lunes, 22 de abril de 2019

Nacimiento y re nacimientos _ relato del encuentro con Nadia



El cuerpo puede tantas cosas en las fábulas que el espíritu se espanta con eso”.
Michel Serrés 


19 de abril de 2019.
Hace una semana y tres días que nació Nadia y entre teta y teta, mimo y mimo y paso de mano a mano de su cuerpito entre mi pareja y yo escribo este relato. Sé que escribirlo significa el fin de una etapa hermosa pero también significa que otra muy maravillosa e increíble ya comenzó. Mientras estaba embarazada y leía experiencias de otras pensé mucho en como iba a ser este relato. Ahora al empezar a escribirlo, no sé qué palabras tendrá pero ya sé lo que cuenta y sé que es una historia feliz, pese a que no es como me había imaginado.

Y es que decir y pensar que el momento de nacimiento - el parto - es un momento de pérdida de control e imprevisibilidad es diferente a atravesarlo. Como la mayoría de experiencias relacionadas a la maternidad, cuando se hacen carne entendemos lo profundo que dejan huella. Y en nuestro caso la dejó: una enorme sonrisa que me atraviesa la pelvis y que aún se cura mientras escribo esto. En estos días me amigué con esta cicatriz y le agradecí porque es una marca que me va a recordar siempre el nacimiento de nuestra hija y la forma que nos tocó y que pudimos atraversarlo. Mezcla de agencia y de eso siempre incontrolable que tienen los evento realmente importantes en la vida.

El embarazo de Nadia fue perfecto. No solo porque apenas nos permitimos no cuidarnos ella fue concebida - en los primeros días de la luna de miel tipo de película - sino también porque ambxs lo supimos en seguida sin que mediara ningún test e hicimos todo el viaje conscientes de que ella ya estaba ahí. Nos dimos mucho amor y miramos el mundo y hablamos del futuro. Me di baños en el Egeo pidiendo a las diosas griegas que la cuidaran y dejé de tomar alcohol y a sentir la conexión desde muy temprano. Luego vino la confirmación y muchos meses de placer juntes. Digo placer porque mientras ella crecía hicimos de todo: viajamos, hicimos un par de obras de danza, fuimos a marchas, militamos, hicimos un tetazo, filmamos videos en la calle, cogimos un montón, comimos de todo, y entré en un estado de plenitud y sensorialidad que nunca había tenido en mi vida (lo que para mi es “calma” quizás no lo sea para otres pero para mi fue un descubrimiento).

Empezamos a prepararnos para su llegada desde muy temprano y yo a cambiar mi eje (y mi alineación literalmente) muy progresivamente. La maravilla de los nueve meses y que poco a poco los cuerpos muten tan radicalmente. El hecho de tener el verano y de que empecé la licencia maternal en la semana 38 también nos habilitó muchas charlas y discusiones con Gabriel sobre cómo queríamos hacer esto, qué cosas eran importantes y cuáles no, cómo encontrar nuestra manera de atravesar esta experiencia, qué hacíamos con las expectativas ajenas (y las propias), qué hacíamos con nuestras diferencia, y sobre todo lo fuerte que era el hecho de que se venía una hija!

Hicimos un curso para padres en la mutualista y otro de embarazo eutónico que fue bellísimo y nos acompañó durante todo el proceso y durante el nacimiento de una forma esencial. Me integré a una colectiva de maternidades feministas y escribimos juntas y abrimos el grupo, escribí un texto sobre política y gestación, escribí un poema a Nadia y a Gabriel y muchísimos otros sin forma ni dedicatoria, leí libros como el de Kaplan, Casilda Rodrigáñez Bustos, sobre maternidades feministas, hice listas de canciones, me acerqué a alguna gente y me alejé de otras, nos abrimos a todo el amor y nos cerramos un poco a pasiones tristes de esa que abundan adentro y alrededor.

