viernes, 17 de mayo de 2019

Otro día de la madre. Tradiciones en disputa.



* Publicado el 17 de mayo en Semanario Brecha / Imagen: Inés Olmedo


El Día de la Madre siempre estuvo rodeado para mí de sensaciones agridulces: la obligación de comprar un regalo, un almuerzo rico en familia, tomar contacto con la relación conflictiva que siempre tuve con mi madre, algún clásico de fútbol y, en los últimos años, ya en mis treinta, ver que las cajeras del súper duden en si darme o no la flor o las felicitaciones porque, aunque sin niño a la vista, estaba ya “en edad”. Ser madre afecta a las mujeres que lo son tanto como a las que decidieron o acabaron no siéndolo. Y es que, junto con la virgen o con la puta, la madre es una de las figuras que más centralmente estructuran las ideas sobre la mujer en nuestra sociedad.
Mi respuesta a la pregunta que taladra oídos, útero y cerebro de toda mujer mientras corre el bendito reloj biológico fue, durante un par de décadas, un férreo no. Pero sin duda hay algún vínculo entre decidirme a escribir esta nota y este ser de un poco más de cuatro quilogramos que está literalmente atado a mí mientras tecleo. Ser madre hace realidad el cliché más repetido del mundo: te cambia la vida. Y si bien hay tantas maternidades como madres, sería ingenuo negar que es una de las instituciones –junto o dentro de la de la familia– más cargadas y semantizadas, y en disputa. Una a la que protegen los conservadores, glorifican los machistas, exaltan los religiosos. Siempre cuento que no habría sido madre sin los feminismos que hicieron disponibles y cercanas otras formas de ser madre o, en resumen, otras formas de ser. La maternidad, esa experiencia afectiva, política, biológica, semiótica, puede ser denostada por patriarcal, pero también resignificada y reorientada para formas de vida que no excluyan procesos emancipadores y reinventores de los vínculos más tradicionales.
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Se lleve bien o mal con su madre, le guste o no la fiesta, es difícil que el Día de la Madre pase desapercibido para cualquier persona con ojos y oídos, porque la calle y los medios se llenan de publicidades, de anuncios y de promociones. Se desata así una avalancha de “productos para mamá”. La madre de las publicidades es buena cocinera, pero está más fuerte que una liceal; es hogareña pero aventurera; es divertida y siempre está bien depilada; es joven pero madura; fiestera pero organizada; devota de su familia pero bien a la moda. Aunque parece un invento propio de la cámara de comercio o del departamento de marketing de alguna marca de electrodomésticos necesitada de aumentar sus ventas, el Día de la Madre tendría su origen en la iniciativa de Julia Ward Howe, abolicionista que en 1870 propuso establecer un “Día de las Madres para promover la paz”. La proclama que escribió entonces resulta movilizadora aún hoy en día y comenzaba con esta arenga: “¡Levántense, mujeres de hoy! ¡Levántense todas las que tienen corazones, ya sea su bautismo de agua o de lágrimas! Digan con firmeza: ‘No permitiremos que grandes asuntos sean decididos por agencias irrelevantes. Nuestros maridos no regresarán a nosotras apestando a matanzas, en busca de caricias y aplausos’”.Más tarde, durante la guerra civil estadounidense, deseosa de recrear lazos y crear conciencia sobre la crueldad de la guerra a ambos lados de la línea de fuego, Ann Jarvis propuso que el gobierno de Estados Unidos reconociera esta celebración para honrar a todas las madres, sin distinción. Luego, rechazó la apropiación de la conmemoración por empresas con intereses comerciales: hasta fue arrestada por hacer campaña en contra de esta tergiversación.
Recordar el origen de este día no tiene un fin nostálgico, sino el deseo de recuperar el protagonismo que, en el nacimiento de esta fecha, tuvieron las propias madres; el deseo de que el encuentro entre madres vuelva a suceder; la intuición de que la dinámica familiar de trabajo doméstico por la cual la mujer-madre restringe el radio de sus relaciones a los integrantes de su hogar determina una vida de puertas adentro extremamente funcional a la impermeabilización contra el feminismo.
