miércoles, 11 de mayo de 2011

Exilio Físico sobre Las Hijas de Ulises en la diaria





EXILIO FÍSICO. Contemporánea sin cuerpo.

Las hijas de Ulises. Dirección de Leticia Ehrlich. Composición e interpretación: Manuela Castellano, Leticia Ehrlich, Florencia Ferrer Esquivel, Mariana Porciúncula y Florencia de Freitas

Las hijas de Ulises -presentada el fin de semana en la sala Zavala Muniz y ganadora de los Fondos Montevideo Danza contemporánea- toma su nombre del legendario héroe griego y personaje homérico Ulises (u Odiseo), quien padeció el exilio de Ítaca, su isla natal, durante los diez años que duró la guerra de Troya más otros diez que transcurrieron hasta que logró regresar. La obra dirigida por Leticia Ehrlich aborda la experiencia de los hijos de exiliados en la última dictadura uruguaya, involucrando en el proceso creativo a personas que comparten esta experiencia e intentando hallar el material coreográfico a partir del trabajo con ellos. Pero pese a la búsqueda de nuevas metodologías de creación y de composición, el resultado escénico nos confronta con una coreografía técnicamente precisa, en la que el tema opera como inspiración o marco pero no llega a inscribirse en o escribirse desde los cuerpos. 

Paradójicamente, la temática aparece expresada mediante la música, los textos y otros recursos escénicos, pero está prácticamente ausente del lenguaje en el que la obra se autoidentifica: danza  contemporánea. Es indiscutible que el tema del exilio es actual y polémico -ampliando la mirada geográfica, podemos observar las realidades que se viven en Medio Oriente y, volviendo a Uruguay, los exilios económicos y profesionales que se producen de a cientos cada año. Sin embargo, la obra aborda la experiencia heredada del exilio (protagonizada por los hijos de los exiliados políticos del período dictatorial 73-85), aunque muchos de los elementos que plantea no difieren sustancialmente de otras propuestas artísticas, que, sobre todo, desde la música y la literatura han ahondado ampliamente en la forzada migración de personas, más y menos, vinculadas a la política y a la cultura en esas décadas del terror militar. 

En Las hijas de Ulises, el discurso generacional se diluye bajo las reiteradas alusiones a la falta, a la añoranza, a la nostalgia, predominando la presentación teatralizada y literal de situaciones típicas del exilio (y no de su “herencia”), que, por cierto, resultan los fragmentos más problemáticos compositiva e interpretativamente. Diferencia de idiomas, fotos que traen las imágenes de un “allá” distante, momentos de reunión familiar en los que se comparten las ausencias, los juegos de infancia, la inadecuación en el entorno foráneo, etcétera. No está muy claro en qué se diferencia la experiencia de los hijos de la de los padres ni tampoco qué tiene para agregar esta producción de danza a los ríos de verbo, cuerpo y canción que se han dedicado al exilio dictatorial. Empleando un lenguaje coreográfico codificado, la obra desarrolla una poética metafórica en la que si bien abundan citas referentes a su inspiración temática, éstas no se realizan a través de la danza ni de una investigación corporal, sino que el cuerpo es empleado como medio para la narración (en el lenguaje de las técnicas contemporánea y moderna). 

Las hijas de Ulises son las que bailan, pero éstas podrían estar contando la historia de otros cuerpos; no hay marcas de la experiencia, no hay singularidades que denoten una exploración corporal a partir de los testimonios y vivencias, no hay una investigación de lenguaje sino que se habla del tema, pero sin cuestionar o reinventar el vocabulario empleado. Está prácticamente ausente el discurso corporal sobre lo que sí fue la infancia o la vida en ese exilio y, por lo tanto, la coreografía se concentra excesivamente en la carencia, en lo que faltó, en la ausencia de esa patria heredada pero nunca visitada, en la nostalgia de algo que se tuvo pero que ya no está más; que en última instancia caracteriza la vivencia de los exiliados pero nos da poca información sobre la singular vivencia de sus hijos. Salí de la obra preguntándome por las diferencias entre el exilio de los 70 y los exilios que vivimos hoy en día, los que protagoniza nuestra generación y que muchas veces son determinados por poderes menos centralizados que el gobierno militar pero igualmente potentes. 

Llegué a preguntarme incluso si uno puede ser exiliado en territorio nacional, el exilio de una identidad nacional que ya no es, que incluso habiendo retornando a la democracia nos legó la nostalgia de un país que nunca volverá a ser el mismo. Como señala la gacetilla de la obra, el regreso a Uruguay era para los exiliados y sus hijos el regreso a un supuesto origen pero sin las características hogareñas que lo conocido produce (aventuro decir que no sólo por sus transformaciones personales sino también por las ocurridas en el propio país). El carácter noble de esa expatriación y repatriación, que define la experiencia de los exiliados políticos, es bien utilizada en la obra como vehículos para emocionar al espectador o, al menos, para abordar el tema con claridad. No obstante, queda aún en blanco el renglón que habla de la singular vivencia de los hijos de esos Ulises. Estaríamos negando la historia si estableciéramos una ecuación entre la sensibilidad de los exiliados y la de sus hijos criados en otros países y momentos históricos.  Aunque el exilio posmoderno sea menos romántico y ayude menos a emparchar una identidad nacional resquebrajada por sus propias fisuras y por los tsunamis de la contemporaneidad, creo que está más cerca de poder ser bailada por cuerpos que comparten y componen desde este hoy. Si hablamos del exilio como la pérdida de un “origen”, es posible y probable que se nos escapen las consecuencias productivas (y no sólo destructivas) de la historia y de sus dislocaciones, olvidando, al mismo tiempo, que el cuerpo es un instrumento que sabe más de genealogías. ■

publicado en la diaria 11 de mayo de 2011