Atacar al arte
Sobre las políticas de lo sensible
en tiempos de guerra
Publicada en Lobo Suelto! el 22 de marzo de 2018
Abro un libro de Rancière después de
mucho tiempo. El libro se llama “Disagreement” y habla sobre la
relación entre política y filosofía.
En la página aleatoria y desde los
apuntes al margen llego a un fragmento que habla
de que no hay tanta diferencia entre el lenguaje poético y el
lenguaje argumentativo. Este tipo de pensamiento es el que ha hecho a
Rancière un pensador fundamental para el arte, reformulando de nuevo
una pregunta vieja: ¿arte para qué?
Desde su
definición de política como distribución de lo sensible, y desde
su capacidad de creación - no sólo de conceptos - a través de la
filosofía, Jacques le ha dado oxígeno a un campo que sufre el
peligro de morir de sumisión, irrelevancia ornamental o endogamia.
Ranciére logró abordar la función social-política del arte desde
la especificidad de la cosa misma y desterritorializar el centro de
la política de “la política” para apuntar a los procesos
sensibles, perceptivos, cotidianos y colectivos que le dan forma.
Rancière logró disputar el significado hegemónico de “política”
y abrir de esa forma un portal ancho para que en ella reingresara el
arte, ya no en forma de propaganda o de espectacularidad distractiva
y embrutecedora - que también es una forma de ejercicio del poder y
la política - sino desde la premisa de que política
es estética.
Su obra fue algo
así como un terremoto que hizo a muchxs reenamorarnos de la idea de
política; que reactivó las fuerzas de una pasión traumatizada por
la imposibilidad de transformación que constatábamos dentro de los
marcos que las instituciones de la política con mayúscula ofrecía;
un amor desilusionado que nos acercó a estrategias escapistas.
En el campo
artístico refloreció la idea de un arte que era político por
tratar con y desde el plano de lo sensible, por producir experiencias
que intervenían en las formas de ver, sentir, actuar colectivas.
Obras que quizás no tenían contenidos políticos explícitos o a
primera vista políticos, pero que no por ello se concebían en la
línea defensora de la autonomía del arte (o de su independencia de
la política) sino todo lo contrario.
Todo esto nos
permitió a lxs artistas afirmarnos en nuestras prácticas artísticas
y en la convicción de que interviniendo sobre lo sensible estamos
cambiando el mundo. Sin embargo el mundo da pocas señales de estar
cambiando en los sentidos que nos imaginábamos y me pregunto por qué
la interrupción que su pensamiento provocó en la relación entre
estética y política, se tradujo de formas tan aguachentas en el
campo artístico. ¿Por qué y cómo el campo artístico cambió tan
poco en sus formas y tácticas de intervención aún dialogando con
estas ideas? ¿Cómo fue que el arte (sobre todo el contemporáneo)
aplaudió las consignas Rancierianas que le permitían reafirmar su
propia relevancia pero sin profundizar en los desafíos que le
proponían sus ideas? En otras palabras me pregunto si hemos expuesto
al arte a la inestabilidad que venía adjunta a su
reconceptualización de la política de la estética o si lo hemos en
definitiva protegido de ella, seleccionando - un tanto
oportunistamente - algunas ideas que suenan bien pero sin ir más
allá con ellas.
Quizás con
Ranciere hay que enojarse un poco porque te enamora tanto con su
pensamiento que te quedas queriendo solo leerlo. Entras en su mundo
por la puerta lingüística y son tan potentes sus palabras que
parece que alcanzaran.
Con el arte hay
que enojarse un poco porque te enamora tanto que te quedas queriendo
solo hacerlo. Entras en su mundo fenomenológicamente y las
experiencias que vivís con él son tan transformadoras que parece
que alcanzaran, al menos (y he aquí un punto incómodo que me
gustaría pensar) para quien lo practica.
Es decir, si preservamos la
delimitación de lo artístico como el campo estético por excelencia
con su especificidad y sus profesionales, entonces no es lo mismo ser
un artista que no serlo para poner en prácticas la idea de que la
política es la estética. Curiosamente quienes consciente o
inconscientemente resisten más la idea de esta deslimitación de lo
artístico son precisamente los artistas, que desde una lógica del
interés (lógica por cierto a desarmar o cuestionar urgentemente)
son quizás los que más perderían. ¿O ganarían?
*
Hoy el arte y la cultura viven ataques
múltiples: desde el intento de su desarme por parte del
neoliberalismo y su reemplazo por industrias culturales o del
espectáculo, hasta las tentativas de su cooptación por la izquierda
o el progresismo, el arte y los artistas se encuentran en el presente
permanentemente en jaque.