Teníamos fecha para el 2 de abril. Yo estaba – por algún capricho absurdo que no hizo más que aumentar mi ansiedad – convencida de que iba a nacer en marzo. Pensaba que como Gab y yo somos de ese mes ella también lo sería y hasta tenía la esperanza que fuera piscis. No hay que ser Freud para darse cuenta de cómo estaba proyectando mi propia identidad en Nadia que es – y nos costó un rato aprenderlo – ella misma y no una extensión de su padre o yo.
Como si escuchara desde adentro y dispuesta a llevarme la contra, Nadia no daba ni miras de salir. Yo nunca había estado embarazada a término (si estuve una vez antes pero lo interrumpimos voluntariamente antes de los tres meses), y haciendo alarde de mi contacto con mi propio cuerpo empecé a inventar señales de que se venía o a leer las señales de esta última etapa como de parto inminente cuando en realidad eran simplemente una previa larga. Retrospectivamente es fácil decirlo pero claro que no lo percibía así en el momento. El embarazo había sido extremadamente cómodo y gozador y para mi sentir las contracciones o presiones de las últimas semanas era algo extraño y una señal que ya venía. Mientras tanto mentalmente sostenía que estaba dispuesta a esperarla todo lo que ella necesitara, etc. y estaba intentando eso, de veras. Pero no importa que una tenga arriba 20 años de danza, hay coreografías que no se aprenden en ninguna academia y pensamientos que se pueden repetir mil veces con el lenguaje pero que no logran hacerse cuerpo. Creo que incluso fue contraproducente mi “idea” de que por trabajar con el cuerpo iba a ser capaz de sentir más o mejor y también las expectativas ajenas de la gente que en la mejor me decía que iba a tener un parto hermoso. Qué presión! Era casi como pasar un examen en el que se esperaba o se daba por hecho que yo iba a hacerlo genial, empezando por mi propia exigencia o expectativa.

Fue así que terminó la semana 40 y se avizoraba el fin de la semana 41 y mi ansiedad estaba controlada pero presente (o nuestra). Oscilaba entre esperar todo lo que fuera necesario y el miedo a que algo saliera mal si se demoraba más el parto. Mi ginecóloga – en quien confiábamos y a quien pedimos acompañara el nacimiento - había comentado hace semanas que el cuello había empezado a acortarse pero se había quedado en ese centímetro y no avanzado más en los últimos días/semanas. Ella estaba dispuesta a ir incluso algunos días más allá de la semana 41 pero era evidente que no podría ser mucho más porque no se recomienda llegar a la 42 y no queríamos una inducción demasiado acelerada ni poner en riesgo a Nadia. Ella confiaba en que se desencadenaría solo y yo también pero no sucedía. Creo que la sobre información me jugó en contra y que mientras buscaba la conexión mente cuerpo algo se cerró en mí o al menos trancó que algún proceso que no era mental se desencadenara. El detonante fue el encuentro con un ecógrafo que logró sacarnos la calma que veníamos atando con palillos. A él, días antes de la inducción que ya veníamos avizorando como posible, el cálculo le daba que estábamos en 41 semana y 4 dias e inclusive antes de hacer el examen nos retó por no tener plan de internación y nos mandó a ver a la ginecóloga ese mismo día (era jueves y nosotres la veíamos el lunes para decidir la inducción en caso de que no hubiera llegado Nadia).

