viernes, 12 de mayo de 2017

Mezcladora de cuerpos sobre FIDCU 2017






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 <https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/5/culmino-el-sexto-festival-internacional-de-danza-contemporanea-del-uruguay/>.

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Mezcladora de cuerpos

En un festival pasan cosas pero también él hace que le pasen cosas a la ciudad, al público, al teatro. Por la personalidad social y de cuerpo suelto de su público y sus artistas, un festival de danza contemporánea llena las plateas de conversaciones y risas, llena la ropería del teatro de bultos que no caben en el locker; mochilas, bolsas, bolsitas; llena los pasillos de olor a óleo 31 (la droga de los bailarines); hace que la gente viaje y vuelva a casa tarde aunque madrugue porque es martes; que artistas se encuentren; que salas e institutos sean habitados por gente que estira en los rincones y camina portando alta consciencia postural.

La sexta edición del FIDCU - dirigido por Paula Giuria y presentado en (link a nota previa) “es enorme” como me dijo un amigo al agarrar el catálogo y como se evidencia al repasar la cantidad de imágenes, emociones, pensamientos y sensaciones que se movieron en esta semana de festival. Además de una oferta de actividades que pone nerviosa a cualquier agenda más o menos apretada, El FIDCU es la pesadilla del espectador antisocial y el paraíso de quien piensa y disfruta del ir al teatro como una experiencia de encuentro y ritual compartido.

A diferencia de otros años donde la línea curatorial era más homogénea, la programación de este FIDCU no sólo varió en cuanto a las trayectorias - vimos en él desde estrellas consagradas como Vera Mantero hasta primeras obras de coreógrafas como la de Julieta Malaneschii, adolescentes de Rocha y Maldonado, artistas internacionales emergentes, performers, músicos e inventores en escena -, sino también en cuanto a estéticas y lenguajes. Se encontraron en sus salas y obras, estéticas experimentales, archivos de la historia de la danza, propuestas altamente teatrales, expresionistas, minimalistas, ficcionales, improvisadas, plásticamente cuidadas, en proceso y consagradas, obras nuevas o modificadas, trabajos frutos de encuentros y colaboraciones remotas, preguntas en formas de obra y obras envueltas en palabras y textos.

Ante esta variedad y reuniendo a muchos espectadores que circulan y comentan obras que van viendo entre sí, un festival implica inevitablemente la formación de consensos y tendencias, de conversaciones y rumores que van instalando la percepción de que “esta obra si” y “esa otra ni ahí”, de que “me rompió la cabeza” o que “le falta”. Este rol o hábito aparece en toda comunidad de espectadores y aunque que se adecúa a lógicas curatoriales y de identificación de tendencias, también permea la experiencia de los espectadores que vivencian las obras más o menos afectados por el modo en que éstas afectan a quienes los rodean. El dispositivo teatral se muestra así como una especie de maqueta de lo social y su modo de producir comunidad, comunidades, consumos, círculos de distinción.

Este FIDCU sin embargo puso en su menú a obras difíciles de clasificar o a las que responder, obras donde el “me gusta” no se aplica o no es suficiente, donde es difícil construir consensos o donde los consensos existentes se tambalean. Obras que abrieron el disenso y la perplejidad; lindos estados para habitar ante un fenómeno artístico. Las obras que logran esto satisfacen menos al espectador de hinchada pero tienen la potencia de confrontar a los espectadores con su propia experiencia - en individual y en colectivo -, que si se escucha sin tanto temor a no encajar en la opinión de moda o sin tanta urgencia de “entender”, habla, baila y nos hace bailar. Un festival es también un formador de sensibilidades compartidas y por eso las relaciones y colectivos que se activan en él son tan importantes y pueden engendrar desde hospitalidad y crítica constructiva, hasta antagonismo y competencia entre obras y artistas. Esto hace del encuentro un acontecimiento que también es político.

