lunes, 21 de septiembre de 2015

Sacar la lengua. Sobre FUA de Federica Folco.




Sacar la lengua

FUÁ de Federica Folco
JUEVES 17, 24 de setiembre y 1 de octubre. 21 hs /Sala El Mura, MAM

FUÁ se titula la última creación de Federica Folco junto a Florencia Delgado, Matias Chocho, Juan Nuñez, Cecilia Graña, Tiago Rama, Martina Gramoso, Sofia Lans, Candai Calmon, Federica Folco, Sebastián Niz (en escena) y la iluminación de Ivana Dominguez. En la ficha técnica de FUÁ no hay sonidista porque son las voces, el murmullo, la palabra disociada de su contexto y de sus referentes, la respiración, la carne y el golpe del cuerpo en el piso, lo que va construyendo musicalidad. El grupo se conformó a partir de LAMASA una práctica abierta de improvisación y exploración sensible en el marco conceptual y experiencial de la comunidad (o mejor dicho, de preguntarse sobre sus posibilidades de venir / de devenir).

La obra se presenta en el Mura/MAM que tiene ese efecto subterráneo que promueve la sensación de que entramos en una especie de paréntesis de acontecimiento dejando atrás (o arriba) la ciudad, el mercado-shopping, las verduras. No de todas las obras se vuelve con un brócoli en la cartera por 15 pesos.

Al inicio un guía de la sala nos da una introducción y bienvenida donde se nos explica que no habrá sillas y que somos invitados a circular como deseemos durante la hora y diez de duración de la obra. “Ahora ya sabemos todo lo libre que podemos ser” bromeamos con uno de la fila a quien también le llamó la atención tanta explicitación.

FUÁ es apta para ansiosos/inquietos pienso, y luego durante la obra agradezco esta decisión ya que la intensidad de lo que presenciamos y su proximidad sin desniveles ni límites, invita al cuerpo a moverse, agradece no estar condenado a la butaca. En FUÁ el uso del espacio maximiza la belleza de sus posibilidades y el trabajo de iluminación de Domínguez. En FUÁ estamos dentro sin estarlo; la materia prima coreográfica es de elementos que nos son conocidos. Respiración, sexo, saliva, sudor, contacto, piel, mirada, gritos, susurros, palabras, activan la memoria de su presencia en nuestros cuerpos.

tráfico de informaciones /contaminación contemporánea

Aunque la indefinición quiere ser una de sus principales características, si a algo refiere la palabra “contemporánea” al lado de“danza” en “danza contemporánea” es al modo en que las informaciones circulan entre cuerpos y obras. En este sentido FUÁ se sitúa en diálogo con obras anteriores de Folco - Periférico donde la tensión grupal ya empezaba a explorarse, LAMASA en la que cuerpos in o des-civilizados exploraban el deseo y la deslimitación del contacto con el otro, NI-Je donde la irreverencia, la palabra traficada, la sensualidad ya aparecían como pistas de su estética y de su investigación, Oscilaciones que en colaboración con Rama y Lans radicalizaba la investigación de lo sexual en la danza. Directa o indirectamente, FUÁ también nos hace recordar algunas otras obras vistas más o menos recientemente en Montevideo: Multitud de Cubas, Las cosas se Rompen de Martinelli, Matadouro o Lote Preto de Gente de Evelin, Otro Teatro de achugar, Mordedores de Russo y Levi, o hasta Episodio II (obra de quien escribe).

Vigente y urgente parece ser y estar la pregunta sobre lo grupal o lo qué nos hace humanos; sea lo social o aquella animalidad transmutada en civilización. Aunque no hay un intento (ni posibilidades reales) de volver a algún estado primitivo anterior, y sería terrible querer representarlo, FUÁ explora estados de presencia alterados y alternados. Al referirse a la improvisación, Steve Paxton - cuya filosofía teórico-práctica es un importante referente aún hoy - hablaba del “animal” que subyace al self socializado de cada uno, es decir a ese self que se expresa a través del lenguaje verbal, del pensamiento lineal, del comportamiento adecuado. “El propio animal” es una inteligencia física compuesta de patrones de movimiento y reflejos heredados y aprendidos, que conforman nuestra habilidad para sobrevivir y para encontrarnos y jugar energéticamente con nuestro medio ambiente (tomado de Lepkoff “What happens when” p.1). Algo de él (el animal) vemos en esta obra. Rostros afásicos o histéricos, lenguas afuera, el rictus del placer o del ensimismamiento causado por su búsqueda, el contagio de una exacerbación o de una calma que uno a uno se esparce entre esta cadena humana. Como en toda buena receta en este horno de cuerpos mojados los ingredientes siguen siendo ellos pero cobran sabor en la reunión gastronómica. Estos cuerpos movidos por el deseo complican cualquier posibilidad de neutralidad contemplativa.

Enseguida después de FUÁ, re-vi “Esto no es cultura animal” de Restuccia/Beti Faria. Unos días visité el “Arte degenerado” de la Colección Engelman Ost. Pienso que no sólo entre danzas se contaminan y trafican preguntas y estéticas. Sin embargo FUÁ no termina de ajustarse a etiquetas ni busca ser identificado como pervertido o salvaje; su estética no es la de la afirmación sino la de la oscilación sensible. Durante su coreografía una serie de ambigüedades constituyen la riqueza de la creación. Es la inestabilidad del código la que le sube el volumen a nuestro mirar perplejo. Incluyendo al pudor como una de las posibles experiencias de los espectadores, también están la empatía y agitación que producen estos cuerpos inmersos en respiración, ondulación, relación, gemido.