Nos fuimos ya en cierto clima de urgencia al prado donde estaba atendiendo Flavia. Ella nos dijo que hacíamos lo que quisiéramos. Me vio angustiada y me dijo que habiendo sido tan hermoso el proceso no daba para terminarlo mal. Se puso a entera disposición y nos dijo que a ella el cálculo le daba otra cosa. De haber mantenido la cabeza yo habría habilitado algo que mi mente sabía: nuestro cálculo también daba otra cosa porque sabíamos perfectamente la fecha que no habíamos des-cuidado y eso nos daba terrible margen. Sin embargo y sin importar cuántos textos y charlas habia tenido, no logré que mi autoconfianza primara y me dejé ganar en alguna medida por el miedo y la confianza a los sistemas expertos. Mientras me preguntaba qué sentía que era lo mejor, tenía un miedo tremendo a que un error de mi intuición le costara alguna dificultad a nuestra hija. Me sentía desconocedora de mi cuerpo y de los pro y contras que conllevaba cada alternativa. Temía que por ser obstinada le pasara algo a Nadia y pero al mismo tiempo los relatos de espera feliz me alentaban a desoír la indicación de la semana 41 y dudar de la precisión de los resultados que ese oráculo redondo que los doctores movían buscando la famosa fecha probable de parto. El oráculo ginecológico le decíamos y nos reíamos, un poco irónicos y otro poco nervioses.

Fue así que decidimos comenzar una inducción en el día que se terminaba la semana 41 o según el otro doctor al que nadie le había preguntado, en díaa en que ya estabámos claramente en la semana 42: lunes 8 de abril. Un par de días antes y sin saber ya cómo pasar el tiempo de espera – durante el que nos dimos todos los gustos y los mimos - habíamos tirado el iching con la pregunta ¿cómo va a ser el parto?. La respuesta fue el hexagrama 51: doble trueno. La hija mayor. Temor y caos, pero después todos ríen. Intentamos tomarlo con calma y decidimos inventar un ritual para pedir que la llegada de Nadia a este mundo y su encuentro con la vida afuera del útero fuera con la mayor alegría y paz posible. Nos pusimos el despertador unos minutos antes del amanecer, subimos a la parte más alta de la azotea, nos hicimos dos trenzas una en cada cabeza enlazando con la voz lo que deseamos esté para siempre enlazado en la vida: Gabriel Nadia Lucía. Nos cortamos las trenzas y las pusimos en su cuaderno. Dijimos un montón de cosas – o dije – mientras abrazaba a Gabriel que estaba como era esperable somnoliento a esa hora – y nos quedamos viendo como de a poquito el sol anunciaba su presencia contra los muros de los edificios y los colores del cielo hasta hacerse visible.

Al día siguiente fuimos a un monitoreo de rutina indicado por nuestra doc y los doctores de turno nos retuvieron unas 4-5 horas con otros controles que les pareció necesario hacer en el momento: doppler e interrogatorios varios. Obviamente eso no fue para nada tranquilizador.

El domingo como a las 23hs un pedazo grande del tapón mucoso se salió. Lo tomé como una señal… confusa. Yo pensaba que ya se había salido. Más dudas sobre la temporalidad de las decisiones me vinieron al corazón pero intenté alejarlas. Confiar en que ya estábamos ahí y con apenas una ayudita la cosa se iba a desencadenar. Hacía días repetía: podes llegar, voy a abrirme para vos, tenemos el poder de hacer esto juntes. Lo repetía como visualizando que sucediera. Lo repetía invocando el encuentro con ese ser que había imaginado cientos de veces en estos meses.

