viernes, 15 de marzo de 2019

Hacia otro linaje_ Sobre la escuela de formación feminista de Minervas

Versión completa de la nota publicada en Brecha el 15 de marzo de 2019
https://brecha.com.uy/hacia-otro-linaje/

Hacia otro linaje
La Escuela de Formación Feminista de Minervas.



Minervas es un colectivo surgido en 2012 que integra la Coordinadora de Feminismos. / Fotos: Juan Manuel Ramos
A fines de febrero, a sala llena y en pleno furor de la previa del 8M, se inauguró la Escuela de Formación Feminista de Minervas, un espacio autogestionado que busca organizar y compartir los saberes del feminismo, además de plantar una semilla para que crezcan encuentros y experiencias con otras compañeras, de aquí y de otros lugares.
La explosión de publicaciones, cursos y eventos indica que hay mucho saber en circulación y gran hambre de formación por parte de quienes hacen o ingresan hoy a diferentes vertientes y prácticas de los feminismos, desde los más populares a los más académicos. Además, la formación militante viene ganando espacios en centros educativos, formales y autogestionados. En Minervas, un colectivo feminista surgido en 2012, sucede algo parecido: allí se fundó este febrero la Escuela de Formación Feminista.
Se suma, así, a las experiencias de la Escuela para la Libertad de las Mujeres de Oaxaca de Juárez y del colectivo Cuerpos Parlantes de Jalisco, en México, a la existencia de la cátedra Virginia Bolten, de Pañuelos en Rebeldía y de la escuela Berta Cáceres, en Argentina, a la proliferación de titulaciones, áreas y cátedras de género y sexualidad dentro de universidades de diversos países, como el caso del Grupo Interdisciplinario “Mujeres, luchas sociales y feminismos” de Udelar.
Los feminismos –que vienen trabajando en resignificar la política, haciéndola en sus propios términos– entienden la importancia de generar encuentros entre mujeres para compartir lecturas y pensar juntas, y es en ese sentido que la escuela es un dispositivo que consolida una práctica ya existente y, al mismo tiempo, abre y comunica hacia afuera, para que otras se sumen y traigan sus temas, saberes, experiencias.
Mariana Menéndez, integrante de Minervas, cuenta que “muchas nos hemos formado en escuelas de otros movimientos, como la Florestan Fernandes (de Brasil), o en otros espacios educativos autónomos desde las luchas. La formación siempre ha sido un puente para encontrarnos con otras, ir a dar un taller, un seminario, traer a algunas compañeras de otros lugares a que den charlas o a presentar libros”.La intención es que “en la escuela participen compañeras que no son de Minervas, que son de otros grupos o que no están organizadas en un espacio feminista, para ir entre todas armando las distintas áreas de trabajo”.
Mariana plantea que con la escuela, además de la formación, buscan investigar. “Uruguay es un país muy estadocéntrico y, en general, los espacios educativos son institucionalizados. El 90 por ciento de la investigación se hace en la Universidad de la República, que está bien porque es una institución pública, cogobernada, donde algunas de nosotras trabajamos, pero investigar desde los espacios autónomos con nuestras propias palabras, nuestras propias preocupaciones, también es un deseo. Un espacio más abierto, menos reglado por la cuestión académica, que genere producción intelectual desde la propia lucha”.
Para Raquel Gutiérrez, cómplice mexicana de visita en Montevideo, “la palabra ‘escuela’ puede tener un contenido disciplinario, pero puede también resemantizarse y plantear una coproducción colectiva de conocimiento. Es decir, constelaciones de pensadores que a veces están anidados en una universidad pública y a veces no, pero que tratan de ir acomodando contrapuntos variados, siempre con un ánimo deliberativo interno, haciendo síntesis parciales”.Hay conocimiento que se va condensando, sostiene Raquel, “que no es teoría sistemática, pero va marcando una manera de mirar. No es tanto una misión de totalización, de tener una teoría sintética como el pensamiento kantiano. Significa dejar de presentarse como una más de un mundo de particularidades fragmentadas que no tienen hilván”.