La apuesta política de este año involucró al igual que el año pasado (cuando se realizó una jornada en el Museo Blanes) el descentramiento de la ciudad, esta vez con rumbo oeste, proponiendo un domingo de convivencia en el Cerro, donde además de las obras presentadas en el Teatro Florencio Sánchez, se compartió almuerzo, caminata, visita al memorial y cruce de charlas y experiencias sobre la política, la danza y las dictaduras de los diferentes países de donde venían los asistentes. Aparecieron así tantos desaparecidos, nombres y temas.   

Cocktail coreográfico
Como después de un estado de ebriedad la resaca es una bruma desde la que se recuerdan únicamente los momentos más impactantes de lo vivido, el FIDCU cual sobredosis de danza, deja al terminarse un archivo inevitablemente selectivo y subjetivo de lo que pasó, el registro de los subidones de una programación extensa.

En ese sentido mi recorrido empieza por la penúltima obra del festival, “Olympia” en la que Vera Mantero realiza con pocos recursos usados con extrema delicadeza, una obra bellísima y llena de humor, un estudio gestual y pictórico que dialogando con Manet y la “Asfixiante cultura” de Jean Dubuffet, propone un solo femenino que desde lo concreto levanta infinitas imágenes y momentos. Una mujer tendida sobre una cama, leyendo, sobre fondo negro, recortada. Mantero existe en un círculo de luz que hace desaparecer todo su entorno y que pone arriba de la cama una coreografía hecha por un cuerpo que domina con precisión sus tensiones e intenciones sin grandes despliegues espaciales, una coreografía intensiva más que extensiva, una coreografía de tonus muscular bajo que sin embargo nos lleva a lo alto de la belleza estética, esa que Barthes asociaba al punctum, una coreografía basada en un cuerpo que posa y sus micro momentos, en todo lo que no cabe en la imágen, en todo lo que sucede entre el cuerpo y sus posibilidades de retrato con el foco puesto en el durante.

Otra de las obras potentes fue la presentada por la compañía Chroma Teatro (España) que con sus mujeres fuertes y encendidas, prendidas a la barra de no ballet ofrecieron en “Sapucay” una inmersión física y ambiental en un mundo simbólico y material abyecto, en una sexualidad hirviente y directa que desdibujando los límites entre lo masculinizado y lo femenino no estereotípicamente femenino, nos confrontó con cuerpos que gritaban estados y desbordaban erotismo y violencia. “¡¡Está caliente la indiada!!” Escenario chico e infierno grande, danza costumbrista, Sapucay es una comedia negra y expresionista sobre un espacio no identificado pero con infinitas marcas identificables.

Por su parte, “Gag” del colectivo brasilero-español Qualquer y la creación e interpretación de Luciana Chieregati presentó una mujer en escena, o un cuerpo intentando decir, o un cuerpo que se mueve para no decir, o una bailarina en problemas, o la afasia de la palabra sorda, o la multiplicidad de un único cuerpo, o la maleabilidad del gesto, o la intersección entre palabra y danza, o la presencia de un cuerpo- amplificador en el centro del escenario, o la violencia siendo vecina del humor, o el humor que se basa en la opresión del cuerpo, o la música brasilera, o el romance ridiculizado, o lo ridículo del ridículo, o lo serio del ridículo, o tomarnos el primer avión con destino a la felicidad. La consideración de demasiadas posibilidades y un solo cuerpo en un trance intraducible y grotescamente conmovedor.

En los bordes de la danza, la obra del portugués Joao Dos Santos Martins compartió con otras como “Barco Dance Collection” (Machado), “Videoclip” (Conde y Leite)  u “Overstatement” (Ketilsdóttir) una reflexión sobre el propio medio dancístico, la figura del bailarín, sus historias y sus posibilidades. Esta obsesión de pensarse a sí misma que la danza contemporánea comparte con otros lenguajes y perspectivas homónimas, da a veces lugar a propuestas un tanto herméticas o al menos endogámicas respecto a las lógicas del campo artístico, y en otras ocasiones interesantes miradas donde el medio es explorado performativamente creando configuraciones escénicas que alcanzan también a los no entendidos. Fue ese el caso de “Proyecto Continuado” que de larga duración, hizo un recorrido por la historia de la danza espectáculo occidental empezando por Isadora Duncan, su técnica del plexo solar y su abordaje espiritualista, llegando a la danza conceptual, el contact, Jane fonda y el entusiasmo, la búsqueda de autonomía, los clichés de la danza, la sensualidad no siempre asumida de su práctica (y no sólo de su presentación), la belleza de la técnica, el “fin de..”,  la deconstrucción de la forma y de la danza por parte de la propia danza. El elenco de esta obra nos paseó por diferentes paradigmas dancísticos y momentos de la historia del arte y sus filosofías, buscando reconectar con un pasado para continuarlo, para ser continuados por él, para pensar en el rol de los cuerpos en el devenir de la historia. “Si indagamos en el verdadero origen de la danza, si vamos a la naturaleza, encontraremos que la danza del futuro es la danza del pasado, la danza de la eternidad, y ha sido y siempre será la misma.” escribía Isadora Duncan* - y citaba Martins.