Es difícil exigirle o inclusive atacar
al arte cuando necesita de tanta defensa contra -. Pero quizás
atacarlo es la mejor forma de activarlo en tanto máquina de guerra,
en tanto máquina deseante.
Quizás hoy atacar al arte como campo
es la mejor forma de hacer vivir la potencia política de la
estética; de llevar sus herramientas y sus obreros especializados a
trabajar fuera de la línea de ensamblaje donde su experticia solo
logra producir en serie.
Tal vez hay que elaborar una crítica
al arte “de izquierda” desde la izquierda porque
necesitamos abordar de forma crítica y práctica como es eso de que
el arte cambia el mundo. Quizás no es tan mala la idea parar de
defender al arte para atacar al arte - y atacarnos en tanto clase
artística - porque la defensa de nuestras intenciones y de su mera
existencia puede llevarnos sin darnos cuenta a posturas
conservadoras.
Sé que suena
extraña la propuesta de atacar al arte en tiempos de ataques
permanentes que este sufre; en medio de las guerras mediáticas,
religiosas, capitalistas que lo acechan. Pero defender al arte quizás
nos paraliza y congela la propia potencia que lo artístico tiene en
tanto política/estética.
Propongo entonces pasar de defender a
atacar el arte, como quien inyecta un veneno que puede ser también
la cura (pharmakon le llamaban los griegos o autoinmunización en
jergas filosóficas más contemporáneas). La propuesta no garantiza
resultados y puede tener contraindicaciones pero percibo que
atrincherados en la defensa de nuestras micropolíticas de lo
sensible no seremos capaces de dar la batalla contra las fuerzas que
gobiernan cada vez más nuestras políticas de lo sensible en el
campo expandido de lo social, más allá del círculo delimitado como
“comunidad artística”.
Atacar al arte pero en nuestros propios
términos, para que en lugar de desplegar un proteccionismo
principista de su existencia, exploremos en él la potencia viva de
su experiencia (e invención de experiencias). Atacar al arte como
forma de romper el círculo autoinmunizador – dispuesto a defender
su supervivencia a cualquier costo - que asegura sobre todas las
cosas la im-potencia del arte. Exponer al arte al mundo, porque la
política de lo sensible se juega ahí afuera, afuera del campo
reconocido como “arte”. Igual que señaló Ranciére que le pasa
a la “política”.
Para que el arte no reduzca su potencia
desestabilizadora de lo sensible a la producción microcomunitaria de
experiencias de vida alternativas, necesitamos arte que se cague en
la línea que diferencia lo que es y lo que no es arte. La idea no es
nueva y hasta la hemos levantado como bandera pero qué difícil es
ponerla en práctica.
Entonces ¿arte para qué?.
Para que la política de lo sensible se
transforme en prácticas sensibles militantes; para que lxs artistas
pongan todas sus técnicas a implicarse con luchas sociales de
sujetos reales; para que lxs artistas - esos definidos como los que
“su principal ingreso viene del arte” - no sean los detentores
exclusivos de experiencias que cambian la forma de vivir y lo
sabemos; arte para que el arte no sea sólo para quien tiene el
capital cultural para disfrutar del arte; arte para que la miseria
del mundo no quede pidiendo limosna en la puerta del teatro o en las
tramas moralistas de una comedia costumbrista; arte para que la
revolución de lo sensible no sea privatizada y vendida en forma de
proyectos para fondos concursables con logos de empresas o del
estado; para que la hegemonía mediática se sienta amenazada y
quiera censurar a la forma en que los cuerpos hablan un lenguaje
imposible de ser silenciado o traducido; arte para que el diálogo no
sea solo entre convencidos; para que se difunda y socialice el
pensamiento que producen en la acción las luchas sociales y las
subjetividades que emergen en ellas; para que la poética no sea otra
cosa que pensamiento que participa de luchas políticas en colectivo;
para que la transformación no sea sólo para quien lo practica; para
que superemos las versiones contemporáneas del romanticismo y el
posmodernismo que operan capturando al arte en paradigmas
tautológicos y autoexplicativos.
*
El pasado (y sobre todo las miradas
derrotistas de la izquierda sobre su propio pasado) nos dejó
terrible miedo de la pregunta sobre el rol social del arte. Nos
traumó tanto la subordinación de la estética a la política que
las décadas siguientes consistieron en reafirmarnos en la
singularidad de lo artístico y perdimos contacto con el mundo donde
esa singularidad está cambiando.