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Hace un tiempo, probablemente movilizada por la inminente llegada de mi hija, me empecé a preguntar sobre el canto feminista que clama que “somos las nietas de todas la brujas que nunca pudieron quemar”: ¿Y qué pasa con las madres? Me apareció entonces la escasa presencia en la comunidad feminista de toda una generación que hoy está entre los 40 y los 60 años, y lo fuerte que es la complicidad entre las muy jóvenes y las viejas precursoras, pero que falta una generación que está exactamente en la edad de las madres de las que hoy tenemos unos treinta y algo. En su pasaje por Montevideo, la boliviana María Galindo nos decía que “nadie quiere repetir la historia de su madre”. Y, volviendo a la turbulenta relación que tantas mujeres tenemos con nuestras madres, pienso que, sin duda, este amor-odio debe tener algo de patriarcal que necesitamos deconstruir, algo similar a lo que media en las relaciones de enemistad y competencia entre mujeres. Si este tema me afectó siempre, ahora me lo hacen urgente los ojos-espejo de quien me mira y, desde su feminidad recién inaugurada, ve una madre.
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Este año algunas mujeres elegimos regalarnos un ritual inventado con el deseo de reinventar el Día de la Madre. La performance –ese lenguaje que, cada vez más, me parece más potente fuera que dentro del campo del arte– fue nuestra cómplice, y, tras convocarnos a través de las redes, nos juntamos frente a la explanada de la Udelar para quemar las madres que no queremos ser, dar voz a las que somos –y que no siempre es fácil asumir– y a las que anhelamos construir. Llamamos a la acción "Madre Regalate Libertad". Y ahí, en la mañana del domingo, entre la feria y la propaganda electoral, asumimos el riesgo y la generosidad de poner el cuerpo juntas, aun casi sin conocernos.
En las celebraciones de los próximos años, al igual que logramos dar vuelta el significado y los rituales del 8 de marzo, quizás muchas más tengamos que reapropiarnos del Día de la Madre y voltear los mecanismos perversos y compensatorios por los cuales se homenajea, a través del consumo, el sacrificio que hacen las madres las 24 horas durante los 365 días del año. Quizás es posible interrumpir la inercia por la cual se les regala algo que hace más eficiente su servicio, o que las ayuda a borrar mejor los rastros visibles de su opresión. Tal vez sea necesaria una crítica a publicidades como las de El Corte Inglés, que las describen como “97 por ciento entrega, 3 por ciento egoísmo, 0 por ciento quejas, 100 por ciento madre”, o a anuncios de depiladoras con frases como “Regalale energía y libertad para elegir lo que más quiera”. También intuyo que podemos visibilizar otras cosas que no sean las decenas de promociones que tienen como público objetivo y deseante a cualquiera menos a las madres (¿porque al final a quién complace la madre tan bien depilada o el merengue que logrará esa batidora de última tecnología?).
El 8 de marzo las maternidades feministas formaron parte de la proclama de una marcha masiva, en un momento en el que estamos en plena emergencia de colectivos de mujeres que politizan sus formas de vida, pero también de campañas por “la familia” impulsadas por actores conservadores y derechistas. Tal vez el Día de la Madre empieza a ser un buen momento para celebrar fuera de las casas y en rituales con amigas. Para celebrar sin silenciar los aspectos menos publicitados de la maternidad; amando nuestro ser madres, pero también abrazando las dificultades de serlo, dándonos el permiso de nombrar sus aristas más duras y dolorosas, asumiéndonos imperfectas y contradictorias, habilitándonos a decir no puedo, no quiero o necesito ayuda. Y que si no vamos a abdicar del Día de la Madre, entonces, lo convirtamos en otro Día de la Madre.
Mi deseo es que, para las demás y para mi hija, los Días de la Madre puedan convertirse en un espacio tanto para las que desean ser madres como para las que tienen el coraje de no serlo, porque no lo desean. Leí hace poco que cuando le preguntaron a Fontanarrosa: “¿Qué soñás para tu hijo?”, respondió: “Que sus amigos sonrían al verlo llegar”. Y pienso qué hermoso es soñar una madre con amigas, con deseos propios, con goces y fantasías, con luchas y con heridas. Que en el Día de la Madre seamos las madres las que nos hagamos regalos a nosotras mismas (que es también una forma de pensar en nuestros hijos e hijas). Que podamos preguntarnos qué necesitamos y decirlo, que podamos mirarnos y sentirnos, que lo dediquemos a sanar los vínculos entre nosotras, a regalarnos encuentros, espacios, tiempos, deseos. Que nos regalemos libertad.

jueves, 16 de mayo de 2019

De la imaginación al poder: desfondando ideas.