Esta militante plantea el conocimiento como un campo de batalla, porque “la manera en que se organiza el pensamiento está en el orden de la disputa, en el plano de los contenidos que pueden ser las teorías, pero también en el plano de la intencionalidad con la que se cultivan determinados conocimientos”.
La escuela de Minervas, tal como Raquel la entiende, no se disocia de ninguna manera de su disposición de intervención política: “Es lo uno con lo otro. Entonces, en el proceso mismo de producción de conocimiento hay también una actitud reflexiva. Eso es lo que hacen las escuelas, producen contenidos, pero piensan sobre cómo los producen. Muchas feministas están poniendo escuelas, porque lo sienten como una carencia que hay que subsanar. Es pensar con seriedad, de modo riguroso. Pero nuestro criterio de rigurosidad tendría que ser totalmente distinto que el del productivismo neoliberal”.
LA CUESTIÓN PEDAGÓGICA. Si formación e investigación militantes tienen sus propias particularidades y metodologías, las prácticas y la organización de saberes en los colectivos feministas vienen creando sus propias formas de acontecer, tomando, por momentos, herramientas de la academia, pero también de los espacios políticos organizados desde abajo. Así, dialogan con tradiciones canónicas, pero también las cuestionan, beben de formulaciones populares, revolucionarias, heterodoxas.
Daniela Massa, también de Minervas, señala: “Separarnos de esta lógica de sentirnos ignorantes o no, de ponernos de un lado o del otro, es un proceso en que formación y autoconciencia se retroalimentan una a otra”.Montar la escuela fue un proceso de “valorar el conocimiento de la otra y la apertura para recibirlo, y que eso sea un espacio sano de intercambio, que no sea algo vertical, sino de cultivar. De preguntarnos qué tenemos ganas de pensar, de no tener miedo a que la otra sepa, que tenga la libertad y la seguridad de que la están escuchando y respetando por ese conocimiento. Eso también es parte de esta formación”.
En cuanto a la planificación y al proceso, estas militantes indican que no trabajan desde la predefinición de contenidos y actividades, sino que proponen y van haciendo, ensayando y conversando por dónde sí y por dónde no, en acciones colectivas de experimentación. Es “plan contra experimento”,dice Raquel.
Mariana cuenta que una característica importante del modo de formación es que “no está escindido lo racional de lo afectivo; la formación y la autoconciencia, aunque sean dos momentos, están imbricadas. La modalidad es esa: partir de nosotras mismas –algo que ya estaba presente en el feminismo de los setenta, y que nosotras retomamos– y hacer ese contrapunto con la teoría, pero siempre pasándolo por nuestras experiencias. Después hay momentos en los que algunas compañeras que tienen más acumulación en ciertos temas organizan actividades”. Esta militante aclara que “no hay una fantasía de horizontalidad chata, de que todas sabemos o todas ignoramos lo mismo. A veces cuando se hace formación o educación popular en los movimientos, o cuando la educación popular se ‘oenegeíza’, hay una fantasía de igualdad, donde parece que nadie tiene un acumulado específico que puede poner a jugar”.
RECREAR LA LUCHA. El intercambio permanente con militantes feministas de otros lugares y de distintas generaciones caracteriza a Minervas y continuará en la escuela. La percepción de que hay poca historia de los propios linajes del feminismo, la necesidad de escribir la historia desde el sujeto que la construye, las reflexiones sobre la memoria de las luchas y la relación con las dinámicas de autoría y autoridad a la interna del movimiento son problemas discutidos y analizados por las Minervas en sus procesos de formación.
