FUÁ
de Federica Folco
JUEVES
17, 24 de setiembre y 1 de octubre. 21 hs /Sala El Mura, MAM
FUÁ
se titula la última creación de Federica Folco junto a Florencia
Delgado, Matias Chocho, Juan Nuñez, Cecilia Graña, Tiago Rama,
Martina Gramoso, Sofia Lans, Candai Calmon, Federica Folco, Sebastián
Niz (en escena) y la iluminación de Ivana Dominguez. En la ficha
técnica de FUÁ no hay sonidista porque son las voces, el murmullo,
la palabra disociada de su contexto y de sus referentes, la
respiración, la carne y el golpe del cuerpo en el piso, lo que va
construyendo musicalidad. El grupo se conformó a partir de
LAMASA
una práctica abierta de improvisación y exploración sensible en el
marco conceptual y experiencial de la comunidad (o mejor dicho, de
preguntarse sobre sus posibilidades de venir / de devenir).
La
obra se presenta en el Mura/MAM que tiene ese efecto subterráneo que
promueve la sensación de que entramos en una especie de paréntesis
de acontecimiento dejando atrás (o arriba) la ciudad, el
mercado-shopping, las verduras. No de todas las obras se vuelve con
un brócoli en la cartera por 15 pesos.
Al
inicio un guía de la sala nos da una introducción y bienvenida
donde se nos explica que no habrá sillas y que somos invitados a
circular como deseemos durante la hora y diez de duración de la
obra. “Ahora ya sabemos todo lo libre que podemos ser” bromeamos
con uno de la fila a quien también le llamó la atención tanta
explicitación.
FUÁ
es
apta para ansiosos/inquietos pienso, y luego durante la obra
agradezco esta decisión ya que la intensidad de lo que presenciamos
y su proximidad sin desniveles ni límites, invita al cuerpo a
moverse, agradece no estar condenado a la butaca. En FUÁ el uso del
espacio maximiza la belleza de sus posibilidades y el trabajo de
iluminación de Domínguez. En FUÁ estamos dentro sin estarlo; la
materia prima coreográfica es de elementos que nos son conocidos.
Respiración, sexo, saliva, sudor, contacto, piel, mirada, gritos,
susurros, palabras, activan la memoria de su presencia en nuestros
cuerpos.
tráfico
de informaciones /contaminación contemporánea
Aunque
la indefinición quiere ser una de sus principales características,
si a algo refiere la palabra “contemporánea” al lado de“danza”
en “danza contemporánea” es al modo en que las informaciones
circulan entre cuerpos y obras. En este sentido FUÁ
se sitúa en diálogo con obras anteriores de Folco - Periférico
donde la tensión grupal ya empezaba a explorarse, LAMASA
en
la que cuerpos in o des-civilizados exploraban el deseo y la
deslimitación del contacto con el otro, NI-Je
donde
la irreverencia, la palabra traficada, la sensualidad ya aparecían
como pistas de su estética y de su investigación, Oscilaciones
que
en colaboración con Rama y Lans radicalizaba la investigación de lo
sexual en la danza.
Directa o indirectamente, FUÁ
también
nos hace recordar algunas otras obras vistas más o menos
recientemente en Montevideo: Multitud
de Cubas, Las
cosas se Rompen
de Martinelli, Matadouro
o
Lote Preto
de Gente de Evelin, Otro
Teatro
de achugar, Mordedores
de Russo y Levi, o hasta Episodio
II
(obra de quien escribe).