Hoy que ya estamos en esa etapa del año en que los fondos concursables abren y todo el mundo se pone a “crear” (proyectos para conseguir guita) me puse a pensar si yo también entro en la vorágine una vez más. 

Hoy que mi sindicato (el de la danza) da señales de no dar señales, que la comunidad artística a la que pertenezco está diezmada por rivalidades personales o por competencias profesionales;

Hoy a algunos meses de la misma disyuntiva que hace 5 y 10 años, es decir votar o no a un partido de gobierno que da muestras de cagarse no solo en les trabajadores de la cultura sino también en el poder simbólico del arte y la cultura como si fueran – y lo están convirtiendo en - una industria más que hay que ayudar a dinamizar bajando su costo para el estado;

Hoy me puse a imaginar. Porque dicen que eso sabemos hacer quienes nos llamamos de artistas. 

Y me imaginé qué pasaría si en vez de competir como locas por fondos estuviéramos pensando en como dar vuelta la maquinita sensible que la derecha se montó y en la que estamos pataleando como hamsters en-ruedados. 

Me imaginé que el gobierno hubiera tenido una política cultural que fortaleciera la relación entre luchas sociales y arte, arte en vez de intentar disolverlas para inculcar un habitus diciplinante de adaptación al mercado y las industrias culturales. 

Me imaginé si el estado hubiera encontrado dispositivos de fortalecimiento del campo cultural sin que su presencia tuviera el efecto de disolver las organizaciones y redes autónomas de artistas y actores culturales. 

Y que el modelo desarrollista y el modelo de negocios que buscó hacer de uruguay una marca exitosa globalmente más que un enclave de articulaciones internacionales contrahegemónico, hubiera dejado sin explotar el terreno cultural por entender que es demasiado lo que está en juego y que no se puede vender el campo simbólico al bajo precio de la necesidad. 

Y que no nos hubiéramos comido tanto la pastilla, aunque declararse "engañada" es un poco más hipócrita que reconocer la complicidad que nos corresponde. Aún con la excusa de la precariedad, aún con la excusa de amor al arte. 

Y me imaginé que nos metiéramos desde el arte con la marginalidad y la lucha de clases, en vez de hacer de la otredad o de lo popular un objeto de estudio al que señalamos con snobismo, nos distanciamos con condescendencia, o nos sacudimos junto a la culpa posmoderna para que nunca jamás se nos vea intentando representar, hablar o bailar con el subalterno.

Me imaginé todo esto. 

En una de esas un par de amigues con un buen cv se cuelgan y nos financian el proyecto.



jueves, 9 de mayo de 2019

Persistir hacia lo que viene

Publicada en Semanario Brecha

Persistir hacia lo que viene

El Festival Internacional de Danza Contemporánea del Uruguay (Fidcu) es un festival independiente que, con apoyos diversos y dispersos, y gracias al trabajo en equipo de un valioso colectivo, ha logrado ediciones jugosas que han marcado la cancha de la danza contemporánea local. No importa cuántos años o ediciones sucedan, la pregunta sigue intacta y se renueva antes, durante y después de cada obra o performance: ¿qué es la danza contemporánea?

Obra Prehistoria / Foto: difusión, Ana Santilli Lago

Con algo de humor, podemos responder: la danza contemporánea es una danza que se resiste a ser definida. Si hacemos una lectura cómplice, diremos: una danza que piensa con el cuerpo sobre temas del presente. Si respondemos hostilmente, probablemente expresaremos: una danza hermética hecha sólo para entendidos. Si nos ponemos historicistas, alegaremos: una danza que surgió en Nueva York, Estados Unidos, en los años setenta, continuó su proceso de desarrollo influenciada por la danza conceptual europea de los noventa y se desarrolló en un proceso de hibridación, internacionalización y profesionalización en la posmodernidad. Como todo lo que se esfuerza por permanecer ambiguo, abierto y en proceso de creación, muchas lecturas e interpretaciones conviven en torno a este campo, llamado “danza contemporánea”. Pero, luego de rumiar varias definiciones, podríamos dilucidar que se trata menos de un lenguaje que de una serie de preguntas sobre qué puede –decir, hacer, pensar, experimentar– el cuerpo en el presente. También podemos, junto con Javier Contreras –artista mexicano habitué del festival–, entender la experiencia dancística “en tanto que radical experiencia erótica encarnada”, y “a la danza en general, y a la danza contemporánea en particular, como un lugar social específico que permite imaginar una poiesis civilizatoria no dualista, no patriarcal, no logocentrista”.1