Acompañades de Flavia y de un par de amuletos el lunes llegamos a la española 8am. Había sido una noche rara y unos días más que especiales. Llegamos y esperamos un buen rato a que nos ingresaran y nos dieran un cuarto. Apenas estábamos instalades llegó Flavia y empezamos con el plan inicial: inducción con un cuarto de pastilla de misoprostol. Me daba impresión porque un tiempo antes habíamos abortado con la misma droga. Lo tomé y esperamos un par de horas donde poco pasó. Leíamos y conversábamos. Intentaba pensar en la cabeza de Nadia acercándose al cuello del útero y el cuello abriéndose, le hablaba telepáticamente y también en voz alta diciéndole que era hora, que estábamos ahí para su nacimiento. De a poco mi útero medio perezoso empezó a tener contracciones, bastante suaves y esporádicas. Poca cosa sucedió en las siguientes 12 horas en las que cada 4 me tomaba un cuartito más. Hacia el final del día el cuello casi no se había modificado y decidimos cortar con el miso para descansar y arrancar al día siguiente con oxitocina. Recuerdo mi decepción pero al mismo tiempo el agradecimiento de no apurar a Nadia con más droga ese día. Recuerdo pensar en fugarnos del hospital y mandar todos los calendarios a la mierda y simplemente esperar. Recuerdo caminar por los pasillos entre las habitaciones, ver a las madres ya con sus bebés y sentir cierta envidia, hablarle a mi cuerpo y a Nadia y pedirles por favor que se abrieran. Recuerdo llorar mucho y cruzarme con una enfermera que me dijo “a veces es difícil el desprendimiento pero pensá que dentro de poco la vas a tener así contigo”, e hizo un gesto de acunar. Recuerdo entender mucha cosa con ese comentario; pensar en mi propia relación con mi madre y como me he sentido demasiado soltada por ella - me puse psicoanalítica pero si no es ahora entonces cuándo-; pensar en mi aprensividad como cualidad inherente a una forma de amar que es bastante mía y con la que me peleo afectiva y filosóficamente todo el tiempo; pensar en qué loco todo ese sistema médico y protocolo preparado para recibir o hacer llegar personitas al mundo; en cuánto necesitaba a estas personas que nos estaban ayudando y cuánto también me preguntaba si era ayuda o control o qué.

Durante el tiempo que pasamos en la habitación 3 madres llegaron y se fueron a la famosa “sala de nacer”, que para nosotres era como la pantalla a la que teníamos que pasar en el videojuego que estábamos protagonizando. Algunas terminaron en cesárea. Yo sabía que cuando se abre la canilla de la intervención exterior las chances de terminar en el quirófano se multiplican drásticamente. Lo sabía y estaba preparada pero tenía toda mi energía enfocada en que no sucediera. Hablábamos ocasionalmente con les compas de habitación, decíamos entre nosotres que eran como personajes que una se va cruzando en un camino tipo samurai. De todes teníamos que aprender algo.

Esa noche salí del hospital donde estábamos internades (des)vestida de camisón y la pulsera de internada y di unas vueltas a la manzana. La gente me miraba raro y yo actuaba normal. Eso me costaría un buen rezongo de las enfermeras más tarde. La panza estaba enorme pero sabía que esa noche no se desencadenaría. Pensaba en la historia de mi nacimiento que había conocido hacía muy poco al preguntarle a mi madre. Mi familia es una familia de contar pocas historias. Yo también había sido inducida y nacido a las 6am luego de más de 24 hs de intento. Otra vez la proyección de mi en lo que era la vida de nuestra hija y otra vez intentar zafar mentalmente de ese lugar. La mente a veces es un laberinto para el cuerpo. O el cuerpo un laberinto donde la mente en vez de ser guiada se embarulla y sale corriendo y dándose contra los callejones sin salida.

Dormimos como pudimos. Le pedí a gabriel que viniera a la cama y haciendo cucharita y mimos pude descansar un poco. Una de las enfermeras obviamente lo echó de la cama al verlo pero a mi no me importaba nada.

8am del martes: segundo día de inducción. Hoy iba a ser con oxitocina y eso implicaba que iba a estar con una vía y por ende mucho menos movilidad. A eso de las 7 u 8 me la pusieron. Con mi impresión a las agujas tener un coso metido durante nosécuantas horas sería algo como una tortura pero estaba entregada a hacer cualquier cosa para que Nadia naciera y naciera bien.