Mi propuesta entonces no sería tanto
politizar el arte o reinventar el arte sino intentar lo que no
sabemos: la invención de una política, la activación de las
herramientas creativas para la invención de otro mundo, que es en
definitiva la búsqueda inagotable de la política.
No se trataría entonces de politizar
la danza sino de dancificar la política; no se trataría de abordar
problemáticas sociales en nuestros guiones y textos sino de crear
una dramaturgia para nuevas formas de lucha política en colectivo;
no tanto cantarle a la revolución sino que la sublevación sea a
través del canto, del coro, porqué no de la misa; no tanto una
fiesta para apoyar la marcha sino marchas que sean una fiesta; no
tanto la obra que habla de comunidad, de multitud sino hacernos parte
de ellas; no tanto leer la masa sino encarnarla. Hay artistas que ya
empiezan a hacerlo; a renunciar a los circuitos especializados de
circulación y legitimidad y salir con sus prácticas artísticas a
la calle, con los movimientos, con los gremios, salir de fiesta,
trabajar en comunidad y des-autorizarse en procesos que dispersan la
individualidad, que valoran las revoluciones sensibles de artistas
que no se identifican como tales. Como coreógrafa me impacta el modo
en que la danza está presente en las manifestaciones y he visto a
marchas coreografiar a bailarines y enseñarles de política en el
proceso. He visto a bailes enseñar a bailarines a compartir la
intensidad de una danza sin espectadores (cosa que nos vamos
olvidando porque hemos estado siempre en la escena), he visto
cantantes sumarse y componer para movimientos sociales y estos actos
me conmueven. Me parece que por ahí va la cosa. Pero claro nadie nos
va a dar un fondo o un premio por hacer eso; nadie nos va a invitar a
un festival donde salvo que seas famosx no entran obras de más de 2
o 3 intérpretes; nadie va a interesarse desde el campo artístico
por una “obra” sin autor ni forma de venderse; nadie va a poder
poner sus herramientas de trabajo a trabajar desinteresadamente. ¿O
sí?
Quizás hay un Rancière careta y otro
popular.
Quizás hay un arte que se dice
político pero es careta.
Quizás hay que desenojarse un poco con
Rancière. Vuelvo al par de párrafos que me hicieron abrir el libro
(o viceversa qué importa). Dice ahí que
“La invención política opera en
actos que son a la vez argumentativos y poéticos, muestras de fuerza
que abren una y otra vez, tantas veces como sea necesario, mundos en
los que dichos actos de comunidad son actos de comunidad. Esta es la
razón por la que “poético” no se opone aquí a la discusión.
Es también la razón por la que la creación de mundos litigiosos,
estéticos, no consiste en la mera invención de lenguajes apropiados
para reformular problemas que no pueden ser abordados con lenguajes
existentes” (59)1
Hacer lo que no sabemos no es lo mismo
que no hacer porque no sabemos.
¿Encaramos de una vez esa revolución
de lo sensible pero ya no desde la comodidad de las disciplinas y sus
lenguajes “alternativos” (pero específicos y conocidos) sino en
el mundo expandido e indisciplinable de la comunidad?
“...la política es estética en
principio. Pero la autonomización de la estética como un nuevo nexo
entre el orden del logos y la distribución de lo perceptible es
parte de la configuración moderna de la política”2
(58)
Para que defender al arte no sea igual
que defender su autonomización; para defender al arte de los ataques
hegemónicos, creo que hay que empezar a atacarlo en nuestros propios
términos y desde el campo de luchas que nos conciernen por fuera de
nuestra especialidad artística. Hay algo de verdad en el viejo
postulado de que un intelectual de izquierda debe estar dispuesto a
atacar su propia posición de clase. ¿Atacamos entonces al arte para
darle vida en los procesos de lucha y transformación que nos
convocan en lo sensible de forma urgente?
Si la precariedad es ya una condición
impuesta, juguemos con ella y desde ella, hagamos del
casi-todo-está-perdido la vía para reencontrar las armas sensibles
donde está única fuerza con la que contamos en esta guerra.
Esta guerra, que no es (solo) contra el
arte sino contra la vida.
por Lucía Naser
1“Political
invention operates in acts that are at once argumentative and
poetic, shows of strength that open again and again, as often as
necessary, worlds in which such acts of community are acts of
community. This is why the “poetic” is not opposed here to
argument. It is also why the creation of litigious, aesthetic worlds
is not the mere invention of languages appropriate to reformulating
problems that cannot be dealt with in existing languages” (59)
2“...politics
is aesthetic in principle. But the autonomization of aesthetics as a
new nexus between the order of the logos an the partition of the
perceptible is part of the modern configuration of politics” (58)
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