En su texto curatorial, firmado por Paula Giuria y Vera Garat, el Fidcu de este año se reconoce “en medio de un mundo tan hostil que ahonda en procedimientos crueles”, y apuesta tozudamente a ser un paréntesis en el cual “detenernos y dedicarnos al mundo de lo simbólico y del pensamiento, de las afectaciones, de lo sensible, casi como un acto de insistencia obstinada en permanecer y existir”. La pregunta es cómo transformar la mirada y dar lugar al “cuerpo corrido, al cuerpo que no tiene espacio para ser, al cuerpo torcido, atascado, al cuerpo atrapado en este tiempo”.2

Fiel a la hibridez y a la creación de encuentros improbables entre actores y lenguajes, el Fidcu 2019 abre con un concierto, presenta una exposición de grabados y propone un programa que integra la danza, la performance y las artes visuales. Testimonio de ello es la presencia de Clemente Padín, un ícono y precursor de la performance en Uruguay y Latinoamérica, que el martes 7, en el marco de la exposición Intersticios. Cuerpos políticos, estrategias conceptualistas y experimentalismos cinematográficos, reactúa su obra La poesía debe ser hecha por todos, una acción hecha en 1970 en el hall de la Udelar, donde invita a participar a la generación de una “poesía pública”. Otro indicio de la impureza del evento es que la apertura del festival está a cargo de Camposanto, proyecto musical de Martín Canova y Antonella Moltini que “oscila entre lo experimental y el techno bailable”, en shows concisos que, partiendo de lo experimental, terminan en una “vorágine de baile primitivo” y transitan por el techno, la psicodelia, el noise, el pop y paisajes sonoros industriales.

NO TODO ESTÁ ACABADO: FORMAS DE FORMARSE. Un elemento que diferencia al Fidcu de otros festivales es su programa de formación, que año a año abre talleres gratuitos para la participación, en diversos procesos, de profesionales, estudiantes y curiosos. Con este programa, trasciende la función de mero expositor o curador y aporta significativamente a la formación de artistas, así como a la socialización de herramientas e informaciones que los invitados internacionales intercambian con los actores del campo local.

Observar los temas y las metodologías de los talleres –que cerraron sus inscripciones el martes pasado– ayuda mucho a conocer qué es y qué hace el Fidcu. Habrá un seminario teórico-práctico que se embarcará en el estudio del cuerpo desde la óptica de los estudios de performance (a cargo de Eloísa Jaramillo, de Colombia); un taller-montaje y función que indagará en la conexión útero-corazón como centro de poder femenino, así como en la respiración ovárica y la composición de y desde un cuerpo expandido y poshumano (coordinado por Abigaíl Jara, de México); un taller que compartirá perspectivas teóricas para pensar la danza contemporánea (junto con Contreras, de México); un laboratorio de acompañamiento de procesos artísticos, en el que se trabajará en buscar un feedback o retroalimentación sin prejuicio (por Anto Rodríguez, de España); un laboratorio para niños que se aproximará al universo infantil para construir un mundo en miniatura (con Gustavo Ciríaco, de Brasil); espacios para persistir hacia lo que viene como forma de re-ver, re-hacer, rescatar, demoler, desarmar, re-inventar, re-formatear, traducir “la cosa” (con Florencia Martinelli, de Uruguay); un espacio para practicar el contacto improvisación y relacionar el cuerpo con un entorno siempre cambiante como lo es el cuerpo en movimiento de otra persona (guiado por Catalina Chouhy, de Uruguay). Este compilado de propuestas bien podría servir como respuesta a la pregunta planteada más arriba: todo esto es lo que hace la danza contemporánea.

Otro aspecto propio del Fidcu es el espacio para obras en proceso. El festival plasma en su cronograma la convicción de que la “obra final” es una instancia más de otras temporalidades valiosas, que suponen mucho más que el momento de la performance o el estreno. Así es que durante sus siete días se abren los ojos con paciencia a propuestas que aún están creciendo, mutando, siendo influenciadas por quienes se acercan a verlas.