La oxitocina empezó a correr y las horas también y con ellas las contracciones que se presentaron con bastante más fuerza que el día anterior. Después de unas 6 horas de oxitocina yo estaba en uno 2-3 centímetros de dilatación, o sea, poco. Las contracciones estaban pero eran bancables. Tanto que pude almorzar y leía intermitentemente un libro de Deleuze sobre Spinoza: ni el cuerpo por encima de la mente ni la mente por encima del cuerpo. Acompañaba las contracciones con oooo como habíamos aprendido en el curso con Lucía y en cada una de ellas intentaba imaginar la cabecita de Nadia y mi cuello abriéndose, me concentré fuerte en esa imagen durante las 13 horas en las que tuve contracciones ese día. A eso de las 14hs Flavia y la partera de turno evaluando la situación y lo lento del progreso nos ofrecieron romper bolsa para ver si se aceleraba el proceso. Nosotres sabíamos que estábamos en un punto donde la única opción era ir hacia adelante. Dijimos que sí. Fue difícil para ella romperla. Yo le daba la mano a Gabriel y lo miraba mientras sentía como ella buscaba y buscaba adentro mío. De repente un torrente de agua y de dolor me corrió entre las piernas y no iba a parar hasta muchas horas después. Sobre las 14.30hs empezaba un proceso que duraría hasta las 20hs. Las contracciones se hicieron fuertisimas y frecuentes, cada 2 minutos, cada un minuto. Yo solo aguantaba estaba estar en la pelota que nos habían prestado y las atravesaba siempre con las ooo y siempre con la misma imagen. Obsesivamente. Pegada a Gabriel que no se movía de al lado mío como si pudiera absorber con su cuerpo una parte de lo que nos estaba pasando. El líquido seguía saliendo de a chorros intermitentes y también mis vómitos, y ambos corrían por la pelota y por el piso como un río de humedades en una habitación que se había vuelto una burbuja. Para mi no había nada afuera de ella. Ni tampoco había nada afuera de la esfera que nos rodeaba a Gabriel a Nadia y a mi. intentaba contactar con ella. Nos monitoreaban periódicamente y todo lucía bien pero lejos aún el deseo de pujo, lejos sentir que empezaba a pasar por el canal hacia afuera. Intentaba relajarme para permitir que sucediera, lo intentaba con todo mi amor y con toda mi fuerza. Con toda la imaginación y la carne y el apoyo de Gabriel. Agradecia cada contracción casi tanto como me dolía porque pensaba que cada una de ella me acercaba más a Nadia. No pensé ni en la música que habíamos elegido, ni en las horas, ni en nada. A lo único que atinaba a percibir era al cambio de luz en la ventana: de sol de la mañana iba llegando la tarde y luego la oscuridad de la noche. 18Hs y mi dilatación no progresaba. Las contracciones eran tan fuertes que no podía parar de temblar ni siquiera cuando venían a controlarme. A las 18h o algo así apagaron la oxitocina pero las contracciones seguían intensamente. Yo ya no sabía que pasaba fuera de mi cuerpo. Mi contacto era con Nadia, con Gabriel y con la respiración y no podía nada más. A las 20hs nos ofrecieron la epidural. Le pedimos a la doctora un momento para hablarlo a solas. Pese al trance estaba según Gabriel “presente” y pudimos decidir juntes. Yo no quería epidural, no quería aliviarme yo y dejar a Nadia laburando sola, no quería que eso durara 12 horas más, me parecía demasiado, me había vencido la lentitud del proceso y estaba dejando todo en un partido en el que anotaba casi que cero gol. Me parecía injusto con Nadia y algo en mí me decía que no era una buena idea. Decidimos esperar una hora más y sino pedir una cesárea: sentíamos que lo más importante era que ella estuviera fuera, del otro lado de la piel, les tres juntes. Era nuestro mayor deseo. Yo sentía que había dado todo lo que tenía y no sabía de dónde sacar más fuerza. Dijimos no a la epidural y pedimos esperar un poco más, una hora más. Yo no sabía cuánto más podía aguantar así. Gabriel me apoyaba en todo pero también me decia lo que iba pensando. Yo estaba muy cansada y desalentada porque no había avanzado más de 4 de dilatación en tantas tantas horas. En determinado momento Flavia ya no se fue. Nos monitoreaba permanentemente y aunque yo no lo sabía, los valores a esa altura habían empezado a dar cualquier cosa. Yo me dormía entre contracción y contracción algunos segundos y tenía una especie de sueños o alucinaciones, no sé, la mayoría nada relacionada a lo que estaba pasando. Se me iba la cabeza y solo volvía cuando la ráfaga de dolor se atravesaba y yo las viajaba con ooo y con el contacto con Gab. Sobre las 21hs Flavia decidió hacer un nuevo tacto para ver la dilatación y ver qué hacíamos. No hubo posibilidad de elegir nada. Pese a que la dilatación había avanzado un poco más, salió líquido amniótico con meconio y las palabras fueron claras: hay que operar. Nosotres no dudamos ni un segundo y se desencadenó una escena digna de ER sala de urgencias.