Otro de los recuerdos del festival que sigue latiendo es el de “Hormigonera” - Del Pino, Rodríguez Tricot, Rossi Giordano, Ruétalo Luccini y Skrycky - , investigación que inauguró el FIDCU y que presentada como proceso resultó una obra hipnótica en la que sus creadores están presentes con la función de mover objetos, activar dispositivos y dejarlos hablar. La poética de la prueba, la concepción del coreógrafo como “inventor” que mezcla creatividad, ingeniería y espíritu gambiarra para mover el mundo, el estudio físico y material del universo objetual subjetivo que nos rodea, la creación de submundos dentro de él, el tratar al objeto como a un camarada, compartir la belleza de las cosas simples, compartir recetas de cosas complejas. De esto iba “Hormigonera” que sigue en proceso durante los próximos meses y estrena en el Cerro. Además de un experimento simple bicromo, esta fue la primer obra en que escuché a los artistas hablar durante la charla posterior de ideología de la pieza, y no era creada por bailarines. Estos artistas con conocimiento técnico y experiencia profesional en ese rol, cuentan con sus herramientas y además con una formación basada en la observación de decenas de procesos, de cientos de modos de trabajar de los artistas para los que operaron, con la familiaridad de decenas de elementos y materiales que piden y dan cosas diferentes. Por otra parte, con su estética austera en simbolismo y representación, con su investigación de la calidad de movimientos y de pesos, “Hormigonera” quizás no esté tan lejos de entusiastas de la historia de la danza como Loie Fuller y sus intentos de dar luz e imagen a enormes grandes telas-vestuario en movimiento, o los descubrimientos que en términos de volumen y masa debe haber hecho Doris Humphrey con su propio cuerpo a través de la técnica que denominó “fall and recovery” (caída y recuperación).

Mucha más danza sucedió este FIDCU; mucha obra con parlantes en escena, mucho ruido de animal, mucho hombre y mujer tornándose o siendo, una compañía formada por muchos coreógrafos y un solo bailarín, danzas que jamás podrían ser descritas salvo recurriendo a acontecimientos anatómicos, mucha obras que te hacían respirar con ellas, el pensamiento del cuerpo, el cuerpo como pista o como huella, el cuerpo como marca, cuerpos tirando del centro del cuerpo al centro del cuerpo, enigmas y ofrendas, declaraciones y extinciones, telepatía y superhéroes, investigaciones del ritual y sus formas, abstracciones, miel con cúrcuma, extranjeros encantados con cuanto porro hay en la vuelta, pogos de cuerpos sin cara, la lenta llegada del frío montevideano en otoño, muestra de procesos y procesos de muestra, lobby, desencuentros, reencuentros no esperados y esperados, planes a futuro, deseos descubiertos, pensamiento del cuerpo, de las articulaciones, de los músculos, de la piel, de los tendones, de la borrachera del baile final y sus consecuencias cognitivas y afectivas.  

Artistas, personas, preguntas, relaciones, etc
De los encuentros y obras sucedidos se deduce que hay muchos artistas haciéndose preguntas potentes no sólo sobre sus propias prácticas, sus políticas, sus modos de sustentabilidad, etc, sino también en torno al mundo, al futuro, al fracaso, a lo imposible, a cómo bailar lo impensable pero también cómo pensar en qué coreografías queremos o no (re)producir en nuestro arte y vida.