En el menú de procesos se encuentra Comedia de distancias, una exploración en la Casa Vilamajó dirigida por Carolina Besuievsky, en la que la construcción, de 1930, es la protagonista entre relatos, cuerpos y fantasmas. También se presenta el proceso de Neuma, una danza espectral a cargo de la chilena Bárbara Pinto Gimeno, que explora, con la ayuda de herramientas artísticas, fuentes fantasmales y hasta médiums profesionales, el presente y el pasado del lugar donde se encuentra el centro artístico Nave, en Santiago de Chile. También se abre el proceso Nuevo trigo, a cargo de Lucía Bidegain, que indaga en los conceptos de abundancia y prohibición. Y La infinita, una colaboración entre la colombiana Eloísa Jaramillo y la argentina Jimena García Blaya, que explora posibles aristas del feminismo en América Latina desde una mirada de la vida personal en el encuentro con la otra mujer, poderosa, infinita.

También habrá en el Fidcu dos residencias iberoamericanas curadas por el Programa Artistas en Residencia. En una de ellas participa la Princesa Ricardo (Marinelli), que le entra de lleno a la llegada del fascismo a la presidencia de Brasil –país donde 55 millones de personas eligieron al candidato que representa el proyecto más nefasto que la democracia brasileña ha visto–, preguntándose: “¿Cómo puedo, como artista, dar respuestas a contextos de violencia tan aguda y abrillantada?”. La otra es realizada por Carolina Minozzi, que llega también desde Brasil para desarrollar su proyecto Posiciones de descanso, una indagación sobre lo elemental para el movimiento en relación con la fuerza de lo que puede el cuerpo.

También habrá una ronda de conversación, coorganizada con el espacio Entre, que se titula “Desde los cuerpos y por los cuerpos: disidencias que existen y resisten”. El encuentro invita a dialogar sobre cómo vivimos y qué hacemos en un momento en que, mientras que las sexualidades y los cuerpos disidentes aparecen con más fuerza y organización, se multiplican los ataques desde sectores conservadores y de derecha.

INTERNACIONAL COREOGRÁFICA. El resto de la programación está compuesto por obras de artistas internacionales y nacionales que se presentan mayormente con entrada gratuita en salas del Cce, el Inae, el Eac, el teatro Solís, el Auditorio del Sodre, el Espacio Idea, el centro de artes y ciencias Gen y el Espacio Palermo Iam.

Mientras que la curaduría internacional estuvo a cargo de la dirección del Fidcu, la nacional recurrió nuevamente al dispositivo “artista invita a artista”, mediante el cual, a través del diálogo y el consenso, los artistas programados el año pasado proponen y seleccionan a los que se presentan este año. Las temáticas de las diferentes piezas son increíblemente variadas:cómo todo puede ser vendido y comprado; cómo bailar la exageración; cuál es el sabor del tiempo y los procesos; los rituales de las mujeres para florecer juntas; la atención táctil y su potencia para producir contagios, vulnerabilidad, sensualidad, contingencia; los actos narrativos que convierten el pasado en ficción; los hombres detrás y dentro del cemento; los cruces y los encuentros entre el día y la noche; la memoria en los ancianos y la imaginación en los niños; lo drag postsomático y no mimético que se disloca de representaciones binarias de género y sexualidad; el amor, la pasión y el fanatismo en una creación dedicada al manya y hecha desde el humor y la emoción; el montaje de una película que es el montaje de una obra escénica falsa, que cuenta una historia que es verdad, pero que nunca sucedió, y el amarse y desarmarse entre la turbación y la turbonada. Cuál tema corresponde a cuál obra, qué día sucede qué cosa y qué cuerpos –individuales y colectivos– emergen de esas provocaciones es lo que les queda por descubrir al lector de esta nota y los espectadores de un festival que sigue creyendo que el arte es un estado de encuentro. Y que, en tiempos en que fuerzas fascistas, represivas y censoras crecen y se abalanzan sobre los cuerpos, el encuentro nos pide persistencia, insistencia y, sobre todo, redes que nos sostengan para atravesar juntos las escenas más críticas.

1. Programa del Fidcu. Más información en https://www.fidcu.com/fidcu-2019

2. Ídem.