En este sentido, Raquel también retoma un pensamiento de las feministas de los años setenta: “Albergamos la diferencia porque, a diferencia del patriarcado, no la convertimos en jerarquía. En la revolución feminista de estos últimos cinco años, queda muy bien plantado que esto exige poner en crisis la idea de igualdad plena, aun al interior de nosotras mismas”.Ensayar modalidades para albergar las diferencias ha permitido “restituir ciertas formas de autoridad que ya se habían vislumbrado y que esas señoras de los setenta le llamaban ‘autoridad maternal’”.Esta mirada, que apunta a establecer ciertas relaciones de confianza intergeneracionales, plantea Raquel, propone “una autoridad fundada en una generación que ya está de salida, que puede nutrir porque se va convirtiendo en raíz. Entonces, no manda, pero es autoridad en ese otro sentido”.
Para Mariana, es importante la reafirmación que las más grandes les dan a las más chicas al compartir sus vivencias, y, a la vez, el diálogo entre quienes iniciaron su militancia en organizaciones mixtas y las que arrancaron ya en pleno feminismo. Por eso entiende que “hay que hacer estallar este horizonte de igualdad hacia afuera, en términos de igualdad abstracta de derechos liberales, y hacer estallar el horizonte de igualdad adentro de nuestra propia experiencia, porque no somos iguales”. Cuando se separa la autoridad del poder como dominación, se habilita “la idea de autoridad materna en el sentido de que la madre es la que enseña a hablar, conecta las palabras con el mundo. No es imposición, es prestar palabras”. Para Mariana, pararse en este lugar permite “entretejer un linaje entre mujeres hacia arriba, hacia abajo y entre hermanas. Se produce ahí una autoridad femenina, pero no una figura singular de líder, sino en el reconocimiento de que la otra carga una experiencia y es capaz de compartirla. Es de mucha sencillez, pero fue todo un proceso de trabajo entenderlo así”, porque estaba instalada otra dinámica, “la de pura mediación patriarcal, la competencia entre mujeres, la enemistad histórica, que nos separa primero de nuestras madres y después unas de otras: esa es el arma del patriarcado”.
Mariana plantea que la inauguración de la escuela implicó “retejer ese linaje y sanar las relaciones entre nosotras, dándonos autoridad unas a otras. Eso es una rebelión simbólica. Cuando no sabemos reconocer ciertas autoridades femeninas, tenemos que revisar a ver qué nos pasa, por qué no podemos aceptar que la otra está diciendo cosas interesantes, que te puede enseñar”.
Para Daniela, el feminismo ha quebrado con la lógica del líder revolucionario de izquierda, el que la tiene clara, y para tener la posta hay que ir a hablar con él. La trasmisión entre mujeres consiste en compartir lo vivido y lo acumulado, pero para ponerlo a jugar en un ida y vuelta, trayendo cada una lo que sabe del mundo, en una gran mixtura: “Si no tenés acceso a esa diversidad, es imposible cambiar algo; mucho menos, cambiarlo todo, como queremos”. Escuchar pero haciendo pasar esos relatos por una misma, entre las feministas de antes y las feministas de ahora, y entender que “está buenísima esa división porque son compañeras que tienen un montón de años más que vos y no tenés miedo de tenerla al lado. Ahí hay una diferencia muy grande con las izquierdas, porque el que lo sabe todo da miedo. No podés sentarte al lado. Mucho menos darle un abrazo, mucho menos llorar. Y, entonces, ahí me parece que está la potencia”.
Hablando desde “las más viejitas”, Raquel cuenta que cuando le trasmite su experiencia a una mujer más joven y le aporta un sentido, eso la dota de razón y de fuerza.
LO QUE EL CUERPO SABE. Campañas con fotos donde se pone el cuerpo, talleres en los que se habla del orgasmo, de la menstruación, de ginecología natural, tetazos y actos de liberación de la mirada patriarcal, de la libertad, pero también del dolor, de las violencias, de la endometriosis, de los abusos, de la violencia en los abortos, incluso cuando son legales. El cuerpo está en el centro de la política y de la formación feminista, no sólo como objeto de estudio, sino como campo donde se libran muchas de las batallas y rebeliones del movimiento, como espacio donde palabras y experiencias se ponen en contacto y se afectan mutuamente.