En 2 minutos me estaban poniendo una sonda en la uretra, en 3 minutos estaba la camilla en la habitación, me rasuraban parte del púbis, me empezaban a explicar el tipo de anestesia que me darían, a explicarnos lo que tenía que hacer Gabriel y lo que tenía que hacer yo. Salí de la habitación en la camilla. Yo solo veía el techo y pensaba feliz que dentro de poco Nadia iba a estar afuera. Ese pensamiento me llenaba de felicidad. Iba a nacer al fin. No me importaba cómo. No me importaba que me “abrieran como un matambre” como bromeábamos días antes. Las enfermeras gritaban ascensor ascensor mientras correteaban conmigo en la camilla. Yo me abstraje de todo pensamiento que no fuera la alegría de que estábamos por encontrarnos. Parecía una especie de trance religioso. Llegamos al block quirúrgico. Yo solo pensaba en ir a favor. Me explicaron que pese a las contracciones fuertísimas iba a tener que quedarme muy quieta y simétrica para que me dieran primero una anestesia local y luego la raquídea. Pese a la urgencia de todes yo tenía la certeza de que estaba todo bien, de que iba a salir todo bien. No me permití ni un segundo considerar otra opción. Quería ir a favor, ir a favor, ir a favor.

Cuando la anestesia empezaba a correr entró Gab de tapabocas y uno de los amuletos que me habían sacado colgado en su cuello. Me emocioné. Podía ver sus ojos de miedo. Sentí la necesidad de tranquilizarlo y empecé a hablarle desde la camilla desde donde con una tela me separaban visualmente del procedimiento y del nacimiento de Nadia. Le decía que todo iba a salir bien, que pronto la íbamos a conocer y al fin estar les tres juntes, que los amaba con todo mi corazón. Sentí el momento en que tironeaban para sacarla y le decía que está naciendo Nadia. Me sentía profundamente feliz. En sus ojos podía ver el reflejo de una escena Dantesca sucediendo pero yo intentaba traerlo a la vereda de la felicidad de lo que estaba pasando. No me hubiera gustado estar en su lugar y presenciar la urgencia con la que sus dos amores eran primero cortados y luego manipulados con cierta violencia. Aún abierta al medio, aún rodeada de médicos, aparatos y sangre mi felicidad era plena y solo estaba concentrada en el encuentro que por fin se produciría. Elevaron a Nadia diciendo acá está madre pero no lo suficiente para que pudiera verle la cara. Solo vi un casquito negro de su pelo abundante y morocho. Unos centímetros más y le hubiera visto la cara. Me dio un poco de rabia pero mi prioridad era que la atendieran a ella, que Gab me dijera si estaba todo bien, que la cuidaran, que Gab pudiera tenerla cerca mientras yo no podía. La llevaron a una mesita donde neonatólogo y no sé que otro especialista la revisaban. Recuerdo que el doctor se puso de espalda a mi bloqueandome la vista de ella (otra vez). El encuentro se postergaba, parecía que no llegaba más pero ya estábamos les tres ahí y Gab me decía que estaba bien. Que respiraba, que era preciosa.
Uno par de minutos después me la acercaron. Me pusieron su carita en la mía y nada de lo que estaba pasando hizo que ese no fuera el momento más feliz de nuestra vida. Agradezco no haber perdido eso, agradezco que aunque no fue el parto de mis sueños – lejísimos – Nadia estaba ahí, con vida.