Vigente
y urgente parece ser y estar la pregunta sobre lo grupal o lo
qué
nos hace humanos; sea lo social o aquella animalidad transmutada en
civilización. Aunque no hay un intento (ni posibilidades reales) de
volver a algún estado primitivo anterior, y sería terrible querer
representarlo, FUÁ
explora
estados de presencia alterados y alternados. Al referirse a la
improvisación, Steve Paxton - cuya filosofía teórico-práctica es
un importante referente aún hoy - hablaba del “animal” que
subyace al self
socializado
de cada uno, es decir a ese self
que se expresa a través del lenguaje verbal, del pensamiento lineal,
del comportamiento adecuado. “El propio animal” es una
inteligencia física compuesta de patrones de movimiento y reflejos
heredados y aprendidos, que conforman nuestra habilidad para
sobrevivir y para encontrarnos y jugar energéticamente con nuestro
medio ambiente (tomado de Lepkoff “What happens when” p.1). Algo
de él (el animal) vemos en esta obra. Rostros afásicos o
histéricos, lenguas afuera, el rictus del placer o del
ensimismamiento causado por su búsqueda, el contagio de una
exacerbación o de una calma que uno a uno se esparce entre esta
cadena humana. Como en toda buena receta en este horno de cuerpos
mojados los ingredientes siguen siendo ellos pero cobran sabor en la
reunión gastronómica. Estos cuerpos movidos por el deseo complican
cualquier posibilidad de neutralidad contemplativa.
Enseguida
después de FUÁ, re-vi “Esto no es cultura animal” de
Restuccia/Beti Faria. Unos días visité el “Arte degenerado” de
la Colección
Engelman Ost.
Pienso que no sólo entre danzas se contaminan y trafican preguntas y
estéticas. Sin embargo FUÁ no termina de ajustarse a etiquetas ni
busca ser identificado como pervertido o salvaje; su estética no es
la de la afirmación sino la de la oscilación sensible. Durante su
coreografía una serie de ambigüedades constituyen la riqueza de la
creación. Es la inestabilidad del código la que le sube el volumen
a nuestro mirar perplejo. Incluyendo al pudor como una de las
posibles experiencias de los espectadores, también están la empatía
y agitación que producen estos cuerpos inmersos en respiración,
ondulación, relación, gemido.
FUÁ
– onomatopeya intraducible. FUÁ presenta a un uso de la palabra
que se resiste a mediar de forma coherente o estable entre vos, yo y
la escena que nos hace encontrarnos con los bailarines y con los
demás espectadores, a quienes vemos entre esta masa móvil de
pieles, músculos, sexos, huesos, ropa. El sudor visible y
olfateable, la mirada que nos incluye sin evitar nuestra presencia,
los cambios repentinos de foco o de lugar, nos hacen más conscientes
de nuestra propia presencia, de la temporalidad de las acciones y por
ahi también del hecho de que nosotros también tenemos un cuerpo.
FUÁ es como jugar al quemado con la diferencia de que aquí algunos
jugadores sí quieren quemarse/si quieren fuego. Las diversas
reacciones y reverberaciones de la obra en los cuerpos de los otros –
nosotros – son parte de FUÁ.
La
incomodidad de algunos y el visible placer de otros cumple una
promesa de la que nace la danza: afectarnos mutuamente. Si el arte
dejó esto para los bailes o el ritual, entonces es hora de
recapitular, hibridar, desincronizar para dar de nuevo. FUÁ no es
una obra “interactiva” en el sentido en que nuestra acción no
está prevista y sus respuestas condicionadas. El inicio de la obra
nos presenta un cuadro “típico” de la danza contemporánea.
Cuerpos “arrastrados” y en meditación somática, un uso central
del espacio, un espacio escénico bien delimitado. Todo esto
desaparecerá. Si habituada ser espectadora de una danza que todo el
tiempo busca transgredir me sentí en un modo intraducible afectada –
pasando por variadisimas gamas de afecto – me pregunto qué les
pasó a espectadores de danza cuyas expectativas jamás salen del
rectángulo definido de un palco a la italiana. El olor, las
palabras, el aire que estos cuerpos mueven, el atropellamiento por
momentos, la casi succión (literal) del publico al final; también
integran la coreografía.
Mientras,
de forma individual o mántrica-colectiva, el grupo murmura en tono
bajo o a veces cantante palabras que distorsionan nuestro
entendimiento o se distorsionan en nuestro intento de entender:
Te
amo
Me
llamaron
Mencioname
Traicióname
Tradición?
traducción?