En este sentido, Mariana cuenta cómo, en el proceso de aprendizajes compartidos, “nosotras mismas hemos empezado a vivir nuestro cuerpo de una manera completamente distinta. Hemos compartido con asombro que pasamos de entendernos como una fragmentación, porque así nos miran, como teta y culo, a empezar a sentir la integralidad de nuestro cuerpo. Dejar de sentir que somos nuestra cabeza o racionalidad, y que el cuerpo es el envase”. Así se logra conectar con toda la potencia del cuerpo, continúa Mariana, algo que se pone en juego “en las calles, en las alertas. Lo que hacemos con nuestros cuerpos ahí, transformando una calle oscura que nos da miedo, es una manera de luchar también”.
Daniela explica que en Minervas y en la escuela “se cultiva la comunicación; es otra manera de luchar, pero también otra manera de conectarte con tus ancestras, con lo que somos, dejar de pelearnos, dejar de pelearnos con nosotras mismas. Eso también es abrazar el cuerpo, ¿no?”.Daniela propone que parte de la formación implica “conocer nuestro ciclo, desmitificarnos, sabernos una con todo lo que nos pasa, cuidarnos, entrar en contacto con todos los cuerpos. Con los cuerpos de mujer y con los cuerpos feminizados, y encontrarnos con la compañera trans y que ella te diga: ‘yo me siento de esta manera’, ‘yo pongo el cuerpo de esta manera en la calle’. Ver una marcha del 8 de marzo llena de cuerpos de mujeres caminando y sentir que tenés fuerza, que no es sólo tu cuerpo, que tu cuerpo es con el de todas las demás y que ninguno de esos cuerpos es perfecto. Dejar atrás la idea de la perfección y no buscar más esa idealización de ir atrás de la zanahoria que nunca vas a alcanzar para que tu cuerpo entre en un estándar”.
“Lo que yo siento es verdad”, es un aprendizaje que recuerda Raquel y que habla de esta herramienta que no escinde lo racional y lo sensorial, la mente y el cuerpo, el cuerpo individual y el social. Es desde esta clave que el feminismo es una política de lo personal, pero, al mismo tiempo y de forma indiscernible, una política que mueve los cimientos de toda la organización social. Mariana cree que “estamos en un momento de rebelión o de revolución, y es existencial. No hay cosa que quede afuera de la experiencia femenina que está en rebelión. El otro día, conversábamos mucho sobre cómo fue cambiando nuestro deseo erótico, absolutamente capturado por un tipo de varón específico para las que venimos de una militancia de izquierda. Hoy a ese varón lo vemos venir y corremos para otro lado”. Ha cambiado profundamente la manera en que están en el mundo, cree Mariana, porque esta rebelión implica “una transformación que es existencial. No son pedacitos de cosas distintas; nosotras estamos de otro modo en el mundo”.
En el presente de los feminismos que se ensanchan y maduran, la existencia de una escuela feminista permite narrar la historia de los feminismos, que trae consigo la de otras luchas y mundos que fueron marginados de los relatos oficiales, de las epopeyas de líderes únicamente masculinos, de la monumentalización de pasados en los que las luchas de mujeres o su participación ocupan apenas algún párrafo en los gruesos volúmenes de la historia de las izquierdas. Las feministas se permiten hablar no sólo de la mujer, sino del mundo, en un ejercicio colectivo y sensible de encuentro con las que están y con las que ya no, en viajes por temporalidades y territorios múltiples donde viven los antecedentes del movimiento actual.
La cosa recién empieza, y sigue. El 26 y 28 de marzo, habrá actividades con Mujeres Creando, de Bolivia; en abril, tendremos la visita de la investigadora y referente argentina de Ni Una Menos Verónica Gago, y en agosto, la presencia de Gladys Tzul, feminista indígena guatemalteca.

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