Tal como llovió en una de las “tormentas temáticas” - charlas organizadas en torno a temas específicos - la danza tiene un aspecto ritual y comunitario que si resulta claro y potente para quienes la experimentan, no siempre es fácil de comunicar o compartir con quienes son llamados a desempeñar el rol de “espectadores”: ¿cuán posible de dislocar es eso?. Seguir experimentando con la creación escénica o por el contrario socializar y democratizar esas herramientas se plantean como alternativas que quizás no son excluyentes, al igual que no lo son forma y experiencia en el ritual, o lo explicable y lo inexplicable de la experiencia estética, o el trabajo colaborativo y el trabajo de calidad en un festival como este.  

El FIDCU provee el contexto para que encuentros y redes se tejan entre artistas de Uruguay y de diferentes países. Y el arte, a diferencia de otros espacios ya totalmente neoliberalizados donde resulta impensable cualquier percurso que no sea individual y competitivo, sigue insistiendo con el trabajo en red, en colectivo, en la pregunta por la comunidad, en dinamitar en una semana el dinero que casi ningún artista podrá llegar a tener para desarrollar el proyecto de sus sueños. Y quizás eso está bien. Y quizás no exista (aún) tal proyecto de los sueños.

La danza puede ser de cuerpos disciplinados y coordinados, de cuerpos coordinados en gozo, de cuerpos que son movidos, de cuerpos sin órganos o buceando otros tiempos. El cuerpo de la danza contemporánea se aleja de la formalización y de la identificación, y su caos, cuando es recibido con paciencia, tiene cosas que decir, que ofrecer y que compartir.
Como se dijo en “Proyecto continuado” mientras un grupo de bailarines se movían anárquicamente en el espacio conviviendo entre sí heterogéneamente: quizás la democracia se parezca más a esto que a una señora vestida de azul, rojo y blanco con flores en la cabeza.

Sin duda la danza contemporánea ha avanzado, mejorado, se perfeccionó, ganó públicos, se insertó en un mapa de políticas culturales, se entendió mejor a sí misma, ingresó en instituciones educativas formales, se multiplicó en procesos socioeducativos informales y parece acercarse al punto de regresar al ¿para qué? Y el para qué punza como pregunta. Y en tiempos de post-relatos y escepticismos no parece probable un revival del intento de reconexión con lo sagrado, la búsqueda de una verdad estética. ¿Con qué busca conectar entonces la danza contemporánea? ¿y con quién?. Quizás su aspecto micro-comunitario tenga no solo puntos en contra - sino veamos lo que las culturas “masivas” tienen para ofrecer - y señala más bien que hay un aspecto afectivo, emocional, espiritual involucrado entre quienes se enganchan a ella como a la pasta base. Traducir al momento contemporáneo preguntas planteadas por danzas del pasado puede ayudar a engordar de historia a un futuro que luce magro en términos de utopías, sueños, experiencias transformadoras y cambios radicales. “Pero la danza del futuro tendrá que volver a ser un arte altamente religioso, como era entre los griegos. Porque el arte que no es religioso no es arte, es pura mercadería.”, decía Isadora*, y quizás estaba equivocada cuando en 1903 avizoraba este futuro sacro para la danza. Hoy la posmodernidad como lógica cultural del capitalismo tardío o del neoliberalismo logró desmitificar al cuerpo pero en ese mismo movimiento quizás acabó por fetichizarlo, por aislarlo, por volverlo cosa mientras intentaba liberarlo de las estructuras del sujeto. ¿Cómo sería recuperar la creencia y la experiencia del cuerpo pero ya no buscando a dios o al reino de lo anatómico-biológico como respuesta sino devolviendo el cuerpo al terreno embarrado de lo que podemos hacer juntos? Quizás este sea un desafío crucial en el que puede colaborar hoy el arte de hacer danzas.

*La danza del futuro. Isadora Duncan (1903) tomado de El arte de la danza y otros escritos, de Isadora Duncan.Editorial Akal.

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