La
voz está presente durante toda la obra hasta que una pausa de cara a
la pared (que cobra una gran tensión dramática) dará signos de un
posible final. Algo se quiebra.
El
propio animal, cultura (o esto es animal, cultura)
Más
que una pregunta sobre lo insurrecto, FUÁ
es
una investigación coreográfica y colectiva sobre el afuera de los
marcos normativos de las políticas de la proxemia, de la sexualidad,
del “arte”, de la vida. Aunque hay un esbozo de incluirnos en ese
experimento, éste se da sobre todo entre los cuerpos de los 10
bailarines. En el trabajo a base de estados que hacen los
intérpretes, es interesante que su directora ponga también el
cuerpo en escena.
“Buscamos
llegar a estados que distorsionen nuestros sistemas perceptivos
habituales. Ahora la acción es la atención, el afecto se desparrama
y la lengua es lengua.”, dice el texto de la obra. Como bien dice
Restuccia en su ya icónico espectáculo: el lenguaje dice cosas que
no quiere decir y no dice cosas que quiere decir. Es decir, engaña.
Y el cuerpo no está exento. El postulado de “el cuerpo es el
cuerpo” es sobretodo un horizonte utópico para la deconstrucción
de las estructuras semióticas que lo afectan.
Pero
difícilmente una misión
cumplida.
La
tensión entre la sensualidad que cada cuerpo va produciendo hace que
el espacio entre ellos cobre vida; la respiración hace nacer
cuerpos y de ellos voces y gemidos, palabras proferidas casi como
escupitajos o deslizadas por el aliento que suena raspando la
garganta y expandiendo el aliento.
Durante
la función la musicalidad de las acciones compone una otra
musicalidad, la de nuestra subida y bajada por sus intensidades, que
van mutando junto a los estados que van apareciendo y también a
partir de la proximidad/lejanía de un grupo que no para de moverse,
que nos agarra de sorpresa en nuestros rinconcitos elegidos,
modificando radicalmente la relación con lo que vemos (y con los que
nos ven). Entre ceremonia posesa y ritual privado que a alguien se le
escapó impedirnos ver, FUÁ es un espacio de intimidad pública y de
caderas hambrientas, pendulantes, rastreras y mordedoras. Los sexos y
los sexos: juntos y diferentes bajo los idénticos shorcitos, entre
championes y piernas desnudas al piso concreto del salón. Musculosas
sin soutienes
exponen la vulnerabilidad del pezón y la cualidad desinhibida de la
obra y sus cuerpos. Pero insurrección no es cualquiercosismo y la
tensión entre lo que es posible coreografiar y lo que se escapa a
cualquier estructura des-obediente es una pregunta que la obra me
deja planteada e irresuelta.
FUÁ
explora
y utiliza en vez de censurar los impulsos y reflejos con los que los
cuerpos van respondiendo en cada una de las escenas, que - difíciles
de identificar de modo discreto - pasan por momentos de minimalismo y
otros de energética explosión, de exageración, de exceso. Si bien
la propuesta tiene toques de un Los
idiotas de
Lars Von Trier, el estado de juego y desinhibición está menos
codificado y estereotipado (además de que no hay aquí una pizca de
distancia o cinismo), y es alternado con otras informaciones que
agitan y sirven sus sentidos una y otra vez hasta el final. Todos nos
vemos un poco ahí, todos nos vemos un poco acá. Normalidad y
anomia, normalidad y anormalidad. Todos somos un poco de esas cosas.
FUÁ
es
un estudio de intensidades. Es sacar la lengua y con la lengua
afuera, darse a desconocer. La
obra termina y la pregunta por la posibilidad de insurrección nos
invita a salir a la noche fría y terránea del cordón con una
pregunta bajo el brazo (o entre las piernas): “y después qué”
de la insurrección.
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