humilde localidad de Colonia–, luego de iniciarse como maestro en Montevideo y padecer los permanentes cuestionamientos de las inspecciones, que lejos estaban de comulgar con sus prácticas de salones abiertos y actividades pedagógicas fuera de la institución. Cansado de ese muro reglamentario, se fue a un lugar donde realmente pudiera experimentar, distante del control central. Tuvo la suerte y la dicha de que la escuela de Canteras de Riachuelo era dirigida por alguien que ya venía incursionando en experiencias alternativas. Se trataba de María Cristina Cerpa, con quien no sólo encontraría habilitación y afinidad educativa, sino también el amor. Surge otra pregunta: ¿por qué recordamos tanto a Jesualdo y tan poco a su compañera? En las escuelas rurales eran habituales las parejas pedagógicas, porque allí vivían matrimonios que destinaban su vida a la educación. Fue una dinámica característica durante el siglo XX.
El carácter peligroso de autopercibirse como “un obrero como los otros” deja claro por qué Jesualdo fue perseguido en vida y acallado después de su muerte: la amenaza iba directamente dirigida a las clases dominantes, para las que la escuela debía ser una institución disciplinante, y no emancipadora. Decir que la escuela es un centro revolucionario era subversivo, y lo sigue siendo, en un presente en que la laicidad es esgrimida de forma oportunista por los detractores de la “ideología de género” y el involucramiento de los movimientos estudiantiles en las problemáticas y las luchas sociales. Para Jesualdo, una escuela revolucionaria no es la que se declara seguidora de tal o cual ideología o doctrina, sino la que surja “como resultado de una pedagogía, en la que el elemento humano, vivo y actuante de la sociedad que la rodea, forme la sustancia importante que sirva de alimento al interés del niño”. No limitar el interés del niño, estar no al frente, sino al lado del niño, tratar al niño como un sabio cuyo mundo “nace como consecuencia de su autoentendimiento”, tomarse el tiempo que se necesite sin apuros derivados de la currícula, quemar todos los libros de texto y concebir un continuo –y no una oposición– entre intuición e inteligencia son algunas claves de lo que propone en este y otros libros.
El profesor e investigador Antonio Romano –uno de los mayores impulsores de esta reedición– suele hacer hincapié en el camino inverso de Jesualdo cuando se refiere a la construcción de su teoría desde la práctica, y no al revés, como habitualmente se dictaminan los recorridos en la educación, en la academia, en la política y en casi cualquier ámbito. Como anexo de este espíritu, la inquietud del maestro era poner en juego, en la cotidianidad con los niños de Canteras de Riachuelo, los “centros de interés” como posibilidad educativa, idea que heredó de su colega belga Ovide Decroly, que activa el hecho pedagógico a partir de las preocupaciones y las sensibilidades de los alumnos. Este “dar vuelta la taba” se encuentra en la narrativa de Jesualdo de todos los tiempos. Decía que es la escuela “la que debe hacer jugar todos los elementos de la preparación del niño para servir al desarrollo de esa expresión, invirtiendo los signos: en lugar de proporcionar al niño cultura para lograr expresarse –una de las razones fundamentales del destino humano–, desenvolver la expresión aprendiendo”.3
Así como entiende que la educación no puede funcionar con recetas únicas y culmina el libro analizando el impacto del medio social como un factor central a considerar en los procesos educativos, Jesualdo argumenta obstinadamente sobre la singularidad del niño. Para él, “la única condición es la libertad”, y no hay lectura de su trabajo que resista la centralidad que lo sensorial –y, por ende, el cuerpo– tiene en su pensamiento: “¿De dónde sino del organismo vienen las impresiones que producirán las expresiones?”. Deja clara su preocupación por evitar que “el niño caracol” deba ocultar sus hallazgos expresivos metiéndose para adentro, por miedo a la burla o la censura adultas. En cambio, es trabajo del maestro no tratarlo como un “adulto incompleto” y alejarse de paradigmas en los que “todo gira a su alrededor, pero no aparece como el centro nunca”.
Jesualdo admira a sus alumnos y los cita e invoca permanentemente. Su pedagogía es una en la que el “conocimiento no necesita señores”, una en la que la sorpresa es “un método incierto, pero con razones fundamentadas”, una en la que “lo irreal está librando una batalla por no desaparecer” frente a un mundo positivista y disciplinador. Una en la que la fantasía, la intuición y la incertidumbre son formas de conocer, herramientas de descubrimiento.
Su obra interesa a educadores de todos los niveles, a artistas de todos los lenguajes y a personas de todas las edades, no sólo por los beneficios que una educación artística entendida como formación complementaria puede aportar a la formación de los individuos, sino porque coloca la expresión como una necesidad que el niño tiene (antes de ser obligado a olvidarla) más clara y presente que nadie. Leer a Jesualdo nos deja con un deseo de entrenar más nuestra curiosidad sobre los paisajes que nos rodean y con el desafío enorme de practicar la escucha como educadores, de aprender a acompañar, de contagiarnos de ese maravilloso saber que se activa cuando “el niño se enfrenta con la realidad y toma posición como intérprete de un espectáculo que lo emociona y trata de expresarlo”.
1. Colección Pedagogía Nacional, Consejo de Formación en Educación (Anep) y Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), 2019.
2. Jesualdo Sosa, Vida de un maestro, Losada, 1935.
3. Jesualdo Sosa, Antecedentes de mi pedagogía de la expresión, Aquí Testimonio, Montevideo,1968.
No hay comentarios:
Publicar un comentario