FUÁ – onomatopeya intraducible. FUÁ presenta a un uso de la palabra que se resiste a mediar de forma coherente o estable entre vos, yo y la escena que nos hace encontrarnos con los bailarines y con los demás espectadores, a quienes vemos entre esta masa móvil de pieles, músculos, sexos, huesos, ropa. El sudor visible y olfateable, la mirada que nos incluye sin evitar nuestra presencia, los cambios repentinos de foco o de lugar, nos hacen más conscientes de nuestra propia presencia, de la temporalidad de las acciones y por ahi también del hecho de que nosotros también tenemos un cuerpo. FUÁ es como jugar al quemado con la diferencia de que aquí algunos jugadores sí quieren quemarse/si quieren fuego. Las diversas reacciones y reverberaciones de la obra en los cuerpos de los otros – nosotros – son parte de FUÁ.

La incomodidad de algunos y el visible placer de otros cumple una promesa de la que nace la danza: afectarnos mutuamente. Si el arte dejó esto para los bailes o el ritual, entonces es hora de recapitular, hibridar, desincronizar para dar de nuevo. FUÁ no es una obra “interactiva” en el sentido en que nuestra acción no está prevista y sus respuestas condicionadas. El inicio de la obra nos presenta un cuadro “típico” de la danza contemporánea. Cuerpos “arrastrados” y en meditación somática, un uso central del espacio, un espacio escénico bien delimitado. Todo esto desaparecerá. Si habituada ser espectadora de una danza que todo el tiempo busca transgredir me sentí en un modo intraducible afectada – pasando por variadisimas gamas de afecto – me pregunto qué les pasó a espectadores de danza cuyas expectativas jamás salen del rectángulo definido de un palco a la italiana. El olor, las palabras, el aire que estos cuerpos mueven, el atropellamiento por momentos, la casi succión (literal) del publico al final; también integran la coreografía.

Mientras, de forma individual o mántrica-colectiva, el grupo murmura en tono bajo o a veces cantante palabras que distorsionan nuestro entendimiento o se distorsionan en nuestro intento de entender:

Te amo
Me llamaron
Mencioname
Traicióname
Tradición?
traducción?

La voz está presente durante toda la obra hasta que una pausa de cara a la pared (que cobra una gran tensión dramática) dará signos de un posible final. Algo se quiebra.

El propio animal, cultura (o esto es animal, cultura)

Más que una pregunta sobre lo insurrecto, FUÁ es una investigación coreográfica y colectiva sobre el afuera de los marcos normativos de las políticas de la proxemia, de la sexualidad, del “arte”, de la vida. Aunque hay un esbozo de incluirnos en ese experimento, éste se da sobre todo entre los cuerpos de los 10 bailarines. En el trabajo a base de estados que hacen los intérpretes, es interesante que su directora ponga también el cuerpo en escena.

Buscamos llegar a estados que distorsionen nuestros sistemas perceptivos habituales. Ahora la acción es la atención, el afecto se desparrama y la lengua es lengua.”, dice el texto de la obra. Como bien dice Restuccia en su ya icónico espectáculo: el lenguaje dice cosas que no quiere decir y no dice cosas que quiere decir. Es decir, engaña. Y el cuerpo no está exento. El postulado de “el cuerpo es el cuerpo” es sobretodo un horizonte utópico para la deconstrucción de las estructuras semióticas que lo afectan. Pero difícilmente una misión cumplida.

La tensión entre la sensualidad que cada cuerpo va produciendo hace que el espacio entre ellos cobre vida; la respiración hace nacer cuerpos y de ellos voces y gemidos, palabras proferidas casi como escupitajos o deslizadas por el aliento que suena raspando la garganta y expandiendo el aliento.

Durante la función la musicalidad de las acciones compone una otra musicalidad, la de nuestra subida y bajada por sus intensidades, que van mutando junto a los estados que van apareciendo y también a partir de la proximidad/lejanía de un grupo que no para de moverse, que nos agarra de sorpresa en nuestros rinconcitos elegidos, modificando radicalmente la relación con lo que vemos (y con los que nos ven). Entre ceremonia posesa y ritual privado que a alguien se le escapó impedirnos ver, FUÁ es un espacio de intimidad pública y de caderas hambrientas, pendulantes, rastreras y mordedoras. Los sexos y los sexos: juntos y diferentes bajo los idénticos shorcitos, entre championes y piernas desnudas al piso concreto del salón. Musculosas sin soutienes exponen la vulnerabilidad del pezón y la cualidad desinhibida de la obra y sus cuerpos. Pero insurrección no es cualquiercosismo y la tensión entre lo que es posible coreografiar y lo que se escapa a cualquier estructura des-obediente es una pregunta que la obra me deja planteada e irresuelta.

FUÁ explora y utiliza en vez de censurar los impulsos y reflejos con los que los cuerpos van respondiendo en cada una de las escenas, que - difíciles de identificar de modo discreto - pasan por momentos de minimalismo y otros de energética explosión, de exageración, de exceso. Si bien la propuesta tiene toques de un Los idiotas de Lars Von Trier, el estado de juego y desinhibición está menos codificado y estereotipado (además de que no hay aquí una pizca de distancia o cinismo), y es alternado con otras informaciones que agitan y sirven sus sentidos una y otra vez hasta el final. Todos nos vemos un poco ahí, todos nos vemos un poco acá. Normalidad y anomia, normalidad y anormalidad. Todos somos un poco de esas cosas.

FUÁ es un estudio de intensidades. Es sacar la lengua y con la lengua afuera, darse a desconocer. La obra termina y la pregunta por la posibilidad de insurrección nos invita a salir a la noche fría y terránea del cordón con una pregunta bajo el brazo (o entre las piernas): “y después qué” de la insurrección.








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