Recuerdo estar feliz de que ella y Gab se fueran juntes y que había algo de justicia en que después de poder disfrutarla yo sola esos 9 meses fuera él el que le diera la bienvenida al mundo. Como que la hacía más NUESTRA hija y no sólo mía. Me llevaron a la sala donde las mujeres se observan hasta que logran mover las piernas por si mismas. Yo estaba cual Ema Thompson en Kill Bill. En unos 20 min ya movía los pies, en media hora las rodillas. Bajamos. Se dio el encuentro que será para toda la vida. Nadia se prendió a mi teta mágicamente. Tantas horas de trabajo de parto habían hecho bajar la leche y ella sabía perfectamente qué tenía que hacer. Esos misterios de la vida. Esos momentos de la vida que no te olvidás nunca más.

Yo temblaba bajando la tensión y al mismo tiempo lloraba, lloraba mucho de felicidad. Estabámos solas les 3 en esa habitación horrible que se volvió por unas horas el paraíso. Pasé toda la noche mirándola a través de la cuna transparente. No podía creer que esa ser humana estuviera adentro mío un par de horas antes. No podía creer tanto amor. No podía entender la maravilla.

Me costó bastante superar lo estresante y lo traumático. Me invadieron en los siguientes días
los ¿qué hubiera pasado si…?. Por cada contrafáctico positivo también hay uno negativo. Intenté buscar la culpa y culparme a mí misma. Me fue difícil asumir que esa ideología de la conexión mente cuerpo no había estado en carne. Que el parto placentero no fue para nada el mío. Superar el orgullo de no haber “pasado la prueba”, superar el ego herido porque otras personas fueron protagonistas del nacimiento de nuestra hija (al igual que otras lo serán de su vida). Busqué aprendizajes que me sirvan para nuestra relación en lo sucedido y encontré mucho ahí. Me miré muchas veces la cicatriz y aprendí a quererla y a querer lo que pasó. A aceptar que fue nuestra forma. A amar lo que pasó. A ver como lo que atravesamos nos unió a los 3 de una forma especial y única.

Me pregunté si tanta intelectualización o politización de la maternidad me estaría jugando en contra y puede ser. A la vez jamás hubiera decidido ser madre sin contar con esas complicidades y herramientas. Antes del encuentro con el feminismo y con compas que estaban pensando y haciendo de la palabra madre, prácticas que nunca me había imaginado, para mi la maternidad era sin matices un acto de entrega al patriarcado. No estaba dispuesta y como en casi todas las experiencias de mi vida, la intelectualización fue mi modo de habilitar la entrada en la experiencia. La experiencia más hermosa de mi vida.

Al igual que la historia, el amor destella como nunca en los instantes de peligro.

El día en que escribo esto es el último de los antibióticos post-cirugía, el día en que dejé de tomar los analgésicos y me comí el helado de reserva para antojos urgentes que esperaba en el congelador, el día en que volvimos a hacer el amor (o lo más parecido a eso en la cuarentena), el que por primera vez me reí a carcajadas sin que me doliera, el día en que volví a caminar las calles de la espera, y que la luna que era nueva en su nacimiento (9/4) hoy está llena (19/4) y Nadia descansa con el padre mientras el aire me pega en la cara como diciendo: esta es la vida!



Esta es la vida,
ésta es la sal querida
que goza, que sangra mi amor.
Este es mi polvo y mi flor
y mi lluvia, rayo, golpe de viento:
ésta es mi cruz
y el alimento
de mi luz.



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